Un amigo con altas credenciales académicas y analista experimentado de la política hace algunos días me señaló que duda de la posibilidad del debate presidencial: “A nadie le importa mucho, salvo a algunas ONG y a los románticos de la política. Es así desde 1983, y no hay razones para que esta vez sea distinto”.
No estoy de acuerdo: hay razones sólidas que auguran que esta vez será distinto. Hay una demanda incipiente de la ciudadanía y una creciente conciencia de los medios sobre la necesidad de convertir al debate en un bien público. Y hay candidatos presidenciales que expresaron su voluntad de debatir. Pero hay un camino que transitar para hacerlo posible.
Quienes disputan la opinión sobre el proceso electoral argentino comparan la pobreza de los intercambios aquí con la liturgia y práctica de los debates en países vecinos. No es un factor decisivo, pero analistas y periodistas se preguntan por qué en la Argentina no.
En estas elecciones no habrá un presidente en ejercicio compitiendo por la reelección. Este escenario evita la cancha inclinada que supone el presidente en ejercicio diciendo que debate todos los días poniendo su gobierno a consideración de la oposición y la opinión pública. Ha sido el argumento preferido de quienes estando en el cargo se niegan a debatir.
El otro gran apotegma antidebate es “el que gana no debate”. Dos razones contradicen esta lógica en la próxima elección. La primera es que hasta ahora nadie encabeza de forma contundente las encuestas. Por eso es el momento de comprometer a los candidatos (la mayoría lo hizo ya) con el debate.
La otra razón es que, de aceptar el debate, los candidatos pueden inaugurar un nuevo y mejor equilibrio en la dinámica electoral, y así contribuir a una mejor conversación política. En la mayoría de los países, los que ganaron también debatieron.
Donde los debates son un hito insoslayable de la campaña, los medios de comunicación juegan un rol importante. Difunden masivamente el debate y los convierten en una cita ciudadana a gran escala. Pero cuando la acción colectiva entre los medios no funciona, quienes no quieren el debate se escudan en los desacuerdos sobre cuándo y cómo debatir. Los medios públicos y privados audiovisuales, gráficos y radiales pueden colaborar con este gran hito tal como ocurre en Chile, Brasil y otros tantos países.
Los realistas de la política, que creen que el debate no le importa a nadie, olvidan que los electores quieren saber cómo piensan los candidatos resolver los problemas del empleo, la seguridad y la inflación; que les expliquen por qué sus hijos no comienzan las clases, o qué hacer con el transporte público.
Los debates exponen a los candidatos a estas preguntas ante el público con una profundidad ausente en otros ámbitos. Se trata de evitar el espectáculo de las acusaciones personales y el minuto a minuto a los que se someten los candidatos en los programas diarios.
El camino al primer debate presidencial de la historia argentina tiene mucho trabajo por delante. En Argentina Debate (www.argentinadebate.org) buscamos convertirlo en un bien público. Para ello, es clave traducir el compromiso de los candidatos en una instancia de diálogo sustancial sobre las lecciones y opciones para realizar el debate. Los espacios políticos deben protagonizar esta historia. Hay un equilibrio mejor, y es con la política suscribiendo un paso trascendental para la democracia.
Los medios pueden hacer mucho para que esto ocurra, anteponiendo la construcción conjunta de un bien público a la consecución de un escenario parcial que puede arriesgar el debate o quitarle legitimidad. Las ONG, las universidades, los líderes de opinión y representaciones gremiales sindicales y empresariales contribuyen apoyando la demanda de debate y celebrando su realización.
Esta vez puede haber debate. Good show político, y una instancia relevante para ejercer la ciudadanía.
*Director ejecutivo de Cippec y miembro de Argentina Debate.