Ya sabe Barreda, ya habrá tomado nota: no lo quieren en Belgrano. Apenas se difundió la noticia de su inminente salida de la cárcel a un destino más cordial de prisión domiciliaria, y apenas se divulgó la buena nueva de que tenía una novia y que iba a parar en su casa, bramó la barriada porteña de los recientes venidos a más. Gente de una sola palabra: no quieren tener criminales entre los vecinos.
Quién sabe se sorprendió el dentista con una reacción semejante. Después de todo, hace años, cuando acababa apenas de cargarse a escopetazo limpio a las tres damas (esposa, suegra, hija) que le hacían la vida imposible, conoció las mieles impensadas del afecto popular. No sabemos bien qué habrá sido aquello: si comprensión o gratitud, o si una cierta identificación personal, o si un aprecio muy propio del tiempo en que se admiraba la justicia por mano propia. Pero lo cierto es que a Barreda lo llevaban por entonces de acá para allá, del celular al juzgado y del juzgado al celular, y en cada una de sus apariciones públicas la gente le brindaba su apoyo gentil. ¡Aplausos al odontólogo, al suegricida, al filicida! Aplausos al que se sacó de encima a la esposa insoportable, harto de los agravios y de las humillaciones sin pausa.
Es seguro que Barreda no olvida aquel batir de palmas. Entretanto conoció la cárcel, se arrepintió de lo que hizo con total sinceridad, tuvo durante sus años como presidiario una conducta perfecta, tras las rejas se enamoró de Pochi y tras las rejas consiguió que Pochi se enamorara también de él. Ahora le conceden la prisión domiciliaria y se dispone a vivir con ella, pero los vecinos de la calle Vidal han repudiado su próxima presencia. Estas familias de Belgrano hicieron saber a las claras que no tolerarán la convivencia con personas de esa laya.
En el sexto piso B de un edificio de la calle Cabildo, vive un vecino que se llama Jorge Videla. Desde hace años cumple una condena de prisión domiciliaria en ese departamento. ¿Se habrá estado preocupando al leer los diarios en estos días? Hasta el momento, no había tenido ninguna noticia de que el vecindario en torno suyo tuviera posiciones tan estrictas en materia de moral.