No sé quién fue el que dijo “Quiero ir al Paraíso por el clima, y quiero ir al infierno por la compañía”. Siempre me acuerdo de las citas pero jamás de quienes las acuñaron. Como en la escuela cuando nos enseñaban el teorema de Tales pero una no sabía nada del señor Tales y nadie le decía nada a una, y eso siendo que el señor Tales, el de Mileto, fue una persona muy interesante. Advierto a quien lee que este último párrafo está total, completa e inescrupulosamente plagiado al señor Denis Guedj de su libro El teorema del loro, que recomiendo a todas las que se inclinen con cierto amor hacia las matemáticas. No es mi caso. Lo mío más que amor es curiosidad y represalia.
Lo que toca aquí es el clima, un clima que es un verdadero infierno si es que el infierno es caliente, que lo dudo. Infierno me suena a invierno. Está bien, en otros idiomas no, pero en el nuestro sí, de modo que puede ser que haya un infierno que es invierno dedicado solamente a los hispanohablantes. Como teoría es impecable, y como hasta ahora ningún Virgilio ha venido a guiarnos más allá de la Estigia, puedo sostenerla solamente en base a lo que los machistas llaman intuición femenina que no existe pero es posible que el infierno-invierno tampoco.
Y bien, estamos dedicados, con fervor digno de mejor causa, a calentar el planeta. No digo que los cuarenta grados centígrados de sensación térmica que hoy reinan en Rosario sean culpa nuestra pero sí digo que sería mejor que nos dedicáramos a otra cosa en vez de meterle a esto de derretir los polos. Yo no sé qué se puede hacer ni sé cómo se hace. Los gobiernos del mundo sí pero les importa un rábano, aun siendo que el rábano es una noble planta comestible y crucífera. Por otra parte, tomar “el rábano por las hojas” es tomar un asunto por donde no se debe. Tal como hacen los gobiernos del mundo. Se habrán dado cuenta quienes leen de que hoy me he levantado anarquista. Y, sí, hace un buen rato que estoy pensando, uno, que tengo que darme otra ducha fría a ver si se me pasa (el calor y la anarquía, digo), y dos, que por qué diablos tenemos gobiernos.
No lo sé. No sé por qué tenemos gobiernos. No sé por qué estamos organizados en países que se muestran los dientes de un lado al otro de esa cosa monstruosa llamada frontera (yo también “prefiero los caminos a las fronteras”). No sé por qué el mundo ha evolucionado por los senderos que se le han presentado sin tener en cuenta las consecuencias. En fin, a lo mejor hubo quienes lo pensaron: ¿qué habrá dicho Tales de Mileto sobre el tema? Vaya una a saber si dijo algo. Probablemente no, ocupado como estaba en imaginar unas cuantas rectas paralelas cortando otras líneas que también eran paralelas pero de otro modo (hay varios modos de ser paralelo y mejor no tocarlos). Segura estoy de que señores insignes como Platón y Aristóteles dijeron algo al respecto. De hecho años atrás tuve que leerlos en la facultad, pero como lo hacía para rendir examen y no para adquirir conocimientos, me lo he olvidado todo.
Tampoco sé por qué nos hemos agrupado en ciudades. ¿No viviríamos mejor en casitas desparramadas por los bosques en vez de construir torres inhumanas de ochocientos metros de alto? La anarquista que se levantó conmigo esta mañana tiene la siguiente proposición: tiremos abajo las torres y usemos los materiales para hacer las antedichas casitas cuyos jardines, cuidados con dedicación y amor como explica Cándido, linden con los bosques. En otras palabras, tratemos de ser felices.