En 1977 la película Annie Hall produce esta escena: Detrás del personaje que encarna Woody Allen, una persona que está en la cola esperando entrar a un cine le dice a su novia.
—Es la influencia de la televisión. Marshall McLuhan lidia con esos términos de intensidad elevada. Un medio caliente.
Woody Allen, que ya venía manifestando fastidio por las opiniones pretendidamente eruditas de quien hablaba detrás de él, grita.
—¿Qué hace uno con un tipo así detrás?
—Por qué no puedo dar mi opinión? Es un país libre.
—¿Tiene que darla tan alto? ¿No le da vergüenza discursear así? Lo gracioso es que usted no sabe nada acerca de Marshall McLuhan.
—¿De veras? Dicto cátedra sobre “La televisión y la cultura” en la Universidad de Columbia. Lo que dije de McLuhan es muy válido.
—¿De veras? Eso es gracioso, porque aquí está McLuhan.
Woody Allen busca a una persona que estaba tras un cartel y asoma el verdadero McLuhan –murió recién tres años después–, quien le dice al profesor universitario.
—Oí lo que dijo. Usted no sabe nada sobre mi obra. Todo mi argumento está tergiversado. Es completamente increíble que haya podido enseñar algo.
Woody Allen mira cómplice a cámara y remata.
—Si la vida fuera así...
Si la vida real fuera así de fácil como dice Woody Allen y se pudiera enfrentar a quienes enseñan una perspectiva con los autores originales de la misma, y ellos estuvieran dispuestos a explicarse, sería posible que Néstor Kirchner les dijera a los integrantes de Carta Abierta lo que supuestamente confesó a Julio Bárbaro: “Estos intelectuales son lo menos costoso que puedo conseguir para ornamentar mis políticas”. O, más allá de la textualidad, conceptualmente: que no entienden nada de realpolitik. Por ejemplo, que Boudou o Lázaro Báez son emergentes de la “necesidad” de enriquecerse para hacer política. Que Boudou y Báez tienen en común que son más desprolijos y estrafalarios (o contratan estrafalarios) y por eso fueron más evidentes sus procedimientos, pero el método es inmanente. Vale siempre recordar que el primer caso de corrupción kirchnerista –Skanska– llegó a la Justicia en 2006, cuando ni la mayoría de los jueces ni de los medios tuvieron el mismo interés de profundizar.
O, más grave aún que la corrupción, desilusionarlos con la estafa ideológica no sólo por su banalización, como se quejan de Scioli, sino por su disfraz, en el caso de Néstor.
La Carta 16, titulada “Encrucijadas del futuro”, parece dirigida a Scioli, “el motonauta”, quien, fiel a su estilo, envió a su mujer a decir que “(ya van a ver), Daniel también va a representar a Carta Abierta” (Karina Rabolini, ayer en el diario La Nación).
Pero un semiólogo diría que no hay nada de malo en que Carta Abierta interprete un kirchnerismo que nunca existió en Néstor Kirchner porque, probablemente, el progreso de la humanidad se deba también a ese perpetuo desfasaje entre la instancia de la producción y la instancia del reconocimiento de un discurso. Y sin esa falla no habría espacio para el continuo cambio. Es conmovedora la defensa que hizo sobre la Carta 16 uno de sus principales mentores, Ricardo Forster, en su habitual columna en la revista Veintitrés. La visión gramsciana sobre el intelectual histórico sustenta la crítica al periodista independiente.
CFK. Pero, si no representa a Scioli (y aunque inconscientemente tampoco a Néstor Kirchner), probablemente Carta Abierta sí represente algo del pensamiento más íntimo de Cristina Kirchner. Ella también se siente horrorizada con que el kirchnerismo desemboque en Scioli y/o cualquier rejunte del PJ clásico. Y, aunque por su función no lo pueda expresar, para ella, como para Carta Abierta, Massa y Scioli sólo se diferencien por el grado de sumisión bajo determinadas circunstancias, pero finalmente son dos caras de la misma moneda.
Y en el fondo prefiera que gane Macri para ver si puede repetirse lo de Bachelet, regresando Cristina con gloria después de un período de signo ideológico marcadamente diferente, como fue el de Piñera en Chile.
Para ella y para Carta Abierta, Scioli o Massa significarían una reabsorción del PJ de esa corriente díscola que representó el kirchnerismo y un nunca deseado desenlace gatopardista. En sus palabras: “No es imaginable que una experiencia política que descartó el canon típico de la política nacional sea declarada como un episodio travieso que, de pronto, fuese absorbido por los dominios más menguados y dispuestos a sumarse a una nueva era de ‘normalización’ (...) para que impere el peronismo como abstracción incrustada en una única forma inmóvil de la historia nacional”.
Vamos a extrañar a Carta Abierta: es deliciosa la parte donde en la Carta 16 compara a Scioli, el "motonauta paciente”, y al PJ como quien domestica al rey asesino en los cuentos de Sherezade (Las mil y una noches); o asociando las diagonales de la ciudad de La Plata con el laberinto de Creta, revierte el hilo de Ariadna para calmar al “Minotauro Justicialista”. Son muy creativos: falta un capítulo con las islas de Tigre como el mar Egeo y algún ejemplo de La Odisea con Massa.
Es comprensible que Scioli y Massa, además, los aburran. Macri también, pero se consolarían si ése fuera el precio que hubiera que pagar para matar al “Minotauro Justicialista” y que no vuelva a comerse a los jóvenes de “la gloriosa JP” o, ahora, La Cámpora.