De pronto, a Cristina le agarró un ataque de responsabilidad. En su discurso gritó soberanía mientras reculaba en chancletas de sus propias posiciones extremas. Ni siquiera llamó por su nombre a los “fondos buitre”. Ni los mencionó. La militancia, en sus banderas, demostraba que se había tragado la píldora emancipadora. Algunos oportunistas hasta hicieron afiches con el primer plano de un buitre feroz con la bandera del imperialismo como poncho. Pero la jefa de la revolución no hizo referencia a ninguna ave en su discurso. Ni buitres ni pingüinos. Cuando más agresiva llegó a estar fue al caracterizar a los holdouts como “pequeños grupos”. Y en otro momento, cuando confesó sin decirlo que cualquier locura hubiera dinamitado el proyecto de Vaca Muerta, dijo que “ muchos revolotean no sólo por las finanzas, sino también por los recursos naturales”. Otra vez una referencia suave y de costado. De buitres, mejor ni hablar.
El juez, al que habían pintado como un hombre carroñero que odia a los argentinos y les quiere chupar la sangre por encargo de Magnetto, tampoco fue mencionado en forma hostil. La palabra “extorsionador” desapareció del léxico de Cristina. Sus bravuconadas anteriores diciendo que no les iban a pagar un peso a los buitres, también. El tono de voz de Cristina fue alto, pero su contenido la mostró mansita. Tomó distancia del chavismo de opereta y ella misma se subordinó a las reglas del mercado, de la Justicia norteamericana y hasta de la ley de gravedad.
Elogió como si fueran misiles anticolonialistas los millones de dólares que disparó sobre el Club de París y Repsol, tal como antes lo había hecho su marido con el Fondo Monetario Internacional. El grito de guerra fue “les vamos a pagar todo y mucho más si es necesario, carajo”.
Las banderas de los pibes de la liberación se tuvieron que enrollar como ella misma pidió. Los buitres que estaban flameando sobre los pabellones quedaron ocultos en esos pliegues y los carteles obsecuentes de Pepe Albistur comenzaron a marchitarse en las paredes. El “vamos por todo” de Rosario hace dos años se transformó en “vamos por nada”. En queremos dejar contentos al cien por ciento de los acreedores. Queremos que el juez genere las condiciones para negociar y pagar. Como ejemplo de que son capaces de negociar, la Presidenta puso a su ministro de Economía, Axel Kicillof, que repitió con los socios del Club de París y con los petroleros de Repsol el discurso amenazante para la gilada de Néstor Kirchner con el FMI: “Vamos a defender nuestra soberanía y les vamos a pagar todo y más si hace falta”. Con un discurso guevarista, los Kirchner lo que hacen es taparles la cara con billetes verdes a los enemigos.
Hay que tomarlo con un poco de humor para no condenar con excesiva firmeza el doble discurso histórico de los Kirchner. Alguna vez Néstor les confesó a los dueños del mundo: “No escuchen lo que digo, miren lo que hago”. Traducido: mi discurso transgresor es para consumo interno, pero para afuera soy muy responsable y cumplo mis obligaciones. Eso es lo que pasó. Oscar Parrilli solía decir que los Kirchner llevan las cosas hasta el extremo, hasta el borde del abismo si es necesario, para tener más fuerza a la hora de negociar. No comen vidrio. Gesticulan ampulosamente y levantan banderas chavistas pero después adhieren a la agrupación “Poniendo estaba la gansa”. Siguen las enseñanzas del mentor de Néstor, aunque ahora lo condenen y lo repudien: Domingo Felipe Cavallo.
El archivo, como la vida, te da sorpresas. El diario Ambito Financiero tituló con toda contundencia el día que Néstor Kirchner asumió como gobernador: “Juró otro seguidor de Cavallo”. Está escrito. Quien quiera consultar que consulte. El texto de aquella crónica es insólito. Define al flamante gobernador como un “apadrinado” de José Luis Manzano que está dispuesto a aplicar un fuerte ajuste sobre lo que Néstor definió como “un empleo público sobredimensionado hasta límites exasperantes”. Ya en esa época no comía vidrio. Lo pueden atestiguar quienes fueron designados ministros aquel día: Carlos Zannini, Alicia Kirchner, Julio De Vido y, como secretario general de la gobernación, Ricardo Jaime, con perdón de la palabra.
Hoy Cristina despotrica contra la convertibilidad, pero varias veces Cavallo definió a Néstor como su mejor alumno. Por eso le facilitó los tristemente célebres fondos de Santa Cruz que se evaporaron en el aire de las cuentas del exterior, y la misma Cristina ante una pregunta de este periodista dijo que Cavallo era su amigo y tenía méritos suficientes para ser presidente del justicialismo porteño en la interna que diputó contra Gustavo Beliz e Irma Roy. Eran otros tiempos. ¿O no tanto?
El mensaje de Cristina aleja el default, tranquiliza a los mercados, a los hombres de negocios, y sólo preocupa a su propia tropa, que queda colgada del pincel. Milagro Sala, Larroque y Cabandié hicieron una marcha de repudio a la Embajada de los Estados Unidos. Los cánticos de la concurrencia no decían “Les vamos a pagar/ les vamos a pagar”. Eran voces libertarias y combativas que nada tuvieron que ver con el discurso racional, moderado y cuidadoso de Cristina. Menos mal que a los camporistas no se les ocurrió quemar un muñeco vestido de Tío Sam con la cara del juez Griesa. Hubiera sido de gran impacto para las agencias noticiosas internacionales, pero se hubieran prendido fuego las convicciones de los propios manifestantes. Todo porque Cristina guardó la nafta para otro relato. Anunció que quiere apagar el incendio y pagarles a los buitres, a esos mismos buitres a los que llamó extorsionadores.
El juez Griesa se habrá llevado en sus oídos la más maravillosa música, que es la de Cristina asegurando que “acá sobra buena fe, que nadie se asuste”, que podría “prometer la Luna pero somos previsibles y responsables” y que quiere pagarle al cien por ciento de los tenedores de bonos no por ella, sino porque antes “de mi gobierno está mi país, mi nación y mi patria”.
La Presidenta arrancó sus palabras diciendo que el mundo estaba dado vuelta, patas para arriba. Y en eso tiene razón.