Clan gitano. En primera plana del sábado se anuncia con este título y la foto pixelada de una mujer vestida de fiesta una nota interior. En Policiales la mujer (dos veces más de fiesta, vestidos diferentes, todos muy sugerentes) es presentada como parte de un “clan gitano” y motivo fatal del asesinato de Miguel Yadón y (penosamente hoy lo sabemos) Héctor Olivares. ¿Cuál es la diferencia entre una familia y un clan, qué agrega al imaginario sobre los lazos de parentesco? Y sobre todo: ¿cuál es la pertinencia de señalar su pertenencia a la comunidad gitana?
La condición “androcéntrica” del uso del lenguaje señala de qué modo se filtran no solo sesgos sexistas sino otros aspectos que estigmatizan o ignoran ciertas identidades, como suele explicar la especialista Patricia L. Gómez. Uno de sus ejemplos es precisamente “gitano”, que en el diccionario de la RAE tenía hasta 2014 como 4ª acepción “que estafa u obra con engaño”. Desde 2015, la RAE reemplazó esa acepción por “trapacero”, que según el mismo diccionario significa “que con astucia, falsedad y mentiras procura engañar a alguien en un asunto”.
La Dirección de Análisis, Investigación y Monitoreo de la Defensoría del Público tiene varios documentos y sugerencias sobre este asunto. De 2013 a 2018 monitorearon las prácticas periodísticas sobre la comunidad gitana en el país y advierten que son estigmatizantes porque “tienen como efecto una generalización, naturalización y asociación de un determinado tipo de práctica delictiva con una nacionalidad, en este caso pueblo o grupo étnico”.
A propósito de este tipo de cobertura, la Defensoría produjo un decálogo en el que advierte que “ la utilización de términos como ‘mafia’ o ‘sicarios’ ubica a los grupos de migrantes (y étnicos) a los que se hace referencia como una parte de una supuesta trama delictual en la que se enfrentan victimarios y víctimas, que comparte un universo de ilegalidades y criminalidad” (http://bit.ly/recomendaciones-medios-migraciones).
Claramente, el Ministerio de Seguridad y la Policía Federal no leyeron el decálogo. En cambio, Leonardo Nieva en su cobertura apunta bien que no son “ni sicarios contratados ni mafia que atenta en contra de la democracia”. Merece un pasito más: la expresión “clan gitano” y la exhibición como “mujer fatal” de una de las imputadas desvían de la pista del buen periodismo.
Desbarranco en Conicet. La sección Ciencia del sábado cubre dos noticias que vinculan a las mujeres con la ciencia. Dora Barrancos renunció a su cargo en el directorio donde encarnaba una condición bastante excepcional: ser mujer (notable feminista) y representar a las ciencias sociales (aunque ella dice que toda ciencia es social). Barrancos revisó y modificó normativas que segregaban doblemente: por género y por disciplina. Su experiencia política hizo que esas preocupaciones se expresaran en resoluciones consensuadas por el directorio, logrando medidas ejemplares de igualdad de oportunidades en la carrera científica. Su cargo venció en julio de 2018, como el del presidente Alejandro Ceccatto, que quiere quedarse hasta que le salga la jubilación. Hace un año que dos científicos elegidos por sus pares, Alberto Kornblihtt y Mario Pecheny, esperan que el Ejecutivo los designe. Como contracara, la misma sección informa que la científica Marina Simian, que participó en un concurso televisivo para obtener fondos para su investigación, fue invitada por el presidente y le llevó varios reclamos oportunos y buenos, pero opacados por la banalidad estruendosa del motivo por el que encontró legitimidad para el diálogo.
Desde el sistema científico fue solicitado por todas las organizaciones que agrupan a quienes trabajan en el sistema de ciencia y tecnología y quienes dirigen institutos del Conicet. Han expresado sus demandas a través de petitorios, documentos y movilizaciones sin la suerte que acompañó a la concursante y exclusiva interlocutora y sacó de la riesgosa sordera al presidente.