Dos países diferentes. Dos procesos dictatoriales disímiles en períodos históricos distintos. Y una sola vida. “¿Dos veces me tiene que pasar? ¡No puede ser!”, dice mi padre.
En 1976, dejó su país de origen, Argentina, para radicarse con su familia en la otrora democrática y prospera Venezuela, que abrió sus puertas a aquellos en el continente que huían de las dictaduras y crisis económicas. Hoy, después de transcurrir media vida en la nación caribeña, se ve obligado a emigrar por segunda vez, y debido nuevamente a otro tipo de régimen militar.
Ya en 1998 mi padre vaticinaba cambios feroces para Venezuela con la abrumadora victoria electoral del “militar comunista”. Pero nunca imaginó las catastróficas repercusiones que tendría la “Revolución Bolivariana” para la democracia y sociedad venezolana. Con una billetera petrolera abultada y un carisma populista virulento, Hugo Chávez se encargó de instaurar, junto a sus mentores cubanos, lo que hoy su sucesor continúa perfeccionando: un régimen narcomilitar castrista, camuflado de “socialismo del siglo XXI”.
Dos décadas le ha tomado al chavismo y madurismo destruir a la nación, y provocar el éxodo de miles de ciudadanos jamás antes registrado. Tal como sucedió en los años 70 cuando arribaron a Venezuela miles de sureños, hoy la historia se repite, pero a la inversa. Solo en la Argentina se han radicado más de 40 mil inmigrantes venezolanos entre 2016 y 2017.
En la masiva huida, se cuentan también extranjeros residentes o naturalizados principalmente europeos y sus descendientes. Otros van y vienen como mis padres. Para 2012, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reportaba 8.533 personas nacidas en suelo argentino aún residentes en Venezuela. Se cree que esa cifra disminuyó significativamente en los últimos cuatro años.
Con sus afectos amalgamados entre sus dos patrias, hoy mis padres ya están contemplando seriamente la posibilidad del definitivo retorno a la Argentina. Cada vez más acorralados por la crisis, sienten estar experimentando una segunda migración forzada. Resulta paradójico que nuevamente sean militares quienes decidan tu destino. Con más de 77 años a cuestas y cuatro décadas de trabajo, retornar a Buenos Aires representa un nuevo comienzo con escaso capital, y acumulado cansancio. Pero la realidad se impone.
Como la gran mayoría de los ciudadanos y residentes extranjeros aún en territorio venezolano, a mis padres les cuesta cada vez más afrontar diariamente las causas y efectos de:
-La ruina económica (hiperinflación acumulada en 2017 de 2.616%; sueldo básico mensual en 37 dólares a marzo 2018; el 85% de las empresas venezolanas liquidaron a sus trabajadores).
-La inseguridad ciudadana (se registraron 26.616 muertes violentas en 2017; 163 muertes en protestas en 2017; 237 presos políticos en 2018; 141 saqueos y 714 protestas en enero de 2018).
-El menosprecio a los valores e instancias democráticas (La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) documenta ampliamente la crisis en el informe “Institucionalidad democrática, Estado de derecho y derechos humanos en Venezuela” del 2018).
Estas cifras gritan lo que callan los medios masivos oficialistas: la crisis política, económica, y social de Venezuela se agrava día a día y “no por la constante injerencia del imperio yanqui”. Mientras tanto oleadas de inmigrantes venezolanos siguen inundando la región, la comunidad internacional propone diálogos y canales humanitarios, y mis padres planeando, con el corazón en la mano, un “¡Chau, no va más...!”.
*Periodista venezolana-argentina, recién repatriada.