En mi familia ahora adoptamos números para designarnos; está el sector 48: mi mamá (lista completa del Frente de Todos), el sector 24 (mi marido y mi hijo: boleta presidencial para Alberto Fernández) y el sector 40 (mi hija, mi yerno y yo), que no votamos para ningún cargo a ninguna de las dos primeras listas. Más allá de eso, hay algarabía generalizada porque esto no daba para más y el lunes amanecimos con un sentido de normalidad que desde hacía meses no disfrutábamos.
Como, de todos modos, no hay que ilusionarse demasiado porque el campo arrasado tardará en volver a dar sus frutos, parte del sector 40 se ha empeñado en obtener una ciudadanía europea por la que yo nunca tuve particular inclinación. Me pusieron a revolver papeles viejos para localizar certificados de nacimiento, de defunción, de casamiento, fechas de ingreso a la Argentina, datos duros.
Tenemos linaje perfecto pero andamos un poco flojitos de papeles, así que algún gestor tendrá que encargarse de localizar lo que falta, no tanto para mí, que soy ciudadano honorario del mundo, sino para aquellos integrantes del sector 40 que no tienen ya más paciencia para regímenes experimentales como los que estuvimos condenados a padecer desde hace más de veinte años y por veinte más, casi con certeza.
Yo confieso que la rotatividad de las sedes de gobierno que se han propuesto tanto a nivel nacional como provincial (aprovechando la red de aeropuertos que el saliente gobierno dejó armada) me entusiasma bastante: es como no saber cuándo cantará el gallo ni dónde lo hará.
Volviendo a la desconfianza del sector 40, aparecieron las fotos de 1912 de la empresa de mi bisabuelo, Heinrich Link: una empresa familiar en un pueblo bávaro de la cual mis hijos no sabían nada. El letrero lo dice claramente: Fabrik y debajo: Limonaden Heinrich Link. Mis hijos preguntaron: “¿De qué era la fábrica?”. Un poco de imaginación, que así no van a aceptarlos. ¿Qué otra cosa puede querer decir Limonade sino limonada? En plural, designa más genéricamente a cualquier refresco. De modo que mis antepasados fueron unos visionarios que habrían inventado la Coca-Cola, si hubieran estado en un país menos tendiente a los desórdenes bélicos, como era Alemania por entonces.
De 1971 es un documento que, creo entender, es una declaratoria de herederos. A mi papá y a su hermana les tocó en ese momento un doceavo de aquella empresa malograda, pero que había subsistido a los tumultos de la Bestia.
Yo no sé si el sector 40 de mi familia alcanzará a obtener la ciudadanía europea, pero estas historias les encantan porque trabajan para la megacorporación Disney, y de Mickey a Coca-Cola hay apenas un paso.
Yo, por mi parte, tenía proyectado un cambio de vida, pero la macrisis arrasó con ese sueño inmobiliario. Tendré que esperar dos años y ver qué onda.