“No sabemos qué puede ocurrir”, escribe Jacques Sadoul desde San Petersburgo, a finales de noviembre de 1917. Y apenas un par de días después, escribe: “¿Qué deberíamos desear para mañana?”. Son dos fórmulas consumadas para expresar la incertidumbre total: no solamente no se sabe qué es lo que puede ocurrir, ni siquiera alcanza a saberse qué es lo que se debe desear, qué es lo que conviene desear.
Sadoul fue enviado a Rusia como agregado militar francés, en pleno transcurso de la Primera Guerra Mundial, y la toma del poder por parte de los bolcheviques lo encontró azarosamente ahí. El corte o la contraposición entre la acción y la escritura no existieron para Sadoul: de día asistía o participaba de los acontecimientos, conversaba con Lenin o con Trotsky; de noche, o más bien de madrugada, se ponía a escribir sus cartas contando todo lo que estaba presenciando.
Esos textos componen las Cartas desde la revolución bolchevique, que acaba de editarse en castellano con prólogo de Constantino Bértolo y traducción de Inés Bértolo: el fabuloso conjunto epistolar de los informes y los testimonios que Sadoul fue remitiendo con febril constancia desde Rusia, mayormente dirigidos a su amigo el diputado socialista Albert Thomas. Sadoul no sabe qué es lo que puede ocurrir, pero sabe mucho sobre lo que está ocurriendo; no sabe qué debería querer que pase, pero sabe moldear sus deseos (y sus ideas) bajo el influjo de los acontecimientos. Porque se deja afectar por la historia que sucede, no es uno de esos hombres que permanecerán iguales a sí mismos pase lo que pase, y que al final de todo van a pensar sí o sí lo mismo que pensaban al principio.
Y es que Jacques Sadoul no es un bolchevique. Su convencida deploración de la explotación del hombre por el hombre no lo impulsa hacia el maximalismo. Son cuantiosos los desacuerdos que mantiene con la acción de los bolcheviques, y explicita esas objeciones en las cartas que a lo largo de esos meses le va escribiendo a Albert Thomas. Pero el propósito de hacer que el poder lo tomen los trabajadores no deja de contagiarle fervor, lo entusiasma la perspectiva de una victoria de aquellos que desde siempre han sido sometidos y humillados, le repugna la mezquindad humana de los que consienten que la miseria exista o se limitan a tratar de paliarla. No es un bolchevique, en efecto; pero la alternativa cierta de cambiar finalmente la historia lo conmueve y lo ilusiona. Los aliados, mientras tanto, retacean su apoyo hacia Rusia y favorecen de esa manera a Alemania; Sadoul lo considera un error más que grave y trata de influir con sus cartas para torcer la tesitura de Francia. “Toda revolución”, escribe, “conlleva sus vicisitudes”. ¿No lo saben, acaso, en Francia? Y es entonces cuando Sadoul, en un escrito que aparece en el tramo final del libro, echa mano de un argumento fundamental: “Ciertamente, la formidable transformación emprendida por los bolcheviques no se opera sin incidentes, sin tanteos, sin errores, sin violencias. ¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Acaso la anarquía, los excesos, los crímenes que desbordaban las jornadas de la Revolución Francesa nos impide admirar la obra sublime creada por nuestros ancestros?”. Sadoul toca así un punto más que sensible: el orden republicano y sus leyes se esgrimen conservadoramente, en contra de la revolución y sus violencias, como si no se hubiese apelado a una revolución y a sus violencias para instaurar ese mismo orden republicano y sus leyes. Algo antes, en esa carta, escribe asimismo Sadoul: “Considerando sólo a Francia que fue, en el pasado, el país predestinado de las revoluciones, vemos que 1789 permitió un primer triunfo de la burguesía sobre el proletariado. La comuna de 1871, ejecutada como toda revolución por el pueblo, es el único ejemplo moderno de una revolución intentada en beneficio del pueblo”.
Sadoul es incisivo otra vez. Porque señala agudamente no sólo que la burguesía debió valerse de la violencia en 1789 para establecer su dominación republicana, sino también que no dudó en recurrir a ella cuando esa dominación se vio amenazada por el pueblo en 1871.