COLUMNISTAS

Ceguera paradigmática

En Tecnópolis. Cristina, el miércoles post PASO.
|

Que la Presidenta enloqueció se ha convertido en un lugar común. Sea o no cierto, la sola creencia se transforma en un hecho político. La verdad pública no pasa por la certeza individual de un solo sujeto. Depende de los hábitos interpretativos de la sociedad, que cambian en función de sus propias necesidades.

Los verosímiles sociales son volátiles: ¿Cristina no era loca en 2011, sí lo era en 2009 y volvió a serlo en 2013? ¿Que haya llorado tras enterarse de los resultados de las PASO el domingo es una demostración de que está desequilibrada? Y si no hubiera llorado, ¿sería una demostración de que perdió contacto con la realidad? La verdad pública no sigue parámetros de validación epistémicos, es o no infaliblemente verdadera sólo en la medida en que la suficiente cantidad de personas así lo crea. Todo proceso de asignación de sentido es un trabajo social.

El atavismo mujer-loca al que apeló Chiche Duhalde diciendo que Cristina está desequilibrada y, a partir de eso, poniendo en duda la capacidad emocional de las mujeres para gobernar ,se inscribe en la misma lógica que usaba la Inquisición para quemar en la hoguera a las brujas y casi nunca descubrir brujos.

Hasta el medido Binner usó la misma palabra; dijo: “Se necesita una persona equilibrada” para gobernar. Y aunque nunca se animara a asociarlo a un rasgo de género, seguramente compartiría con Chiche Duhalde que la impulsividad de Cristina Kirchner también se percibe en Carrió. Pero no porque las mujeres estén más locas que los hombres, ya que todos los presidentes hombres que la precedieron desde el regreso de la democracia –dicho vulgarmente– también enloquecieron en algún momento de su gestión.

En sentido filosófico, casi nadie con mucho poder se salva del síndrome de Hubris, sobre el que Nelson Castro profundiza médicamente en relación con la Presidenta en esta edición. En alguna proporción lo padecen todos los jefes de Estado de países con frágil división de poderes, como también muchas estrellas del espectáculo, del deporte y empresarios poderosos.

A partir del discurso de Tecnópolis y sus tuits posteriores (las acusaciones a PERFIL las respondimos ayer ), lo que sí se podría decir es que Cristina Kirchner evidencia ceguera paradigmática.

Las personas quedan aferradas a un paradigma estático cuando creen que hay una sola manera de hacer las cosas, cuando se encajonan en la miopía de ver el mundo de la forma que fue eficaz en el pasado, pero que ya quedó desactualizada, y cuando rechazan ideas diferentes o nuevas cegadas por prejuicios y creencias que, al volverse inconscientes, hacen mecánicas y repetidas casi todas sus acciones.

Thomas Kuhn, quien popularizó la palabra paradigma en su libro La estructura de las revoluciones científicas, explicaba lo difícil que era cambiar el nuevo paradigma para quien condujo el anterior. Más poéticamente, Marcel Proust sostenía que “el verdadero acto del descubrimiento no consiste en hallar nuevas tierras, sino en mirar con nuevos ojos”. Pero los colirios para las cegueras paradigmáticas que producen efecto en personas normales difícilmente lo hacen en aquellos afectados por el exceso de confianza.

Las señales que contradicen el paradigma aceptado producen incomodidad y son negadas para no ser vistas. El costo de cambiar es muy alto porque implica pasar a pérdida toda la inversión hecha por años en el paradigma anterior. Y más complejo aún es cuando se trata de un capital simbólico, como en el caso de Cristina Kirchner, cuyo costo sería mortal porque tendría que pasar a pérdida casi todo.

Era esperable que para la Presidenta la irrupción de la candidatura de Massa no pudiera ser vista como uno de esos episodios que encapsulan una era y se empecinara en percibirlo como un fenómeno pasajero, más indicio del pasado que del futuro ya que todo el equipo económico de Massa lo integran ex funcionarios kirchneristas y hasta Alberto Fernández es su principal vocero. Habría alguna forma de nostalgia de 2009 en los votantes que rescataron de la jubilación simultáneamente a Cobos, Carrió, Das Neves y hasta Lousteau.

En esencia, el armado de apoyos de Massa no es muy distinto al del kirchnerismo originario: las corporaciones entendidas como los sindicatos, los medios y los empresarios. Massa actúa como una ambulancia de lo que fue quedando en el camino de aquella alianza y se podría decir que tiene una forma de construir poder más parecida a la de Néstor Kirchner que a la de la propia Cristina.

Tampoco el discurso de Massa ayuda a preanunciar la llegada de ideas nuevas (debería algún asesor advertirle que responder con largos monólogos que nada tienen que ver con las preguntas que le realizan quienes lo entrevistan por televisión es una táctica tan obvia que lo hace quedar mal; Scioli, por lo menos, responde corto y en mayor relación con el tema).

De las tres dimensiones, ética, epistémica y estética, Massa se destaca en esta última. Por contigüidad, se asocia su juventud a lo nuevo y su simpatía a la empatía (como contrapunto con la distancia de Cristina). Y, como a la empatía se la asocia con ser buena persona, suma puntos en la dimensión ética. Insaurralde tiene los mismos atributos y, en su medida, también Scioli. Pero los votantes no están eligiendo entre Massa o Insaurralde, o Massa y Scioli, sino entre Massa y Cristina Kirchner.

Lo muestra la encuesta que publica hoy PERFIL donde, a una semana de las PASO y conocidos sus resultados, Massa alcanza el 40% de los votos absorbiendo gran parte del caudal electoral de De Narváez, cuya estrategia era “Cristina o vos”.