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SAN LORENZO, AQUEL VIEJO DESPOJO Y EL SUEO IMPOSIBLE DEL REGRESO

Casa tomada

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“La multitud no envejece ni adquiere sabiduría: siempre permanece en la infancia”

Johann Wolfgang Goethe (1749-1832)

 

“Sos un maldito prejuicioso, Asch”, me dije cuando descubrí esa eufórica multitud frente a la Legislatura. Fue el martes pasado. El Jefe de Gobierno había sorprendido a todos con su curiosa convocatoria en vivo y en directo a la oposición y allá estaban todos ellos, en plena celebración, apoyando el inminente acuerdo programático. ¡Qué éxito, Mauricio! Y después dicen que no hay dirigentes…

Pero no. Wrong. No eran las masas porteñas respondiendo al llamado de su líder y conductor. Eran los muchachos de San Lorenzo que, a los gritos y meta bombo, exigían el tratamiento del Proyecto de Restitución Histórica, a más de treinta años del despojo del viejo estadio de Avenida La Plata. Y bueh. Al menos se trataba de un reclamo con cierto trasfondo social, algo simpático si se quiere. No un capítulo más de la guerra entre energúmenos de elite en River, aj; ni esa perturbadora súplica ultra personalista de los hermanos ñulistas a San Marcelo, ni otro simpático banderazo de apoyo… o ya van a ver. No. Aquellos manifestantes reivindicaban una causa justa, con una larga y triste historia para contar.

¿Cuándo empezó todo? A mediados de 1977, cuando a los militares se les venía el Mundial ’78, un evento doblemente importante para ellos. Primero, porque lo necesitaban para lavar la cara del régimen. Un régimen definido como corrupto, bestial y asesino hasta por el mismísimo mundo occidental, cristiano y capitalista, al que ellos juraban representar y defender. Segundo, porque era otro negocio bárbaro, muy a su estilo. Ideal para llenarse los bolsillos. Y eso hicieron, por supuesto.

El contraalmirante Carlos Alberto Lacoste llegó a manejar a su antojo los millonarios fondos del EAM ’78 después de la violenta pero muy oportuna muerte de Omar Actis, un general tan quisquilloso para los números como Juan Alemann, el secretario de Hacienda procesista, en cuya casa explotó una bomba en el momento en que Luque metía el cuarto y definitivo gol contra Perú. ¿Qué tal, eh? ¡Maldita subversión apátrida!

Lacoste era de River y además de los negocios, se interesaba por el fútbol. Tanto, que alguna vez sentó frente a su escritorio, es decir, entre su pistola y él, al arquero de su equipo, un atrevido que tardaba demasiado en firmar el contrato. Fillol, un campesino noble, inconsciente y adorablemente bruto, ni se mosqueó. Lo mandó al carajo y se fue, tan tranquilo. Increíble. Te salvaron tus increíbles reflejos, Pato, como en la cancha.

En ese contexto; con una Buenos Aires que mutaba en un mar de cemento, nuevas autopistas y presupuestos inflamados, era lógico que el obsoleto Gasómetro, enclavado en un barrio de clase media, también recibiera su condena a muerte. Se veía venir otro brillante negocito inmobiliario. Y llegó, más temprano que tarde.

El intendente y brigadier Cacciatore, la mano más rápida del condado, finalmente gatilló en 1979 un decreto de “reordenación urbana” que ordenó la apertura de las calles Muñiz y Salcedo y la construcción de un complejo de viviendas que excluía… a los supermercados. ¡Jah! Apretado y mal conducido, el club aceptó 900.000 dólares en tiempos de Plata Dulce y dólar barato. Nada. El estadio se demolió en cámara lenta y en lugar de casitas lo único que crecieron fueron dos empresas fantasmas que, cinco años después y ya derogado el decreto, recibieron diez veces más de lo cobrado por San Lorenzo. Plin caja. ¡Colorín colorado, este cuentito de chorros y asesinos ha terminado!

¿Cómo no simpatizar con este pedido de justicia? Ojalá los sanlorencistas de ley consigan recuperar de alguna manera esa identidad robada. La pertenencia, el barrio, el espíritu de ese enorme esqueleto de madera que de verdad temblaba en cada partido.

Eso sí, tampoco estaría mal saber por qué el reclamo tardó tanto. Quién, desde adentro, hizo la vista gorda, o engordó otra cosa en medio de la confusión. ¿Hubo gente tan lenta o demasiado rápida? Digo, porque pasaron muchos años y hoy ya existe otro estadio. Sí, ya sé: esa zona del Bajo Flores no es la ideal, ni la más linda, ni la más segura. Pero allí está, muchachos. Será responsabilidad del Estado no caer en la demagogia ni distraerse de su obligación básica a la hora de decidir el destino de los fondos públicos. Mejorar las condiciones de vida de los vecinos, urbanizar, dar trabajo, salud. Esas cosas, ¿no?

Algunos grupos proponen “mudar” el Nuevo Gasómetro. “Arrastrarlo” desde el Bajo Flores con gigantescas grúas y poleas. Una idea tan loca que logró entusiasmarme. ¡Los imagino, adorables Herzogs de Boedo, empujando el barco de Fitzcarraldo sobre la montaña! Hermoso. Pero imposible. O al menos eso dice Astori, la empresa que diseñó la obra. Lástima, muchachos.

Porque yo sí intuyo que Macri ya debe soñar con su propio 02 Arena, uno de esos fantásticos estadios cerrados para 20.000 personas que funcionan por el mundo, ideales para mega conciertos y lanzamientos de campañas, minga de Carrefour.

En fin, compatriotas. Ya se sabe. Cada uno sueña lo que es capaz de soñar.