Nunca antes había escuchado y leído la palabra chicana tantas veces en tan poco tiempo. Podría fechar el inicio del hallazgo el día del debate entre Macri y Scioli cuando, siempre dispuestos a puntear en la carrera informativa, los obreros de las punto.com titulaban en línea “chicana” para referirse al intercambio de dos oponentes flacos en retórica. Al día siguiente, la prensa gráfica reflejó de la misma manera lo ocurrido en la Facultad de Derecho: “Cruzaron muchas chicanas y no salieron de sus libretos”, se leía en la tapa de Clarín; “Se enfrentaron por primera vez en un debate directo, con cruces fuertes y algunas chicanas”, comentó Página/12, también en portada. Días después, cuando el trip promocional arrastró a los candidatos por los programas zoquetes de la tevé vernácula, la palabra chicana reapareció para perforar el set televisivo.
Macri y su esposa dialogaban a gusto con los conductores de AM (Telefe), presos todos de un decorado espantoso. Jaja, jeje, jiji, jojo, reían y celebraban el encuentro; el estudio vuelto una saturnal de buena onda. Pero –dijimos– todo se desmoronó cuando intervino, una vez más, la chicana:
—Mauricio, te tengo que preguntar. No es una chicana, pero vos estás procesado —chicoteó el periodista Darío Villarruel.
—Hacés el prólogo de que no es una chicana, pero es una chicana —intervino Macri—. (Lo de las escuchas) es un invento del kirchnerismo. A la población, no. A vos te quedan dudas.
—Pero hay una causa penal confirmada por la Cámara de Casación...
—Casanello volvió atrás y dijo que no hay elementos para que se haya hecho lo que se hizo. Pero está muy bien tu planteo y ya entendí. Ya cumpliste tu papel —le escupió Macri al panelista, despectivo.
—Está en la misma situación de Boudou.
—Sí, igualito, igualito, igualito—ironizó Macri, para luego rematar—: no sé cuántas barbaridades más vas a decir en los próximos minutos.
Que un periodista deba disculparse de antemano por hacer una pregunta “incómoda” a su entrevistado es, como mínimo, patrimonio de un latifundio orillero con escaso compromiso republicano. Resultaría imposible en un programa periodístico norteamericano, por ejemplo, que un candidato a la Presidencia se moleste y menosprecie la labor periodística, también.
Hoy es día de ballottage, la oferta binaria. El tiempo de campaña se clausuró; los mortales que asistimos al engrudo fabricado por los centuriones de la mesa chica ya no tenemos que masticar las mentiras propagadas de uno y otro lado. ¿O acaso alguien puede creerle a Scioli cuando dice que erradicará la pobreza; o a Macri cuando asegura que le dará hogar a un millón de personas? Pero la picaresca proselitista es propiedad de todos los políticos empujados a la carrera por el cargo. Cada cual raspando el tomo mercadotécnico a su antojo: Scioli invocando al papa Francisco y la fe cristiana; Macri, con el recetario plástico del new age: amor y buena vibra.
Que Macri no haya concedido una entrevista a Página/12 durante diez años o se ofusque cuando no lo miman en la tele no hace más que derrapar allí donde el material genético kirchnerista genera tanta repulsa. Si Macri finalmente consigue la presidencia, tendrá la chance de promover un nuevo paradigma: responder a las demandas de ese medio país –punto más, punto menos– que lo eligió. Pero también seducir a esa otra mitad que lo emparenta con lo más rancio del empresariado nacional y lo considera capaz de extirpar cualquier derecho básico. Si no, el clima eufórico por el cambio durará poco. Los seguidores lo abandonarán en la errancia de lo salvaje, al acecho de los predadores que como el relámpago que irradia en la noche le recordarán que la palabra cambio no debe ser un apéndice más del discurso vacío.
*Editor de Cultura de Perfil. Coautor del libro Mundo PRO.