El Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce, es una recopilación de entradas que rebosan ironía, sátira, corrosión y sarcasmo. Podría seguir, pero esas solas cualidades sirven para dar a entender el carácter políticamente incorrecto de ese librito letal. En una de esas entradas, Bierce define el futuro así: “Ese período de tiempo donde nuestros negocios prosperan, nuestros amigos son verdaderos y nuestra felicidad está asegurada”. El Diccionario del diablo fue escrito entre 1881 y 1906, por lo que tranquilamente podemos decir que es un texto contemporáneo. No sólo porque considerando la historia de la literatura de fines del siglo XIX y principios del XX es como decir el domingo pasado: para probarlo está esa definición y el completo desamparo, la falta de confianza y expectativas tan típicos de lo que va del siglo XXI. “El problema de nuestro tiempo”, decía Paul Valéry, “es que el futuro ya no es lo que era”. Brillante. Se supone –y en esto coincidirían tanto Bierce como Valéry– que hubo un tiempo en que en el futuro los negocios efectivamente prosperaban, los amigos eran realmente sinceros y la felicidad estaba asegurada.
Resulta interesante revisar los infinitos volúmenes o páginas web dedicados a recopilar frases célebres, sobre todo para ver cómo cambió a lo largo de los siglos la concepción de ciertas ideas o conceptos. No me refiero a términos que inevitablemente cambiaron, más allá de la percepción y la vivencia humanas. La industria en el siglo XIX no es la misma que la del XXI, de modo que lo que puedan decirnos los grandes o pequeños pensadores de entonces sirve poco y nada. Quiero decir que sirve poco y nada para iluminar el presente; a lo sumo ilumina el pasado. Por favor, no me hablen ahora del pasado como formador del porvenir.
Pero nadie habló del futuro en términos más exactos que Milan Kundera. En El libro de la risa y el olvido, una novela de 1979, habla del futuro en términos tan pero tan actuales, que sin la precisión de la fecha cualquiera podría pensar que lo que sigue a continuación fue escrito hoy mismo. Escuchémoslo: “La borró de la fotografía de su vida no porque no la hubiese amado, sino, precisamente, porque la quiso. La borró junto con el amor que sintió por ella. La gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero eso no es verdad, el futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasado está lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo. Los hombres quieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar al laboratorio en el que se retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia”.
Valéry tenía razón, el futuro ya no es lo que era, pero convengamos que a fuerza de retoques y reescrituras el pasado tampoco.