Salimos así, de golpe. Es el momento más peligroso, las cámaras de seguridad tienen ángulos ciegos y ellos pueden esconderse en un rincón oscuro para no ser vistos, sobre todo si es de noche. Antes de salir, mi señora me dice: “Mirá, mirá bien, no sea cosa que nos agarren de sorpresa. Mirá que son terribles”. Yo le digo que es difícil que salten encima nuestro, ya tienen el lomo doblado de pasar tanto tiempo agachados. Observá bien, le digo, no hacen más que revolver y escarbar, revolver y escarbar. Pero ella dice que nos engañan, nos espían de costado, después les dan aviso a los otros, a los que entran en las casas y te roban y te matan. Quizá tenga razón. Eso explicaría por qué, cuando juntamos coraje y pasamos a su lado, ellos inclinan la cabeza y bajan la vista. No es por vergüenza de su condición ni por humildad, no, están hablando de nosotros. Nos siguen en red, cuchicheando en su lengua de animales, monosílabos y acento extraño, mientras estiran sus zarpas, sus pezuñas, y revuelven la basura. Juntan plástico, sillas rotas, alimentos vencidos. Todo lo que brilla va a la bolsa. A mi señora le da indignación y asco verlos así, y cuando por llevarle la contra le digo que no hacen mal a nadie ella me dice que después la calle queda sucia y que somos ella y yo los que pagamos los impuestos porque ellos, que viven de nosotros, de nuestros restos, las tiran a propósito, las sobras de las sobras, para que las pisemos y nos caigamos. Deberían estar agradecidos –dice–, usan las ropas que tiramos, la comida que nos sobra, duermen en nuestras calles, se acurrucan de noche en las puertas de las casas o en las entradas de los edificios, ¿por qué no se van lejos y desaparecen? A veces algún buen vecino los denuncia y viene la policía y se los lleva, pero por uno que desaparece vuelven dos o tres, y quizá entre ellos esté el que se llevaron, porque son iguales entre ellos, una plaga. Encima, dice, vienen con sus gordas preñadas y arrastran a sus monstruitos que gritan y molestan y estiran las manos, están educándolos para insultarnos con su presencia, rompen las bolsas y dejan los desperdicios para hacernos oler el hedor de nuestros restos, encima que nos necesitan nos desprecian, y son cada vez más, parece que están decididos a ocupar el mundo.
A veces yo me aburro de escucharla y aunque estoy de acuerdo juego a llevarle la contra, entonces le digo que antes había menos que ahora, pero ella me dice que siempre fue lo mismo, y entonces me pregunta si el gobierno va a librarnos de esa lacra, y entonces yo, que no lo sé, para calmarla, porque mi señora es muy sensible, le digo que sí, que si no es hoy será mañana, o alguna vez, pero cambiar las cosas sí, cómo no, mientras hay vida hay esperanza. Se puede, cómo no, sí se puede.