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Canciller judío, Estado palestino

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 El reconocimiento formal de la Argentina a Palestina como un “Estado libre e independiente” provocó esta semana un sismo entre la Casa Rosada y el gobierno israelí. Tras el anuncio que llegó desde el Palacio San Martín, el vocero de la diplomacia israelí, Yigal Palmor, advirtió que la declaración de Buenos Aires era “decepcionante” y que iba “contra las negociaciones de paz”.

El canciller argentino, Héctor Timerman, había anunciado que la Argentina reconocía las fronteras anteriores a la Guerra de 1967 para el establecimiento de un futuro Estado de Palestina, pero tras la protesta de Israel, se vio obligado a aclarar –por Twitter– que “la Argentina no reconoce a Jerusalén como capital de ningún Estado”.

La decisión argentina no se trata, hay que decirlo, de ninguna ofensa a la soberanía de Israel y es acorde con lo que la comunidad internacional entiende como un paso fundamental y necesario para consolidar el siempre incipiente proceso de paz en Medio Oriente. La proclama coincidió, además, con la postura manifestada por un centenar de países y fue presentada en sintonía con Brasil y Uruguay.

Pero, a diferencia de los socios del Mercosur, la Argentina guarda con Israel una relación singular por acoger en su territorio a la comunidad judía más grande de América latina, con un total de 200 mil personas. Hay que sumergirse, además, en la larga historia de encuentros y desencuentros entre la Argentina e Israel para entender el verdadero gesto que escondió el fuerte rechazo que generó en el gobierno israelí la posición de la Casa Rosada.
Es una historia que incluye a los ya legendarios “gauchos judíos” criollos, a las letras del “tango judío” de Julio Nudler y hasta al McDonald’s Kosher del Abasto, el único en el mundo fuera

de Israel. Pero que guarda también algunos sucesos más nefastos como el de ser la Argentina el único país en el que se produjeron dos atentados terroristas –contra la embajada de Israel en 1992, y contra la sede de la AMIA, en 1994–, además de presentar en distintas etapas un profundo antisemitismo.

En Argentina, Israel y los judíos, Raanan Rein, uno de los mayores conocedores de la historia Argentina en Israel, destaca que la llegada de Juan Perón representó un interesante punto de partida para analizar esa relación bilateral. Es que, a pesar de sus coqueteos con los fascismos europeos y la permeabilidad frente a la entrada de nazis al país, el primer enviado de Israel a la Argentina tejió una buena relación con el gobierno de Perón.
Rein, profesor de Historia Latinoamericana de la Universidad de Tel Aviv, coloca también la captura de Adolf Eichmann en la Argentina de 1960 como el segundo hecho más relevante en esta historia. La Operación Garibaldi, organizada por el Mossad para capturar a uno de los mayores colaboradores de Adolf Hitler, complicó las relaciones entre el gobierno de Arturo Frondizi, un luchador contra el fascismo, e Israel. El genocida debía ir a la cárcel, pero la violación de soberanía fue muy difícil de justificar.

Más tarde llegarían los terribles brotes de antisemitismo argentino de la mano de Tacuara, una organización fascista con vínculos políticos que inició en los 60 una serie de campañas con persecusiones y violencia armada en las calles, profanaciones en cementerios judíos y vandalismo en sinagogas.

Pero la vergüenza argentina había nacido antes. Fue la Circular No 11 la que inauguró la mayor etapa de antisemitismo oficial. Aquella norma secreta de la Cancillería argentina en 1938 ordenaba a los diplomáticos destinados en Europa negar la entrada a los judíos perseguidos por el nazismo.

Quiso el destino que sea ahora otro jefe de la diplomacia argentina, paradójicamente, el primer canciller judío, el que volviera a tensar las relaciones con Israel.