La afirmación usual dice que la realidad supera a la ficción. Sirve para que un periodista, que pretende reflejar la realidad, se crea mejor o más útil que un novelista, que pretende inventar mundos propios mediante la combinatoria de los existentes. Pero si uno examina el sentido de la frase, al cabo debe convenir en que esa frase sólo es cierta cuando es falsa. Porque en realidad la realidad supera a la ficción sólo cuando aplica los procedimientos ficcionales para superarse a sí misma.
Según cuenta la crónica, Ricardo Ariel González, un comerciante de San Luis, comenzó a sospechar que su mujer le era infiel con Roberto Gilberto Domínguez, policía. El relato no precisa los elementos que a González le permitieron concebir sus sospechas (si hubo pelos, olores, sabores, excusas, ausencias, omisiones, reticencias, desplantes…). Plantado en el universo mental de González el asunto, a cambio de seguir a su esposa, contratar a un detective o enfrentar al policía, armó un perfil falso en Facebook, lo ilustró con la imagen de una rubia exuberante a la que bautizó como Carla Pérez, y se aplicó a levantarse a Domínguez. En una novela policial clásica, si alguien que se llama González quiere matar a alguien que se llama Domínguez no va a usar un nombre falso como Pérez, porque la pista es demasiado conducente. Pero quizá Domínguez sea de la clase de persona que quería de algún modo admitir la responsabilidad de sus propios actos. En cualquier caso, González vuelto Pérez calentó a Domínguez y lo citó, y cuando Domínguez pensaba en tener una noche de lujuria se encontró con el marido de su amante que le plantó cinco tiros finales.
El crimen, en principio, parecía inmotivado, pero una investigación de las costumbres del muerto dio con la existencia de la mujer del criminal y de allí a la sospecha indiciaria y al fake borrado de la computadora de González. Los hechos son reales, pero lo imaginario es más poderoso. ¿Qué habrá pensado González al construir una identidad falsa para calentar al hombre que calentaba a su esposa? ¿Habrá multiplicado su humillación al emplear ese recurso, habrá gozado al imaginar que Carla Pérez convertía en cornuda a su propia esposa? ¿Se habrá calentado él mismo? Un tiro es un acto definitivo, cinco son una descarga. Qué sintió Domínguez a lo largo de la invención de su venganza es el enigma que no devela la crónica.