El chisme no tiene aún su libro de historia. Existen publicaciones acerca de la historia de la vestimenta, de la lectura, de los epitafios, del arte, del tiempo, pero el chisme, a pesar de su larga trayectoria dentro de las costumbres humanas, no posee una recopilación histórica.
En los proverbios bíblicos podemos leer “el hombre perverso levanta contienda y el chismoso aparta a los mejores amigos”.
A Sócrates, cuando vinieron a contarle algo malicioso acerca de un discípulo propuso un triple filtro, que lo que le contaran tuviera prueba de ser verdadero, de ser bondadoso y de ser necesario. Si no resultaba ni veraz, ni bueno, ni útil, había que sepultarlo en el olvido.
El chisme ha atravesado, en los siglos, a todas las culturas y hábitos. Unos años atrás se ha visto a la murmuración barriendo las veredas o en las colas de un banco, también ha viajado durante horas por los viejos teléfonos de horquilla con su mensaje venenoso.
Chismes acerca de los vecinos, de los compañeros de estudio o de oficina, de los famosos, de los exitosos y de los fracasados.
Los chismes han ido ganando el espacio público, comenzaron en las plazas y calles, y llegaron a los diarios, a la radio y a la TV. Hoy, con las redes sociales y los dispositivos móviles, el lugar del chisme se amplió y nos puede llegar en cualquier momento y sitio. Todos podemos ser víctimas del cotilleo o sus victimarios. Basta un dedo inquieto para hacer inmediatamente público lo privado. Si el medio era el mensaje, ahora el medio y el mensaje somos cada uno de nosotros.
¿Y el vínculo entre política-redes-chisme? ¿Cómo funciona? La forma de comunicar y comunicarnos de los argentinos, la grieta portátil que va con nosotros en cada tema, nos hace opinar con agresividad, con rencor o, al menos, con una subjetividad descortés. Uno, en definitiva, exporta lo que fabrica, el que produce odio a las redes subirá odio.
Se privilegia la opinión personal sobre los datos de la realidad. Un eficiente panelista, un hábil opinólogo pueden decorar una mentira para hacerla ver creíble. Es así como a la política ya no parece importarle tanto la verdad, ni siquiera las encuestas, sino generar opinión.
Frente a la pobreza, los argentinos tenemos un dato penoso pero evidente, un tercio de nuestra población es pobre. Este dato es de tal contundencia que nos hace ver que su solución no parece inmediata. Esta lejanía de remedio es la que convierte a la pobreza como materia opinable, pero entre tanta discusión no será igual la urgencia del pobre de la del que no lo es, con una salvedad: el pobre no accede a las redes.
Al ir perdiendo importancia el dato objetivo en manos de la opinión difusa, la política pública cede espacio al marketing político, es decir, un discurso ingrávido plagado de eslóganes y de campañas “repletas de vacío”, la agradeselfie, la foto prearmada de la nada misma e, incluso, los nombres de los partidos políticos 2017 parecen una consigna publicitaria inundada de verbos (somos, podemos, vamos, estamos, unamos y sonamos).
Como en los viejos chismes, es difícil descubrir la fuente de un rumor malicioso, los trolls (mensajes provocadores, agresivos o difamatorios), los fakes (perfiles falsos, imágenes deliberadamente trucadas) son impulsados desde empresas, partidos y gobiernos para generar opinión. Descalifican, se cuelan, embarran, mienten, se infiltran, son anónimos pero con nombres.
Relevemos nuestras propias redes, rastreemos los perfiles y opiniones dudosas y a los organismos pertinentes pidámosles que auditen los gastos públicos en redes sociales.
Es tanta la información, tantas las opiniones y sus formas, tantas las voces, las plumas y las mentiras que, entre tanto que se dice, tal vez sea mejor prestar atención a lo que no se dice.
*Secretario adjunto de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR-CABA).