La otra tarde, holgando el tiempo, me aboqué por un rato al zapping. No alcancé a dar la vuelta entera, me fatigué pronto; pues me he formado con la perilla y la escala modesta de solo cuatro canales. Así que apenas llegué a Nickelodeon pegué la vuelta y emprendí reversa. En el trayecto, sin embargo, entreverados en los canales de noticias que impartían, asertivos, cuantiosas incertidumbres, pude ver algunos programas grabados: vi a Pampita Ardohain defendiendo el amor romántico (frente a Rafael Ferro, que lo objetaba); vi a Néstor Ortigoza repasando su carrera; vi a Carlos Tevez prometiendo pelear el torneo hasta el final (promesa cumplida, por cierto).
Eran todos programas grabados, pero recientes. En ellos, en consecuencia, los participantes lucen confiados, incautos, desprevenidos; y todo por la sencilla razón de que no sabían lo que se avecinaba: la pandemia, el peligro, el encierro. Mirados ahora, desde estos otros días, todos ellos parecen especialmente felices, especialmente relajados. Su placidez o su algarabía resultan, por contraste, aumentadas. Y nos ponen de inmediato en estado de añoranza, porque damos en pensar que por entonces, y no hace tanto, también nosotros éramos dichosos, también nosotros nos solazábamos (está claro que idealizamos. Lo más probable es que, aunque por otras razones, anduviéramos también preocupados, nos hiciéramos también mala sangre).
En cualquier caso, hay a la vez algo que nos complace viendo a Tevez, viendo a Ortigoza, viendo a Pampita: están hablando de otros temas. De otros temas, simplemente, están hablando de otras cosas. Lo cual comporta, de por sí, cierto alivio. Porque el encierro no es solamente un encierro de espacio, metidos siempre en un mismo lugar, sino también un encierro de conversación, metidos siempre en un mismo asunto.
Conozco por suerte a algunas personas que son más bien monotemáticas. Algunas que hablan solamente del trabajo, algunas que hablan solamente de sí mismas; personas que cotizan muy alto en estos días que corren. Y es que, fijados en su único tema, hoy habilitan, paradójicamente, esa alternativa tan vital: la del cambio de tema. El cambio de tema (el gran arte de la literatura, según ha dicho César Aira) resulta hoy tan necesario como difícil. Los llamo para que me conversen. Los leo, si es que escriben algo.
Y si no, busco en la tele, que ofrece soluciones también.