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Borges y Cervantes

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Me gustan mucho –muchísimo– las charlas o clases o conferencias que en el Canal 7 da Piglia sobre Borges. A veces, con sorna, algunos llaman a Piglia “profesor”, para retacearle el presuntamente más prestigioso “escritor”.

Pero ese mote podría leerse en un sentido literal, como aquel que profesa. El acto de fe, como un acto de amor acerca de aquello que se habla.

Con el marco general de la televisión dominante (la vulgaridad prostibularia, la mala fe, la operación crasa, la obscenidad lingüística, el tedio monopólico futbolístico), un ciclo como el Borges, por Piglia parece y es un lujo excepcional, donde se ponen en acto la inteligencia y la pasión, donde cómo se dice aquello de lo que se habla cuenta cómo se elige el objeto de una vida, y eso puede resultar tan extraordinario como una serie premium.

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El otro día, no sé cuándo, en el decurso de su monólogo Piglia soltó una observación módicamente paradójica, pero que ubica  –a mi parecer– el punto central de la narrativa de Occidente. Dijo algo así como “no hay que pensar cómo obra la realidad en la ficción, sino cómo funciona la ficción en la realidad”. Aunque pronunciada en el canal oficialista, la afirmación no versaba sobre el relato K sino que marcaba el efecto deslumbrante del que tal vez sea el mejor cuento de Borges: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Como el lector sabrá de sobra, en Tlön, una conspiración para generar una realidad ficticia, enciclopédica, obra sus efectos hasta ir trastrocando la realidad sin efectos, hasta tlönizarla, y hasta que queda un solo testigo de esa transformación: el propio, melancólico, narrador.

Esa invención genial de Jorge Luis Borges no es sino la abstracción, la puesta en seco del procedimiento de Cervantes.

Lamento que en este punto la tiranía del espacio –que no la del mundo, que es pancho y ajeno– interrumpa la nota.