Estela de Carlotto se enojó con Hilda Molina y le recomendó a la médica cubana que durante su estadía en la Argentina se dedique a “disfrutar de su familia y haga silencio”, al menos sobre sus connacionales Fidel y Raúl Castro, y que “no juzgue a nadie”, en especial a las Madres de Plaza de Mayo por su respaldo al régimen cubano.
¿Qué es lo que molestó a la titular de las Abuelas de Plaza de Mayo? Una respuesta de Hilda Molina el domingo pasado en el reportaje de Jorge Fontevecchia en PERFIL, cuando sostuvo que las Madres “sufrieron la persecución de una dictadura, y, sin embargo, reverencian otras dictaduras, como la que hay en Cuba, que es una dictadura de izquierda, mientras que la que hubo acá fue de derecha”.
Agregó Molina que ella nunca quiso entrar en contacto con las Madres para plantearle su situación dado que “sé que no iban a hacer nada porque el que reverencia tanto a aquella dictadura demoniza a quienes pensamos diferente”.
Como se sabe, Molina tuvo que luchar durante 15 años para que el gobierno cubano le diera permiso para salir de la Isla rumbo a la Argentina, donde vive su único hijo, Roberto Quiñones, quien se fue de Cuba tras casarse con una argentina, con la cual tiene dos hijos, también argentinos. Desde hace un tiempo, acá vive también la madre de Hilda Molina, que está muy enferma.
El lunes, Carlotto salió a cruzar a Molina: “Quien ofende el pañuelo, esté arriba de la cabeza de quien sea, está ofendiendo a todas. Los que ofenden a las Madres nos están ofendiendo a todas”. Agregó: “La Revolución que encabezó Fidel Castro y su hermano fue una liberación del pueblo, con errores y virtudes. Acá no es una historia de decir dictadura a una gestión que se está preservando por ejemplo ante el bloqueo (estadounidense)”. Y recordó que el viaje de Molina a la Argentina fue propiciado por la presidenta Cristina Kirchner, a quien respalda.
Sin embargo, si el gobierno cubano no es una dictadura (una palabra antipática) se le parece bastante: hay un solo partido, la economía es estatal, la prensa es gubernamental, no rigen las libertades públicas y el Estado de derecho, y si un cubano se quiere ir de su país debe ser autorizado por el gobierno.
Carlotto no debería preocuparse tanto por esa palabra: la dictadura, si es del proletariado, no es una cosa negativa desde el punto de vista de Marx, Lenin, Mao o el Che Guevara. Por el contrario, para ellos era algo estrictamente necesario, el inevitable momento de transición hacia el comunismo verdadero, donde ya no habría clases ni explotación de una por otra, como ocurre en el capitalismo y en su reflejo político más desarrollado, la democracia liberal o de partidos.
En todo caso, la dictadura del proletariado estaba en la base de la ideología y de la utopía que inspiró a muchos jóvenes en los ’70, tanto en el Ejército Revolucionario del Pueblo como en Montoneros; al menos, en la última etapa de Montoneros. En aquellos años se pensaba que el socialismo estaba al alcance de la mano y que para llegar a él sólo había que remar más fuerte. Por ejemplo, abrazar la lucha armada aún durante gobiernos democráticos, que habían sido elegidos por el pueblo, como los encabezados sucesivamente por Héctor Cámpora, Juan Perón e Isabel Perón.
Más allá de eso, las críticas de Carlotto muestran las dificultades que surgen cuando las organizaciones de derechos humanos pasan de la sociedad civil a la sociedad política; es decir, cuando se embanderan con un proyecto político determinado, que, por definición, enfrenta a un sector con otro. En esos casos, esos organismos corren el riesgo de dejar de lado su objetivo original para pasar a defender causas políticas particulares. En este sentido, la recuperación de todos los chicos apropiados durante el terrorismo de Estado de la última dictadura argentina ya es una causa de todos los argentinos, que no puede depender de cómo le vaya a Néstor Kirchner en el Conurbano bonaerense o de la dinámica del régimen cubano de Fidel y Raúl Castro.
*Editor jefe de PERFIL y autor de Operación Traviata, ¿quién mató a Rucci?