Néstor y Cristina, con todo a los tiros (foto: Warren Beatty y Faye Dunaway caracterizados). |
El jueves pasado, durante el lanzamiento formal del partido Coalición Cívica-ARI bonaerense, Elisa Carrió definió al matrimonio presidencial como “dos aventureros que al estilo de Bonnie and Clyde se quieren quedar con la Nación”. Como siempre, la afilada lengua de Lilita es impactante al retratar teatralmente a terceros (a Cobos lo llamó “ambiguo” como una “ameba”) sin profundizar mucho sobre causas, salvo su foco en la deshonestidad, pero que también es una consecuencia y no la causa irreductible.
Si el análisis de Carrió fuera correcto, ¿por qué los peronistas serían desvergonzados que se atreven a todo y los radicales tan pudorosos al extremo de convertirse en amebas?
Vergüenza y pudor. Spinoza diferenciaba la vergüenza del pudor: “La vergüenza es una tristeza que sigue a la acción de la que uno se avergüenza”, mientras que “el pudor es un miedo o temor que lleva al hombre a abstenerse de cometer algo vergonzoso”. La vergüenza está en el terreno de lo realizado, en cambio el pudor busca evitar realizar esa acción. Por eso, el pudor podría ser considerado el temor a la vergüenza. Y para Spinoza la vergüenza contribuye a la concordia social. Para Hobes, al ser un “amor por una buena reputación y digna de elogio”, empuja al bien y sería socialmente terapéutica.
En el inglés no existe una palabra específica para el pudor y se usa shame (vergüenza) para descibir ambas emociones. En las lenguas romances, la palabra pudor nos llega del latín porque a la parte exterior de los genitales humanos se la denominaba pudenda, de allí vienen las partes púdicas y la impudicia. En griego el pudor es Aidos, demonio que surge cuando en los ritos dionisíacos cae el velo que cubre el falo.
Pero sería un error circunscribir el pudor a lo sexual porque cada generación considera normales comportamientos que a la anterior le producirían pudor, y aun en el caso de que ya nada de lo sexual ruborizase a nadie, no querría eso decir que el pudor hubiera desaparecido. Los adolescentes actuales se siguen ruborizando, aunque frente a otras situaciones, porque “como sujetos de la posmodernidad ya no somos mirados por el mismo ojo social que el de épocas pasadas”.
Freud, en su Manuscrito K (justo “K”, los manuscritos fueron de la “A” a la “L”), describe la vergüenza como un afecto que surge ante el temor a que los otros sepan algo sobre un acto que el sujeto se autorreprocha. Las personas sanas, cuando transgreden la frontera que limita la zona de interdicción –construida en la infancia alrededor de lo prohibido–, sienten repugnancia. Kirchner no siente pudor frente a comportamientos que escandalizarían a otros políticos.
El pudor es un recato frente a lo intocable. La vergüenza es el miedo al desprestigio y el deshonor. El honor se pierde, el pudor se viola. La vergüenza es un temor a la censura ajena, el pudor a la propia. La vergüenza es en relación con el otro, el pudor con uno mismo.
Para el psicótico no hay otro. Si el otro no importa, no se puede sentir culpa. Quien no pueda sentir culpa no podría tampoco experimentar vergüenza. La vergüenza hace de dique frente a las pulsiones, por eso los sinvergüenzas no tienen límites. Cuando no hay más vergüenza, la civilización tiende a disolverse. Que la vergüenza exista indica que hay algo más allá de la vida que su sentido biológico y animal. Para Lacan, “la única virtud es el pudor”.
En crisis, la vergüenza se transforma en una virtud aristocrática, un lujo que sólo puede darse quien tiene resto. Cuando la ambición no tiene límite, es preciso anestesiar la vergüenza porque ella sería un peso que dificultaría el recorrido para alcanzar el objetivo.
La impudicia del perverso, en su propia ostentación, también busca herir el pudor del recatado: en palabras de Lacan: “El pudor es amboceptivo, el impudor de uno basta para construir la violación del pudor del otro”. Quizás esto explique el rechazo y la aversión que produce Néstor Kirchner entre sus críticos.
Una definición de pudor es “ser visto por la/s persona/s equivocada/s en condiciones equivocadas”. Si no fuera frente a persona/s equivocada/s, no habría pudor por más aberrante que fuera la acción. Se trata más de lo que quiere la audiencia que del acto en sí. A pesar de ser ladrones, Bonnie y Clyde fueron muy populares en los Estados Unidos posteriores a la Gran Depresión (quizás en gran parte por ella misma).
No se trata de dejar obsoleta aquella definición sobre que “se está bien en el bien y mal en el mal” oponiendo que “hay bien en el mal” sino que lo que está bien es diferente para distintas mentes, para distintas tribus y en distintas épocas.
Suspensión de la ética. El kirchnerismo perdió las últimas elecciones pero actúa como si las hubiera ganado, idea que sería impensable para un político con una ética clásica o para una “ameba”, en la particular taxonomía de Carrió.
Kirchner hasta debe disfrutar las descripciones de Lilita donde la oposición, en lugar de ser un “contrapeso”, termina siendo un “antipeso”. ¿Cambiará esa pura impotencia con el nuevo Congreso?