Desde que empezó el Mundial, hace menos de diez días, ya debo haber visto unos treinta partidos. Habrán sido algo así como 45 horas o, para decirlo de un modo que asuste más, casi dos días. Y no tengo un marido al que echarle la culpa de que no me entrega el control remoto ni la excusa de que en casa haya una sola tele. Vivo sola. Los veo porque quiero. Hasta en el trabajo soy la que se enoja cuando no está puesto el Mundial.
De algunos encuentros vi los noventa minutos; de otros, la mitad. Algunos fueron entretenidos; otros, aburridos, y por momentos simplemente estaban de fondo, mientras yo hacía otra cosa. Sólo me tranquilizaba que estuvieran ahí.
No sé por qué lo hago. Sobre todo en esta fase en la que muchos partidos no son importantes para Argentina. ¿Por qué el sábado pasado, antes de ir al teatro donde trabajo, estaba mirando Costa de Marfil-Japón? ¿Por qué pasé una tarde viendo Irán-Nigeria? Ni siquiera sé quién quiero que gane. Pero no me importa. Sí, ya sé. Me sumo a la fiebre mundialista. Me contagio. Soy fácil (bueno, que eso no se malinterprete).
Así como durante los Juegos Olímpicos llegué a ver horas de curling (sí, ese deporte que se juega como pasando un trapo de piso por la cocina), hoy miro fútbol. Pero, por más que tenga una sobredosis de partidos vistos, no dejo de ser minita. Soy la que hace esos comentarios que para algunos están fuera de lugar. Y no porque no sepa qué es un offside, cuándo es penal o si Sabella tendría que haber puesto un defensor menos. Eso también lo digo. Pero hay otras cosas que también se pueden mirar, comentar.
Por ejemplo, no puedo evitar decir que me parecen ridículos los jugadores que usan un botín rosa y uno celeste. Ya sé que por eso les pagan millones, pero me parece que queda muy mal. Si fuera su madre, los retaría para que se vistieran elegantes. ¡Los está mirando el mundo entero!
O decir que a las camisetas de varios equipos se les fue la mano con el agua caliente en el lavado y se encogieron. O, a lo mejor, las compraron dos talles más chicos. Igual eso no me molesta, deja que se aprecie bien a los muchachos.
Mientras la pelota está en juego, también se puede hablar de los distintos teñidos que se hacen. Como que el rubio en los japoneses Honda y Kakitani no queda muy natural. O decir enojada e indignada cómo se nota que Ronaldo quiere ser modelo y sólo espera meter un gol para poder sacarse la camiseta y mostrar el cuerpo.
¿Acaso me puedo callar que hay un exceso de flúo en los botines y la vestimenta?
¿O que los apellidos de los japoneses me parecen graciosos? Cada vez que dicen Kagawa yo me río de manera muy infantil. No, eso también es parte del fútbol. O por lo menos del fútbol que me gusta mirar a mí. Bueno, los dejo, tengo que ir a ver el resumen de la jornada de hoy.
*Comediante y actriz.