Llegamos al inicio de las clases, inicio que coincide con expectativas de todo tipo que repercuten en el desempeño de los chicos y de los docentes. ¿Cómo mantener su motivación? ¿Cómo ayudarlos a valorar la materia? ¿Cómo orientarlos para que tomen buenas decisiones? ¿Me pondré nervioso para rendir un examen? ¿Cómo puedo hacerme nuevos amigos? Estas son algunas de las preguntas que unos y otros se plantean para responder necesidades que afectan no solo aspectos cognitivos o de rendimiento, sino también su proyecto de vida.
Muchas de estas expectativas implican el desarrollo de competencias socioemocionales, también conocidas como fortalezas de carácter, entre las cuales Peterson y Seligman, que identifican 24, mencionan: la curiosidad, el amor por aprender, la creatividad, la valentía, la laboriosidad, la honestidad, la bondad, la equidad, la responsabilidad ciudadana, la prudencia, el perdón, la gratitud, el optimismo, la espiritualidad…
Si bien muchas se aprenden en el entorno familiar y escolar espontáneamente, las exigencias del mundo actual hacen necesario su desarrollo explícito a fin de poder convivir consigo mismo y con los demás en forma positiva y sana, realizar aportes que mejoren el entorno y afrontar las exigencias sociales, escolares y laborales.
Al respecto, numerosos estudios muestran que el rendimiento en estos campos no depende tanto de la capacidad intelectual que se posee, sino de la habilidad para autoconocerse y regular los aspectos afectivo-motivacionales.
En el medio educativo, si bien están en boca de todos, el desafío se presenta en el momento de delimitarlas y de incluirlas en las planificaciones para así promoverlas y evaluarlas, tarea que exige un trabajo interdisciplinario, colaborativo y progresivo que supone un cambio de enfoque y de paradigma.
Junto con ello, pueden pensarse una serie de pasos imprescindibles a realizar, que pueden concretarse en cinco puntos clave:
* Considerar las capacidades a desarrollar en los alumnos y en los docentes en coherencia con el ideario, con el proyecto educativo de la propia institución y con el entorno social. Para ello puede ser útil plantearse algunos interrogantes como: “¿cuál es el perfil de egresado que aspiramos desarrollar? ¿Qué valores priorizamos?
* Habilitar espacios de formación en los que se propicie el desarrollo de competencias socioemocionales en los docentes, ya que esta profesión conlleva el desarrollo de capacidades que luego necesitan los alumnos. De hecho, todos tuvimos maestros que “nos marcaron” para bien o para mal, por lo que si no contamos con referentes que sean empáticos, pacientes, perseverantes o resilientes, ¿cómo podremos tener alumnos con estas mismas capacidades?
* Trabajar en forma integrada con las familias y con la comunidad en la que está inserta la institución educativa. Claro está que ello se adaptará al nivel educativo de la organización y a su proyecto.
* Incluir la enseñanza de fortalezas socioemocionales en los espacios formales de aprendizaje desde el nivel inicial hasta el universitario: aspecto que, en parte, se menciona en los Lineamientos Curriculares del Programa Nacional de Educación Sexual Integral.
* Complementar el desarrollo de los programas con los espacios de tutoría o asesoramiento personal.
Estos puntos, que son solo algunos de los que pueden tomarse como referencia para que docentes y alumnos aprendan a ser “fuertes”, no solo plantean desafíos y oportunidades, sino que también sirven para orientar más integralmente el proceso formativo de quienes transitamos las aulas.
*Dra. en Ciencias de la Educación. Investigadora Asistente del Conicet (Ciipme) y Profesora Asociada de la Escuela de Educación de la Universidad Austral.