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Cerrado por balance

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ROSTROS DE UN AÑO. Sturzenegger saltó con el dólar en $ 29. Caputo chocó con Lagarde, en la vuelta del FMI a la Argentina. Dujovne, nuevo hombre fuerte hacia 2019. | cedoc perfil

Con la democracia se come, se cura y se educa. La frase la acuñaba hace 35 años el entonces candidato presidencial Raúl Alfonsín y pasó a la posteridad por cristalizar el entusiasmo ciudadano por los frutos que esperaban de la restauración democrática. En todo este tiempo, la Argentina nunca alcanzó a encontrar la fórmula para superar las restricciones económicas. Las sucesivas hiperinflaciones, devaluaciones, golpes de mercado, defaults y corridas bancarias terminaron por confirmar el diagnóstico de un país crónicamente inestable, en el que salvar el empleo, el negocio o mantener el poder adquisitivo ya es un logro en sí mismo. La democracia argentina no supo encontrar, en estos 35 años, un consenso básico acerca de cómo debía funcionar su economía en forma sostenida.
Hacer un balance de este año que termina es quizás referirnos a esta gran asignatura pendiente. Pero no por los pobrísimos resultados en materia económica: un paso atrás en la producción (proyectando una optimista caída de 2% contra 2017), dos en inflación, con tasa récord desde 2002, estancamiento en el empleo y empeoramiento de la tasa de pobreza (se estima un 32% para este fin de año), sino por haber confirmado la impotencia de la gestión política para mejorar la ecuación económica. En ese sentido, 2018 fue un año especial, no solo porque la realidad golpeó nuevamente a la puerta de la ilusión macrista, sino que también marcó un límite: lo que no se puede hacer aun desconociendo promesas electorales esenciales y contradiciendo postulados alegres a la hora de convocar adhesiones. Repasemos los resultados de algunos de ellos para dimensionar la magnitud del desencanto ciudadano:
1. Pobreza cero: una gaffe de campaña (seguramente era “indigencia 0”), pronto reformulada como el indicador más importante de la gestión.  Aplazo.
2. Lluvia de inversiones: una ilusión: que un gobierno de CEOs atrajera las inversiones que el país precisa luego de años de descapitalización. En deuda, solo verificado para el sector energético y el transporte. En deuda.
3. Más empleo de calidad: ante la debacle, este año curiosamente la desocupación no creció, pero se reemplazó empleo privado formal por monotributistas e informales. En deuda.
4. El salario no es ganancia: gran eslogan de campaña del massismo que el oficialismo dijo hacer suyo para luego chocar con la realidad: Argentina no es Brunei ni Mónaco, que no tienen impuesto a los ingresos (nombre correcto del tributo). Asignatura pendiente.
5. Haciendo lo que hay que hacer: acierto publicitario del oficialismo bonaerense en la última campaña, refiriéndose a la reorientación del gasto público hacia obras de infraestructura. La crisis fiscal sepultó esta intención. En deuda.
6. No al ajuste: la promesa de que no era necesaria una restricción presupuestaria ni acudir al FMI quedó desvirtuada este año. Aplazo.
7. Una crisis importada: la vulnerabilidad de la ecuación del financiamiento del déficit con deuda hizo que la Argentina fuera el que más sufrió la crisis global. Negligencia.
8. Alentar la iniciativa privada: emprendedores, comerciantes y pymes fueron ensalzados como héroes de la resurrección productiva. Pero el fisco, la legislación laboral y la burocracia los sigue ahogando. En deuda.
9. Nunca más retenciones: Macri arrasó en la pampa agroexportadora. Pero la crisis también obligó a revisar su promesa. Decepción.
10. País previsible: la gran meta a largo plazo que se planteó. Aún no se sabe si las líneas básicas de la política oficial serán refrendadas por un eventual triunfo de una oposición que anuncia patear el tablero. Peleando por el 4.