Es el libro más chico que compré en el año y uno de los más caros, aunque el problema viene de Europa: doce euros por menos de cien páginas y una caja de breviario, de esos que se ofrecen en el mostrador de las librerías porque son demasiado chicos para los estantes. También es el mejor libro de filosofía política que leí en el año, aunque no suelo leer libros de filosofía política. Pero éste es especial: se llama Ensayo sobre la supresión de los partidos políticos, la autora es Simone Weil y lo publicó la editorial española Confluencias en 2015. Incluye además un prólogo de Simon Leys y un epílogo de Czeslaw Milosz.
Se pueden decir muchas cosas de este libro. Pero se deben decir dos. La primera, que Simone Weil es una pensadora genial y que bastan estas pocas páginas para demostrar su originalidad y su vigencia. La segunda, que esta curiosa asociación entre Weil, Leys, Milosz, a la que habría que agregar a Chesterton y a Camus, que aparecen citados en el libro, representa lo mejor del catolicismo extraoficial del siglo XX.
Claro que Camus no era católico, Milosz lo era a tiempo parcial, Leys y Chesterton por fuera de los caminos habituales, mientras que el caso de Weil es otra muestra de su singularidad absoluta: de origen judío, se declaró fiel a la Iglesia Católica pero se negó a ser parte de ella porque para escuchar la voz de Dios debía seguir siendo atea. Milosz dice que Weil pensaba, como los herejes albigenses, que el Dios adorado por los creyentes era equivalente al Diablo. El hilo que conecta esos nombres es la oposición al pensamiento predominante de su tiempo (el nuestro), que parte del progreso histórico en un sentido hegeliano y concluye inexorablemente en la defensa de posiciones totalitarias, contra las que no hay muchas más defensas que el misticismo, la gracia y la rebeldía metafísica, únicos antídotos contra la necesidad. Por supuesto que se trata de un pensamiento católico opuesto al de cierto sacerdote argentino que hizo carrera en la Iglesia. Weil, al contrario de Bergoglio, tenía claro que estar del lado de los trabajadores y de los oprimidos es lo contrario de bendecir a los dirigentes que hablan en su nombre pero actúan según sus propios intereses de casta.
Weil rechaza los partidos políticos, “máquinas de fabricar pasiones colectivas” mediante la propaganda, y sugiere prohibirlos porque quien entra en un partido pierde su capacidad de pensar libremente y trata de adecuar sus juicios a la supuesta doctrina del partido, una entelequia que tiende a sustituir los fines por los medios. Con la clásica elegancia de su pensamiento formado en la matemática, Weil equipara la incomodidad de quien trata de respetar el bien y la verdad dentro de un partido con la de “un hombre que realiza cálculos numéricos muy difíciles sabiendo que será azotado cada vez que obtenga por resultado un número par.”
Para Weil, los partidos “son organismos pública y oficialmente constituidos de tal modo que maten en las almas el sentido de la verdad y la justicia” y señala el absurdo criminal de hablar como comunista, como liberal o como católico. Weil es tan profunda y tan precisa que leerla nos inclina a sospechar que ese cuerpo bibliográfico en expansión al que se suele llamar ciencias sociales es pura letra muerta.