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Buscado: W. H. Hudson

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Hace muchos años, al recorrer la vieja Ruta 2 solía verse una cartel que decía “Al solar natal de Guillermo Enrique Hudson”. Ahora, en el camino nuevo se pasa por el peaje Hudson, que está en otra parte. Es que Hudson nació en Quilmes, en una localidad que hoy se llama Ingeniero Allan y pertenece a Florencio Varela; a su vez, el pueblo que fue bautizado en su honor en 1930 es parte de Berazategui. La dispersión geográfica de Hudson resulta una buena metáfora de un escritor que está un poco perdido.

Una prueba podría ser que en San Clemente no se consigue una edición de Far Away and Long Ago (1918), que César Aira describe como: “centro y clave de su obra, las memorias de su infancia argentina, hermoso título definitivamente traducido por Allá lejos y hace tiempo”. Sospecho que el libro ha dejado de ser un texto escolar y por eso la última edición en castellano es la de Acantilado en 2004 que lo rebautizó –otra hazaña negativa de los traductores españoles– como Allá lejos y tiempo atrás y donde “gallinetas, gallaretas y batitúes” pasan a ser “rascones, fochas y caraos”.

De todos modos, William Henry Hudson era un escritor misterioso desde antes. Hijo de padres emigrados desde Estados Unidos, nació en 1841, partió en 1874 a Londres, donde murió en 1922. Nadie se explica bien esa mudanza y menos la razón por la cual Hudson, que decía no considerarse un escritor sino un naturalista, pasó hambre durante dos décadas para abrirse paso en el estratificado mundo de las letras británicas y ser, residualmente, una leyenda ambigua y un escritor fundacional en ambas orillas del Río de la Plata. Ni Borges sabía bien qué hacer con Hudson, que alababa la civilización y el Imperio como Kipling, pero amaba la barbarie, que fue rosista de este lado del río y Blanco en el otro. En la insoportable etapa criolla de El tamaño de mi esperanza (1926), Borges saluda a Hudson como uno de los propios y en 1941 califica The Purple Land como “uno de los muy pocos libros felices que hay en la Tierra”. Pero en los sesenta, de acuerdo a las Memorias de Bioy, lo rebaja a la categoría de escritor menor, apreciado sólo por Martínez Estrada y justamente relegado en su propio país. En un libro excitante, las Amistades literarias de Ford Madox Ford recientemente editado en Chile por la Universidad Diego Portales, el autor desmiente rotundamente a Borges: “no había ningún escritor que no reconociera que era el más grande escritor vivo de la lengua inglesa”. Joseph Conrad y T.E. Lawrence, entre otros, avalaban esta definición. Lo de Borges suena a un ajuste de cuentas contra Martínez Estrada, y El mundo maravilloso de Guillermo Enrique Hudson que, aunque farragoso como todo lo suyo, contiene iluminaciones memorables como ésta: “Hudson recibe la gracia de que la verdad del mundo se le oculte para siempre y en cambio se le permita comprender el misterio de su belleza”. Las ficciones argentinas de Hudson, el Allá lejos y El ombú, muestran un universo literario sereno, completamente original, en el que no hay ricos y todas las vidas se pierden en el olvido o la desgracia. Ninguno de los escritores que he leído es capaz de escribir historias de fantasmas que no son en verdad tales, sino criaturas que se vuelven pálidas frente al esplendor de la naturaleza. Encontremos a Hudson.