No es que crea, exactamente, en ese aviso de Netflix que invita a no mirar sus series durante el mes en que transcurre el Mundial de Fútbol.
Supongo que será una treta; pero esa treta, en cualquier caso, contiene una sabiduría. Advierte, y nos advierte, que los entretenimientos no siempre compiten con la conciencia social o con la atención a la realidad circundante; compiten además unos con otros, compiten más que nada
entre sí.
El que se distrae de todo por el Mundial, lo hará con otra cosa cuando el Mundial termine. Y el que quiere enterarse de lo que pasa y va a pasar, no dejará de hacerlo, aunque mire Suecia-Corea, aunque discuta si Biglia o si Enzo Pérez.
La vida es corta, pero el día es largo. A nadie escapa a esa paradoja. En la vida el tiempo no alcanza. En un día hay tiempo para ver Alemania- México, y después Brasil-Suiza, y a la noche a Macri con Lanata diciendo que “falta un tercio de recomposición de tarifas”, esto es, que la vamos a seguir pasando cada vez peor.
Macri sabe de distracciones. Y no porque, hasta hace poco, según contó, él mismo no leía en el diario más que la sección de deportes (y no lo hacía en los mundiales, lo hacía siempre). Para distraer a la población de las políticas del presente no apela al Mundial ni a las series de Netflix ni a las películas pasatistas ni a las novelas banales. Apela a prolongar la visión intencionada de De Vido,
Cristina, Báez, López. Desvía un tema con otro, distrae de la política con la política. Le sale bárbaro.