La gran paradoja nacional es que Néstor Kirchner y Hugo Moyano son los dos hombres más poderosos de la Argentina y, simultáneamente, dos de los más desprestigiados. Esta aparente contradicción aparece si uno se fija en la tabla de posiciones de la imagen positiva. Tanto el jefe de la jefa del Estado como el líder de la CGT están a punto de irse al descenso. Sin embargo, hay un consenso social que indica que Kirchner y Moyano son los dirigentes que más capacidad de daño tienen. Y esa es la clave de la asociación, por ahora lícita, entre ambos. Son más que compañeros peronistas, socios o cómplices, según el cristal con que se mire. Kirchner y Moyano, espalda contra espalda, controlan y comparten la propiedad de la calle y de la caja. Ambos son capaces de convocar a grupos de choque organizados y de disponer del efectivo suficiente como para operar en cualquier dirección. “Son los dueños del país”, suele quejarse mucha gente. No es para tanto. Pero sí es cierto que de sus decisiones depende gran parte de lo que ocurra en nuestra bendita Argentina. El concubinato entre Néstor y Hugo es sólido porque tienen intereses complementarios. Y eso que vienen de las antípodas armadas del peronismo de los 70, la Juventud Peronista vinculada a Montoneros y la JP de la República Argentina, parida por José López Rega.
El patrón del peronismo, que renunció en forma indeclinable pero está por volver también en forma indeclinable, y el mandamás de los trabajadores conducen de la misma manera: administrando miedo y dinero. Ambos disponen de infinitos fondos que no son propios pero utilizan como propios y son más temidos que queridos en el mundo político y sindical. Si hay que apretar a los diarios y revistas que no son obsecuentes con el Gobierno, allí están los muchachos de Moyano dispuestos a bloquear las puertas de las empresas, amenazar con tiros al personal de seguridad y a atemorizar a los cooperativistas distribuidores. Si hay que entregarle mil millones de pesos de las obras sociales para que Moyano las maneje como se le cante, allí está la arbitrariedad de Néstor para designar en un santiamén nada menos que al apoderado del gremio de camionero. Los Kirchner ponen al zorro a cuidar el gallinero y Moyano pone todo su aparato para limitar peligrosamente la libertad de prensa, para rogar que Néstor vuelva a la presidencia del PJ y sea presidente en 2011 o lo que guste mandar. A este intercambio de favores contantes y sonantes, Graciela Ocaña lo bautizó Moyanolandia. “Alerta que camina el moyano-kirchnerismo por América latina.”, podría ser la consigna-chicana. Es la República del Temor. La Argentina triste y peligrosa en la que mandan los que tienen el látigo y la chequera más grandes. Al revés de la creación de Walt Disney, Moyanolandia en nada se parece a un parque de diversiones. Es el reino de la impunidad. La triste democracia patotera.
En los últimos tiempos, Hugo Moyano fue marcando la cancha. No sólo porque apareció al lado de Daniel Scioli visitando el nuevo estadio del Independiente de sus amores y donde también recluta parte de su fuerza de tareas rápida. No está dispuesto a aceptar ningún tipo de apertura democrática para que el Gobierno le otorgue la personería gremial a la CTA ni reconozca como sindicato por afuera de la UTA al cuerpo de delegados del subte. Esta es una de las madres de la batalla. Y explica la intransigencia del ministro Carlos Tomada, apuntalada como promesa de Kirchner a Moyano. Moyano quiere el monopolio de la representación sindical. Que ningún cordero se escape de su corral. Si Néstor Kirchner cumpliera la promesa que le hizo a Víctor de Gennaro apenas asumió, navegando frente al Perito Moreno con Lula como testigo, Moyano lo tomaría como una declaración de guerra. Kirchner no come vidrio. Sabe que el gobierno de Cristina quedaría flameando en el viento frente a piquetes de camiones, marchas de taxistas o colectivos paralizando la cadena productiva.
El propio Emilio Pérsico, convertido ya en un lugarteniente de Néstor Kirchner y principal aliado de Moyano, confesó: “Como peronista estoy a favor de que exista una sola CGT y un solo sindicato por actividad”. Con el paso del tiempo se han licuado las peleas históricas que sectores de la izquierda peronista tenían contra los burócratas sindicales a los que solían llamar vandoristas.
Moyano hace ostentación de su poder cuando cierra con candado las puertas de la CGT y la UTA y tira la llave. También cuando controla la principal empresa estatal de transporte, Aerolíneas Argentinas, a través del hijo del diputado Héctor Recalde, su gran abastecedor de ideas.
Es verdad que la pérdida de un millón de dólares diarios por parte de Aerolíneas, su increíble tour para ver a la selección de Diego en Montevideo y otras groserías similares sólo generan más cuestionamientos sociales al gobierno y a Moyano. Pero la relación con la opinión pública no es algo que les preocupe. Son conscientes de los altísimos niveles de rechazo que tienen: Néstor arriba del 75% y Hugo, más del 85%.
A esta altura, Moyano encarna un nuevo tipo de sindicalismo equidistante de los combativos de izquierda del subte o Kraft y los jerarcas millonarios de derecha, tipo Armando Cavallieri. Muchos de los gremialistas llamados gordos cimentaron sus fortunas en connivencia con las patronales, justificando el empobrecimiento de los trabajadores y ganando elecciones amañadas con listas únicas. La familia Moyano también tiene un patrimonio difícil de explicar. Dicen que su compañero de ruta, Juan Manuel Palacios, tuvo que dejar el gremio de los colectiveros porque estaba tan flojo de papeles en sus propiedades que se fue a vivir a Miami. Pero los camioneros están entre los trabajadores que más ganan de la Argentina. Y tienen cada vez mejores hoteles y hospitales para sus afiliados. Por eso Moyano es querido por sus bases. Será el único orador de un acto multitudinario en la cancha de Velez donde exhibirá su capacidad organizativa y disciplinaria.
El gran problema de los Kirchner sigue siendo la negación de la realidad. Están convencidos de que lo que no se nombra no existe. Como bien dice Edi Zunino en su libro Patria o medios, se transforman en malos editores porque intentan manipular, ocultar o maquillar la verdad. Hacen lo mismo que ellos les critican a los medios de comunicación. El caso más notorio tal vez sea el tema de la inseguridad. Hace tres años que está al tope de todas las demandas en las encuestas. Sin embargo, hay que buscar muy profundamente en los archivos o en Google para encontrar menciones autocríticas, reconocimiento de la problemática y propuestas de soluciones para un drama cotidiano de robos y asesinatos que existe y que mucha gente cree que existe mucho más de lo que realmente existe. Ese es el diagnóstico y sobre eso hay que operar para encontrar los remedios. No alcanza con decir que los índices de violencia y asaltos todavía son inferiores a los de Brasil, Colombia o México. Consuelo de tontos. Los Kichner miran para otro lado. Sus prejuicios les hacen ver una demanda justa por más seguridad y por el derecho humano a vivir en paz y con tranquilidad como una bandera ideológica de la derecha de la mano dura o como una factura que los medios les pasan como parte del plan destituyente. Por eso el principal reclamo de los argentinos les estalla en las manos a Cristina y Néstor. No lo ven como un problema que tienen que solucionar. Lo ven como una mentira que tienen que desnudar. Eso explica que en muy poco tiempo se hayan tenido que comer cachetazos de los cuatro argentinos mas populares. Mirtha Legrand hizo una apelación demoledora a la presidencia de la Nación mirando directamente a la cámara. Que la diva de los almuerzos, expresión de cierto sentido común y también de los prejuicios de la clase media, haya convocado a salir a la calle para reclamar seguridad es un dato político importante. “Nos están matando todos los días. Es una cosa terrible, no se puede vivir así, no se debe vivir así”, fueron sus palabras.
Marcelo Tinelli, también desde su tribuna televisiva, “editorializó” sobre el tema, conmovido por la situación del ex futobolista Fernando Cáceres. Se puso serio y dijo: “Están matando a la gente por la calle de una manera impresionante. Sólo queremos paz y justicia. Que alguien haga algo para que no tengamos que tener un muerto por día, dos, tres o diez”.
Desde aquel recordado “se viene el zurdaje”, Mirtha Legrand siempre expresó sus prevenciones con los Kirchner. Pero Marcelo Tinelli mezcló momentos de excelente relación y de brutales diferencias con ellos. En un platillo de la balanza hay que colocar cuando Tinelli inauguró un gimnasio en Bolívar y hasta se fotografiaron los tres jugando con una pelota de voley. En el otro, el día que caracterizó a Alberto Fernández como “el López Rega de Kirchner”, aunque luego se arrepintió y pidió disculpas. Durante el tiempo en que fue propietario de Radio del Plata les puso el pecho a las terribles apretadas que sufría desde el Gobierno para que censurara a los periodistas más críticos de su programación. Si hasta un aliado clave de los Kirchner como Diego Maradona dijo que “es una bomba de tiempo salir a la calle porque nadie hace nada” para combatir el delito. Lo de Susana Giménez, en su momento, levantó mucha polvareda cuando reclamó que “el que mata tiene que morir”.
Mirtha Legrand puso además el dedo en otra llaga. Le pidió a Cristina que “use la cadena nacional para llevar tranquilidad a todos los argentinos”. Es parte de la misma deformación de políticos devenidos comunicadores o constructores del relato. El abuso de un mecanismo excepcional como es que todos los canales y las radios sacrifiquen sus programaciones para dar paso a las palabras de la Presidenta puede terminar como el cuento del pastorcito y las ovejas. Las cadenas utilizadas todo el tiempo y para todos los temas terminan por quitarles impacto. Ojalá nunca venga el lobo. Pero si alguna vez la población debe estar realmente atenta a algo que necesite comunicar la Presidenta, el sistema, por repetido y rutinario, habrá perdido potencia e impacto.
En este mismo plano de las desmesuras que le produce el odio al periodismo, Cristina llegó a decir que los medios son poco menos que responsables de la pobreza y que utilizan a los “negros” cuando lloran y que luego los estigmatizan como revoltosos. Fue el propio Aníbal Fernández, jefe de Gabinete, el que descalificó como “stalinistas” a los piqueteros que cortaron la avenida 9 de Julio y ella misma la que puso afuera de su gobierno las responsabilidades por el aumento de la pobreza. Después de 6 años de gobierno kirchnerista, con mayorías parlamentarias, con superpoderes, con excelente viento de cola producto de los precios internacionales, con tasas casi chinas de crecimiento y con una oposición débil y fragmentada, decir que los medios son culpables de la pobreza es una injusticia que falta absolutamente a la verdad. Es cierto que hubo algunos dueños de medios y empresarios importantes que usufructuaron las políticas neoliberales y antiproductivas de los 90. Pero da la ¿casualidad? que la mayoría son aliados estratégicos de este gobierno. Otra gran paradoja nacional.