Recuerdo haber ido al final de los 80 a un par de recitales en Cemento, una disco que –según supe mucho después– abrió por ese tiempo Omar Chabán. Fuimos con un grupo de amigos que seguían a bandas como Los Violadores o Todos Tus Muertos. Teníamos 17 años. Yo hacía un esfuerzo pero no me gustaba esa música, me parecía forzado el enojo, no compartía la bronca de esas letras que todavía puedo repetir de memoria. La única vez que me metí adelante en el descontrol del pogo me dieron una patada con borceguí que me indicó claramente que eso no era lo mío, que mejor me quedaba en la intimidad del folclore yupanquino donde me sentía tan bien, aunque bastante solo. El lugar, como su nombre lo indica, era una enorme caja de cemento. Me acuerdo de la aglomeración y los empujones. Aunque en escala más chica, las condiciones no parecían demasiado distintas a las de Cromañón. Me pregunto si había en Cemento salidas de emergencia, si estaría aprobado por la Municipalidad, si las bandas sabrían algo acerca de la seguridad del lugar. Me pregunto si alguien nos cuidaba en esa época. Supongo que no.
Impresionan mucho las imágenes que mostraron los noticieros estos días cuando abrieron las puertas de Cromañón. El lugar quedó detenido en la noche del incendio. Todavía se ven las huellas de las manos desesperadas en las paredes tiznadas por el humo tóxico. Manos resbalando hacia abajo, y también líneas horizontales de los dedos que iban tanteando la pared a oscuras buscando la salida. Uno de los peritos describió el lugar como una gran cámara de gas, donde dejaron entrar a unas cuatro mil personas con las puertas bloqueadas y sin ventilación. Ahí estaba todo: las banderas de Callejeros pisoteadas, las zapatillas, los envases de cerveza... Una larga cadena de desidia provocó esa muerte numerosa.
El miércoles pasado a los padres de los 194 chicos muertos los corrían con un camión hidrante que largaba un líquido azul para marcarlos. La piel y la ropa les quedó celeste. La senda peatonal de la esquina de Tribunales también quedó celeste, como una bandera, pero no celeste y blanca, sino celeste y negra.