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Chanchos ahogados

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Una de las maneras más eficaces de ser moderno es volverse antiguo, lo que equivale menos a mostrarse arruinado por la edad que a revalorizar las cosas que dejó atrás el paso del tiempo. Un mito desactualizado por la experiencia cotidiana es que el desarrollo irrestricto de las fuerzas productivas resulta motor de progreso científico y causa de felicidad humana. Esa creencia la impulsan básicamente los empresarios –que creen que su mayor responsabilidad social es hacer sonreír a los accionistas mediante la mejora de los números de sus balances– y los gobernantes –que suponen que el objetivo último de la administración de los asuntos del Estado es la apropiación de los recursos del poder con el propósito de su perpetuación indefinida. Son maneras de desentenderse de lo real, que es más frágil que una tela de araña. Por cuestiones como las anunciadas, es casi seguro que esta casta o cáfila de malos administradores a escala planetaria terminará más tarde que temprano preguntándose cómo fue posible que, mientras todo funcionaba divinamente bien para sus intereses más inmediatos, el derretimiento del último iceberg produjera la elevación de mareas que convirtió en un lago salado hasta el último confín de lo que primero fueron bosques nativos y luego campos de ese yuyito, la soja, que ya no alimentará más a ningún chancho chino, ya que todos se ahogaron en la gran correntada.

Una vez le compré a mi sobrino una pistola intergaláctica de plástico que soltaba luces ultravioletas. El juguete se fue destruyendo mientras lo armábamos. Quizá haya llegado el momento de preguntarse si no es posible pensar el mundo como una extensión del modelo del placard femenino que proponía Coco Chanel: “Pocas cosas pero buenas”. La lógica de la fruición por lo perecedero ya ha conseguido que en la inmensidad de los océanos existan islas de basura más grandes que la superficie de Cuba; la única ventaja perceptible de esa conglomeración de objetos inertes no sería el tamaño, sino su virtual capacidad para atender sin un parpadeo a los discursos maratónicos de Fidel, si todavía los hubiera, o incluso a los ciclos humorísticos de Chávez.

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