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Campaña antiargentina

¿Todo pasa o todo queda? La Argentina huele a regurgitación eterna. Nada transcurre del todo. Ayer es hoy, todo el tiempo.

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¿Todo pasa o todo queda? La Argentina huele a regurgitación eterna. Nada transcurre del todo. Ayer es hoy, todo el tiempo.

Van semanas de zafarrancho cacofónico usadas en debatir una ley que reemplace a la “de la dictadura”. El empeño extravagante en autoconvencerse de que hay cosas que se modifican sólo con una ley agravia las inteligencias más modestas. Se ignora, adrede y con prepotente virulencia, que a la Argentina las leyes no le mueven las agujas del amperímetro.

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Sin necesidad de ley alguna, el Gobierno pudo haber democratizado en serio los medios que maneja como hacienda propia (Canal 7, Radio Nacional, Télam), pero prefirió servirse burdamente de ellos, sin mosquearse, ocupándolos como si fueran de su propiedad y emitiendo programas que insultan, con cobarde unilateralidad, a periodistas y políticos que discrepan con lo actuado por el poder en este largo sexenio.

¿Por qué creerles hoy que, con otra ley, serán virtuosos, si con las herramientas que manejan, con las que podrían haber demostrado otra conducta, sólo atinaron a imponer el pensamiento único y el culto de la uniformidad más autoritaria? Por eso el anuncio de “redistribuir la palabra” es una farsa. ¿Lo han hecho donde mandan? Al escucharlos, se parecen a veces a los editores de Granma o de la vieja Pravda soviética posando como militantes de la diversidad del pensamiento.

Todo permanece más o menos igual o, si se quiere, yendo y llegando, y volviendo de nuevo, eterno retorno a lo de siempre. Así se muestra la Argentina, infatigable rumiante de sus mismos hábitos.

Nueva comprobación de esta asombrosa falencia, hace pocos días se dijo en una radio argentina que el interés demostrado por Televisión Española y El País de Madrid en mostrar el visible e insultante recrudecimiento de la pobreza en la Argentina es parte de una campaña motorizada por empresas hispanas molestas o incómodas con acciones del gobierno de los Kirchner.

Desde Radio Continental, curiosamente propiedad del grupo Prisa de España, se afirmó que ese interés por la pobreza era sospechoso y olía a campaña. ¿Campaña? ¿No hablaban de eso las Fuerzas Armadas en los años setenta? Treinta años después, ahora con maquillaje progresista, regresan los más vetustos fantasmas, arcaico credo ideológico según el cual los medios de comunicación recogen noticias negativas cuando son accionados por botonera remota.

La “campaña antiargentina” denunciada por la dictadura entre 1976 y 1983 es pariente y precedente inmediato de esta nueva retro extravagancia, ahora ejecutada desde el odio y la ceguera que se han apoderado de referentes mediáticos locales enfermos de dogmatismo.

Es el mismo dispositivo antiguo y reiterativo que bautiza como “irrupción” la preocupación de la Embajada de los Estados Unidos pidiendo reglas claras para la empresa Kraft. ¿No fue una irrupción condenable que la Embajada de los Estados Unidos pusiera en el horno al presidente Carlos Menem en enero de 1991, al denunciar el pedido de coimas a Swift? La revelación de esa embajada determinó el relevo de varios ministros en pocos días. La denuncia del entonces embajador de los Estados Unidos, Terence Todman, reveló que un representante del gobierno de Menem había pedido una “contribución económica” para activar un expediente de esa empresa norteamericana.

El entonces asesor presidencial, su cuñado Emir Yoma, aparecía como quien había pedido dinero a Swift. Aliado del presidente republicano George H.W. Bush, Menem no se salvó de la rotunda acción de la embajada norteamericana, pero hoy los panegiristas del progresismo K se ofuscan con el supuesto imperialismo de los funcionarios del demócrata Obama.

¿Campaña antiargentina? Esta semana, un diario británico de izquierda que apoyó claramente a los Kirchner desde 2003, The Guardian, les dio para que tengan y guarden. “Se volatiliza el apoyo para la presidenta de la Argentina, Cristina Kirchner, y su marido. El matrimonio siente el viento frío de las acusaciones de corrupción luego de haber amasado una fortuna personal”, comenzaba su crónica. “El resto de la Argentina sufre desempleo y pobreza, pero en El Calafate sólo se ven preciosas boutiques, restaurantes gourmet y camionetas 4x4. En las orillas del lago nuevos hoteles y alojamientos reciben a sus huéspedes con champagne. Pero, sin embargo, pocos en El Calafate han prosperado tanto como la presidenta Cristina Kirchner y su esposo Néstor”.

¿Destituyente izquierda británica? “Además de poseer una mansión de fin de semana, la pareja presidencial ha invertido fuertemente en tierras y propiedades, logrando rentas espectaculares. Declararon al fisco 28 propiedades (no todas en El Calafate) valuadas en US$ 3,8 millones, cuatro empresas valuadas en US$ 4,8 millones y depósitos bancarios por US$ 8,4 millones. Vendieron el año pasado un terreno fiscal, comprado en 2006 por US$ 34 mil, a US$ 1.640.000. Desde que llegaron al poder, en 2003, su patrimonio pasó de US$ 1.700.000 a US$ 12 millones.”

Asegura el progresista The Guardian, el diario que deben leer en su desayuno londinense Ernesto Laclau y Chantal Mouffet, ideólogos preferidos de los Kirchner, que “la percepción de corrupción alimenta una reacción negativa que ha devastado la popularidad de los Kirchner y les ha costado perder el control del Congreso, convirtiendo a su gobierno en un potencial lame duck (pato rengo). Es una caída veloz para un matrimonio que alguna vez reinó como salvadores de la Argentina”. Remata: “Las cosas les han salido mal, la pobreza y el crimen aumentaron y el Gobierno perdió su batalla por cobrarles más impuestos a los productores agropecuarios. La pareja de oro perdió su brillo”.

La Argentina se repite, siempre apremiada por culpar al pasado y a los demás de sus desaguisados contemporáneos. Gran filósofo nacional, Diego Maradona lo patentizó cuando le analizaron la orina al final de un partido y le encontraron lo que no debería haber consumido. “Me cortaron las piernas”, dijo.

Debería ser obra de otra “campaña antiargentina”, seguramente.

 

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