COLUMNISTAS
habitos

Canción de los hermanos

default
default | Cedoc
Hay dos grandes libros de cuentos escritos por cordobeses que andan circulando. Uno es Un cementerio perfecto, de Federico Falco, que tiene cinco relatos magistrales. El otro es el de Luciano Lamberti y se llama El loro que podía adivinar el futuro y salió ya hace un tiempo. Su potencia no deja de crecer, como pasa con los grandes libros. Sobre todo, como también sucede con el libro de Falco, porque se mezcla constantemente con la vida. Es decir: no sabés si estás leyendo un cuento o si estás viviendo un cuento. Pienso específicamente en el relato La canción que cantábamos todos los días donde un miembro de la familia –el que lo relata– narra la descomposición de la felicidad de esa familia a partir de que, conjetura, algo extraño sustituyó el cuerpo de su hermano.

Yo también pensé eso con respecto a mi hermano menor en algún tramo de nuestra vida. Y lo recordé este domingo cuando caminábamos juntos, solos los dos, como hace mucho no hacíamos y mi hermano me contaba sus cosas íntimas y yo le contaba las mías y mi hermano me dijo: “Fabi, quedate a pasar la noche con nosotros”. Y yo recordé esa frase que le dicen los discípulos a Cristo cuando lo ven resucitado en esa parte clave de la fábula: “Señor, quedate a pasar la noche con nosotros”. ¿Cuántas veces dijimos eso, no? ¿Puedo pasar la noche acá, hermano? Entonces yo me reencontré con mi hermano, con el verdadero. En un momento del relato magistral de Lamberti, casi sobre el final, el narrador está en un micro que para en un pueblo deprimente y de golpe observa a alguien que está abajo, en la estación, y dice: “En el piso grasiento había un perro dormido, y contra una columna un hombre de pie, con un gran bolso Adidas al hombro. Me acuerdo que pensé: qué deprimente vivir en un pueblo así. Y entonces volví a mirar al tipo y era mi hermano. Sentí una aguja helada en la columna vertebral: era mi hermano, era mi hermano, era el verdadero, con algunas hebras grises en el pelo y algunos kilos extra, pero era él, Dios y la Virgen Santa”.

El narrador decide no hablarle, lo deja ir, eso provoca una suspensión productiva en la trama del cuento. Muchas veces yo con mi hermanito hice eso, lo dejé ir. Que siguiera su vida pero, como sucede en unos versos hermosos de Roberto Echavarren, siempre sabiendo “que en la vida paralela tuve el hábito de estar cerca de ti”.