COLUMNISTAS

Ciudad Cerrada

La cajera del supercordial de la calle Borges, el muchacho disfrazado de comandante que atiende en el counter de LAN en Ezeiza, profesores de mis hijos, karatecas y nadadores de mi club, la pedicura: todos tienen en común haberse asombrado de que yo fuese un escritor famoso porque me habían descubierto en la tele.

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La cajera del supercordial de la calle Borges, el muchacho disfrazado de comandante que atiende en el counter de LAN en Ezeiza, profesores de mis hijos, karatecas y nadadores de mi club, la pedicura: todos tienen en común haberse asombrado de que yo fuese un escritor famoso porque me habían descubierto en la tele.
Son público de televisión, gente incapaz de discernir si uno es famoso y, mucho menos, si es escritor. Zappeando aburridos, vieron mi imagen y permanecieron unos minutos mirándola sólo porque me reconocieron. Ocurre que todo el que posea un control remoto y conozca mi cara se ha cruzado con ella por una entrevista que se emitió por la señal Ciudad Abierta no menos de cincuenta veces en el curso del año transcurrido desde su grabación.
Nunca se ha repetido tanto un programa. Es que, pese a haber triplicado su presupuesto desde el despido de sus directores, Montalbán, Reches y Tabarovsky, a comienzos de 2006, Ciudad Abierta no ha incrementado ni mejorado su producción. Es una señal que emiten los cables de la Capital y que ninguna distribuidora del interior muestra interés en difundir.
Y ni hablar del exterior: en el mundo de la TV enlatada hay millares de ofertas culturales de bajo costo y de calidad muy superior a la que pueden proveer estos funcionarios de la gestión Telerman que han viajado a Europa a cargo de la Ciudad para conocer un negocio que bien se puede explorar por Internet. Finalmente, la gente firma cualquier cosa. Centenares –hasta dos columnistas de estas mismas páginas de PERFIL y una hija mía y su novio– subscriben una circular que reclama la continuidad de Ciudad Abierta.
Macri exagera cuando afirma no haber leído un solo libro. Conociéndolo, sospecho que ha de haber leído seis o más. Pero tal vez acierten los que escriben que es incapaz de imaginar una mejor gestión cultural que la que prometía el talentoso Rodríguez Felder. La gente lo votó, él ganó y tendrá que cumplir su promesa electoral de apagar la cuestionada señal. Y más ahora, porque cumplir sus otros objetivos se le irá haciendo cada vez más cuesta arriba.