COLUMNISTAS
una visita imaginaria

Borges / Praga / Kafka

En un otoñal atardecer en Praga, en 1995, se me ocurrió una visita imaginaria de Borges a nuestra embajada. Escribí este relato sobre ese encuentro metafísico que originó de algún modo la Bienal Borges-Kafka.

default
default | Cedoc

En un otoñal atardecer en Praga, en 1995, se me ocurrió una visita imaginaria de Borges a nuestra embajada. Escribí este relato sobre ese encuentro metafísico que originó de algún modo la Bienal Borges-Kafka, Buenos Aires-Praga, realizada por mi sucesor, el embajador Fleming, y la Fundación Borges.

Dice el mayor exegeta de la Praga mágica y judía, Angel Ripellino: “Todavía hoy, todas las noches a las cinco, Franz Kafka vuelve a su casa en la calle Celetná, con su galera redonda y su traje negro.” Esa frase sólo se podría escribir en Praga. La Celetná, la Paritzká, la calle Meisel nervio del intenso gueto que nace del cementerio y la vieja-nueva sinagoga. Y más allá del espléndido palacio Kinski donde estuvo el negocio de galanteries del viejo Kafka, ese padre objeto de admiración y odio, determinantes en la patología del novelista.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Al fondo, hacia la altura del Castillo, las torres agudas de la catedral hundiéndose en la niebla como antenas de un enorme insecto desesperado. Si Borges hubiese venido a Praga, nos habríamos apostado antes del amanecer, siguiendo a Ripellino, hasta escuchar los pasos de Kafka sobre el granito de la plaza vieja. Agil, delgado, con su rostro anguloso y la galera melón de abogado de seguros regresando bajo la luz de gas.

Borges se sorprendió con Kafka hacia 1938 cuando se editaban los libros mayores con elogios ya de Thomas Mann, Eliot, Gide, Hesse, Werfel. Lo leyeron y editaron a sólo catorce años de su muerte. De Torre, que dirigía las ediciones Losada, encargó a su cuñado Borges la traducción de La metamorfosis. Borges comunicó a los lectores argentinos que “Kafka era el autor de una de las obras más singulares del siglo”. Narrar en novela una metáfora de lo insuperable, del muro, fue su cometido o su destino.

Observó Borges que dos obsesiones guiaban la obra de Kafka: la subordinación y el infinito. “En casi todas sus ficciones hay jerarquías y esas jerarquías se suceden infinitamente.” Son infinitas por ser intrínsecamente insuperables. La vida como “herida absurda”.

Borges nunca creyó en la literatura de la neurosis (no adoró a Dostoievski, como era usual en los prosistas de entonces, y no le interesó Sartre). Como Nabokov, creyó en el lenguaje y en las revelaciones por la puerta de la estética. Sin embargo su permanente interés por Kafka, cierta identificación, podría sondearse en lo íntimo de sus personalidades.

Frustrados en lo hondo, tal vez heridos en su sexualidad, ambos podrían haber exclamado conjuntamente si Borges y K se hubiesen podido encontrar a las cinco de la mañana en la plaza vieja: lo único de lo que me arrepiento es de no haber sabido ser feliz... No demostraron ser tan afectados por las enfermedades (la tisis y la ceguera) como por sus incapacidades para la vida real y cotidiana por problemas muy íntimos, uno por la madre y el otro, famosamente, por el padre que anegó su vida como una proyección frustradora de naturaleza jehovásica.

Observó Georges Bataille que el “erotismo en la obra de Kafka carece de amor, de deseo y hasta de fuerza, es un erotismo de desierto”. Kafka no aceptó el destino de ser “adulto y padre”. Maduró hacia la esterilidad. Según Bataille quiso vivir y conservar el “niño irresponsable que era”.

Kafka escribió como al pasar en su diario una de las frases más terribles de su siglo literario: “Mi vida es un titubeo prenatal”. Borges supo que tenía un solo camino de sublimación de esa imperfección existencial congénita: la felicidad del arte y de los libros, asumida sin culpa, con total entrega. Algo que Kafka no supo hacer. Más bien es como si hubiese querido separarse de su obra, como de un hijo no reconocido.

El tremendismo nihilista de K le llevaría a concebir el triunfo final de “las sonoras trompetas de la nada”, como escribió en el sosegado escritorio de su empleo en la empresa de seguros.

Ni Borges llegó a Praga como tanto lo deseara ni el espectro de Kafka pasó al amanecer por la Zeltnergasse. Pero el curioso mundo de lo literario los une ahora en Baires-Praga.


*Novelista y diplomático.