En la época de la revolución de los 70, eran muchos los jóvenes pertenecientes a sectores económicamente solventes que ingresaban a la militancia. Siempre me llamó la atención el hecho de que a muchos, a demasiados, les resultara más fácil arriesgar sus vidas que cambiar sus costumbres de clase. Y con el paso de los años, aquellos revolucionarios del ayer suelen vivir como cómodos burgueses de hoy. Además, muchos militantes de esa época que venían de sectores humildes han terminado atraídos para siempre por los lujos y las marcas. Uno no ignora que el poder es un camino posible hacia la riqueza, sólo llama la atención que tantos ingresen a esa religión por la izquierda y culminen siendo habitantes de la derecha. Claro que algunos equilibran su aburguesamiento dándoles fuerza a sus palabras cuestionadoras. A mayor dinero, más duro es el discurso revolucionario.
Lo que no tiene vigencia alguna es el compromiso en las vidas privadas, el testimonio. Como si no fuera necesario vertebrar el discurso con la vida, como si hablar a favor de los pobres fuera una manera más de hacerse ricos. Conozco pocos, muy pocos, que ayer fueron revolucionarios y hoy llevan una vida normal; que demuestren que aquello no fue una calentura juvenil y que hoy no es cuestión de escribir y dar discursos a los caídos desde el tranquilo lugar de los salvados. No debe ser fácil entender a los necesitados para quienes nada necesitan, o comprender a los que viven al día para quienes tienen para vivir muchas vidas propias y ajenas.
Ayer las convicciones implicaban un riesgo de la vida; hoy parecen un cómodo camino a la burocracia y la riqueza. El presidente de Uruguay es un testigo que necesitan devaluar para justificarse. El ejemplo del Santo Padre los hace cuestionar más a fondo, pero nunca en la medida de la infinita dimensión de la realidad. La política ha enriquecido a demasiados. De los que llegaron, a casi todos. A veces me piden que mencione un ejemplo entre ellos que lleve una vida a nivel normal; debo hacer silencio, no tengo datos. Sin embargo, hay de los otros… sí, de los mercenarios que se fueron para arriba hay para una guía telefónica. Hay nombres que se reiteran y pertenecen al partido más fuerte de los existentes, al de los cómplices. Eso los une más que nada porque no hay poder que no se refiera a algún sector de riquezas.
Cuando jóvenes, el compromiso era cotidiano: vivir humildemente y ser solidario en lo posible. El testimonio era doble, austeridad y solidaridad. Tengo más de diez años entre manejar un taxi, un camión o de cajero en el Mercado de Abasto. Y no era un tema individual, era un compromiso generacional. Luego vino la violencia e intentó dejar todo esto en el espacio devaluado del reformismo. Pero mientras la política viva entre los ricos, será un cinismo hablar del beneficio a los pobres.
Se necesita volver a la política, a un grupo que ponga el interés colectivo por encima del individual. Mientras la política genere más riquezas que el agro y la industria, mientras eso suceda, sólo podemos quedar en manos de las mafias. El autoritarismo es una necesidad de los negocios. Con instituciones libres es otra cosa. La realidad es que, al ser obedientes, lo hacen en salvaguarda de las necesidades de los ricos, defienden ingresos propios y ajenos. Y cuando delegaron los recursos a las provincias, lo hicieron para poder manejar mejor los negociados del subsuelo, arreglando con cada gobernador. Las rentas se comen a la democracia. Todos quieren eternizarse en el poder, ellos siempre dicen que para el bien de la patria; todos sabemos que se refieren sólo a sus propios beneficios.
*Ex diputado nacional.