COLUMNISTAS
PROPUESTA COOL DE LA OPOSICION

Cerrar el Parlamento

Tres veces. Mientras los índices de pobreza e indigencia se acercan a los de 2001, la inflación sigue comiéndose los salarios, el país se hunde en la recesión y la gripe A parece ser la única capaz de abreviarnos las penas, la Cámara de Diputados ha sesionado tres veces este año.

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Tres veces. Mientras los índices de pobreza e indigencia se acercan a los de 2001, la inflación sigue comiéndose los salarios, el país se hunde en la recesión y la gripe A parece ser la única capaz de abreviarnos las penas, la Cámara de Diputados ha sesionado tres veces este año. Tres; en la última de las cuales se aprobaron sin modificaciones los 53 proyectos presentados –casi con exclusividad– por el oficialismo. La cuestión es obvia: ¿para qué sirve tener un Parlamento? ¿Por qué no se gobierna por decreto y listo?

En algunos países desafortunados del planeta, que se están desmoronando por no haber seguido los sabios consejos de nuestra Presidenta, el Parlamento (del verbo italiano parlare: hablar) es el lugar donde se dialoga. En cambio aquí, nuestro heroico gobierno ha desnudado el derroche de tiempo causado por el parlamentarismo. ¡Si basta una buena reunión de dos horas entre un ministro y los representantes de algunos partidos para que el poder conozca las inquietudes de la oposición, de las que el matrimonio presidencial no se había enterado a pesar de que se dedica exclusivamente a leer diarios y mirar televisión! ¿Para qué entonces tanto diputado y tanto senador? ¿No están acaso todo el tiempo juntos Néstor, Cristina y los opositores, en la casa de “Gran Cuñado”? ¿No pueden dialogar ahí, que es más barato, en vez de acudir al Parlamento?

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El Congreso es inútil. Parasitario. Holgazán. De los 175 proyectos de ley que se presentaron el año pasado en la Comisión de Agricultura y Ganadería se aprobaron seis, todos del oficialismo. Sin modificaciones, desde luego. ¿Por qué no los sacan directamente por decreto y listo? Y los cuatro proyectos de Ley de Radiodifusión opositores que tienen estado parlamentario siguen cajoneados junto con los setenta que se presentaron desde 1983 y nunca fueron tratados. Mientras, el Gobierno dice que la alternativa está entre la “ley de la dictadura”, que no ha tocado en seis años, y la “ley de la democracia”, un anteproyecto del Ejecutivo que aún no ha sido presentando en ninguna cámara y que no está siendo debatido en ellas sino en foros convocados por el licenciado Mariotto, del Comfer. ¿Y el Parlamento? Bien, gracias. Los diputados estamos pintados, dibujados, mamarracheados, agarrados del pincel. Cada uno de nosotros gana casi 15 mil pesos, lo mismo que un buen preparador físico de tercera división; y entre los 257 nos llevamos cada mes un poco más de un millón de dólares, que es lo que gasta Aerolíneas por día. ¡Un despilfarro! Además, el Palacio es una joya arquitectónica que podría servir para mejores fines (¿qué tal un bingo con máquinas tragamonedas o un hotel como el de la Presi en Calafate?). Y el edificio anexo, en el que trabajamos la mayoría, parece Fuerte Apache. En suma: una vergüenza para la Nación. ¡Basta de Parlamento, pues! ¡Basta de dilapidar el dinero de los argentinos!

Cerrar el Parlamento: ¡al fin una propuesta cool de la oposición! Y digo yo, ya que estamos, ¿por qué al cierre del Parlamento no le agregamos la abolición de la oposición? ¿Para qué sirve la oposición en Argentina? Si gobierna el Pejota, la oposición es incapaz de negarse a sus convites por miedo a que los acusen de gorilas, golpistas, destituyentes o enemigos del diálogo, válgame Dios.

Y si gobierna un gobierno que no sea del Pejota, la oposición pejotista se dedica a organizar paros destituyentes, ligas de gobernadores enemigos del diálogo y puebladas golpistas. Si sólo pueden ser inútiles o dañinos, ¿por qué no nos sacamos de encima juntos al Parlamento y la oposición? ¿Por qué no elegimos un buen Poder Ejecutivo, fuerte, patriótico y para siempre, de los que la Argentina nunca tuvo, capaz de evitar que nos derrumbemos como el primer mundo y de conducir al país a los altos destinos que el capricho parlamentarista y los berretines opositores le han impedido alcanzar?

¿Qué ya lo hicimos y no nos fue nada bien? Yo no sé. Yo no fui. No me acuerdo. Yo, argentino. Yo no los voté.


*Diputado nacional de la Coalición Cívica.