Todo habría empezado con la diosa teutona Astarté, bello y fértil símbolo de la primavera, la luz y los buenos tiempos. Dicen que Astarté andaba siempre acompañada por un conejito muy simpático pero bastante raro: ponía huevos de colores. Los sajones llamaron Eastre y luego Easter a la divinidad, de ahí que al domingo de Pascua, en los países de habla inglesa, se le siga llamando Easter Sunday. Ni los judíos primero ni los cristianos después pudieron evitar que llegara hasta nosotros el rito pagano de regalar huevos y conejitos de chocolate para estas fechas, tan coloridos y rellenos de sorpresas.
Antes de irse a pasar la Sem ana Santa en El Calafate, los Kirchner, ya demasiado afectos a la sorpresa como factor principal de su acción política, dejaron de regalo un brutal huevo de Pascua incrustado en una rosca incomible. Adentro no trae confites ni muñequitos propiamente dichos, sino un sinfín de “candidaturas testimoniales”. En pingüino básico se llama así a que un montón de funcionarios públicos que fueron votados hace dos años para otra cosa se presenten a las próximas elecciones legislativas como candidatos a otra, aclarando que jamás asumirán las responsabilidades que el pueblo les asigne el 28 de junio.
Nadie desconoce la obsesión que tienen los peronistas con los huevos. Si hasta a la mismísima Cristina se le exigen “¡huevos, huevos, huevos!” en los actos, provocando sobreactuados enojos “de género” por parte de la señora. Lo curioso es que la palabra “testimonio” reconoce un mismo origen que “testículo” en el vocablo latino testis, que significa testigo.
Dar testimonio quiere decir comprometerse a algo ante testigos, ya sean éstos los pares de uno, el público, un escribano, los viejos dioses o el Dios actual. Y un testículo vendría a ser un pequeño testigo de la virilidad masculina: el sufijo “culus” es un diminutivo.
Los antiguos romanos, llegado el momento de ser sometidos a un juicio o de asumir una nueva función en el Estado, solían agarrarse de los testículos en señal de su compromiso imperecedero con la verdad o el futuro, y dando muestras de lo que estaban poniendo en juego si no cumplían. Así daban testimonio.
La civilización occidental encontró en la Biblia, en la Constitución o en ambas escrituras a la vez un modo de, entre otras cosas, erradicar aquellos desagradables gestos romanos que, a la vuelta de la vida, terminaron queriendo decir exactamente lo contrario. Un maleducado “tomá de acá”.
Daniel Scioli, por ejemplo, dio testimonio ante Dios, la Patria y los Santos Evangelios de que iba a cumplir su mandato de gobernador y de que, si así no lo hiciere, deberían demandárselo.
¿Testimonio de qué sería su eventual candidatura testimonial a diputado cuando le quedan por delante más de dos años de gestión?
¿Desde cuándo la lealtad a Kirchner o al supuesto proyecto patriótico de los K o a sí mismo vale más que su juramento previo, surgido del mandato de las urnas?
Scioli es apenas la parte más visible del problema, no es el problema en sí. Tal vez valdría la pena ir preguntándose muy en serio por qué el kirchnerismo no iba a entrar en estado de descomposición, si hasta el imbatible Imperio Romano dejó de existir.
Hace una semana, toda la crema política nacional desfiló ante el féretro de Raúl Alfonsín para ofrendarle un testimonio de más democracia, más institucionalidad y más respeto a las reglas de juego. Una semana después estamos hablando de “candidaturas testimoniales” que más se parecen al clásico gesto de “¡minga!” que a algo medianamente serio y provechoso para las grandes mayorías a las cuales tantas veces se invoca.
Es como confundir el sentido purificador de la Pascua con las motivaciones catárticas del Carnaval.
Es una barrabasada tan grande como afirmar que el testimonio que pide Kirchner proviene, en realidad, de que las encuestas han logrado ponerle los “testis” de moño.
Del lado de la oposición tampoco prima la cordura. Grandes valores de la “nueva política” como la porteña Gabriela Michetti y el moronense Martín Sabbatella caen en idéntico despropósito. Sus responsabilidades resultan ínfimas al lado de lo que le está pidiendo Kirchner al conjunto de su tropa de mandatarios en todos los niveles. Sin embargo, se espera de ellos (y por la sola razón de que ellos la prometen) una actitud más firme y principista que la de hallar el camino más corto hacia el éxito.
¡Felices Pascuas!
¡La casa sigue siendo un despelote, Don Raúl!