COLUMNISTAS
la mirada DE ROBERTO GARCIA

Cleopatra

Vengan a mí”, invitaba como el Señor, generoso, en una suerte de estampita del Sagrado Corazón, con los brazos abiertos. Esta invocación religiosa describe a Néstor Kirchner y a la gracia que les propone a los intendentes bonaerenses por si éstos incurren en pecado.

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Vengan a mí”, invitaba como el Señor, generoso, en una suerte de estampita del Sagrado Corazón, con los brazos abiertos. Esta invocación religiosa describe a Néstor Kirchner y a la gracia que les propone a los intendentes bonaerenses por si éstos incurren en pecado o, al margen de esas imperfecciones humanas, por si necesitan apoyatura política o económica en estos tiempos de carestía. Espíritu y materia en el ex mandatario. Así lo leen quienes escuchan el mensaje, advirtiendo que ese convite lleva implícito otra sugerencia: no es necesario que pasen por La Plata, sede del gobierno provincial, para “llegar a mí”: hay vía directa y sin escalas entre las municipalidades y Olivos, entre esos feligreses municipales y el Vaticano kirchnerista. Sólo un zafio ignora que esa pródiga iniciativa pretende vaciar la autoridad de Daniel Scioli, puentear su estación de gobernador con un tren bala. Quien antes de las elecciones era “el amigo y compañero Daniel”, como siempre repetía el Sagrado Corazón en los mitines políticos, ahora hasta evita nombrarlo. Como en sus tiempos de presidente, cuando recomendaba no saludarlo.

Por si alguno de los intendentes resultaba duro de entendederas, en su discurso Kirchner confesó su lamento por desviaciones de la oveja descarriada, su decepción por la forma de gestionar de Scioli, incluyendo en la crítica inapropiadas designaciones ministeriales contrarias a su estética, sus tropiezos con algunos colaboradores directos del gobernador y hasta insinuó sospechas sobre prácticas non sanctas que, en todo caso, debiera plantearlas ante la Justicia. Sobre todo él, quien a cada rato repite con cinismo: “Yo me someto a la Justicia argentina”. Casi como si fuera propia y, por lo tanto, adecuada a sus intereses. Sorprende la ofensiva sobre Scioli, el by pass que promueve Néstor, un descubrimiento tardío y abrupto de un fallido administrador y con presuntas irregularidades. Más bien parece la consecuencia de la última derrota electoral, una transferencia de culpabilidades frente a esa complicación política que el sureño no reconoce pero que su estómago –recordar que el sensible curso digestivo de Kirchner siempre le ocasionó disgustos y sangrías, lo que lo obliga a una estricta metodicidad a la hora de comer– no cesa de recordarle con agravios dolorosos en su cuerpo.

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Por la razón que sea, repentinamente Scioli escaló a grados inusuales en el barómetro de la desconfianza K, a pesar de que fue el sumiso y obligado ladero hasta la noche de la catástrofe. Inclusive, hay otra curiosidad más contradictoria: el ex presidente ahora ensaya alianzas con intendentes a los que entonces calificó de “traidores” (y a quienes, se prometió, irían a buscar a sus casas para sancionarlos por el encomendero Ishi, quien demostró poca palabra y menos acción en esa tarea) mientras decide distanciarse del gobernador con quien se abrazó en su principal y fracasado emprendimiento electoral. Veleidades de la política, tal vez.

El precio de una infidelidad

Unos creen que Kirchner enfría a Scioli porque éste, tras los comicios, persiguió algun acercamiento pacífico con el irritado sector agropecuario, señalándoles a los hacendados en su visita –acompañado por otro de los favoritos de Néstor, el ahora sospechado senador José Pampurro– que no se olvidaran de un dato elemental: “Daniel, el que está aquí, es el Daniel Scioli de siempre” (como si el de la candidatura testimonial hubiera sido otro). Una frase que, amplificada, lastimó la piel oficialista cuando todos saben que, para Kirchner, no hay tregua en su batalla con el campo (enemigo número 2) y con el Grupo Clarín (enemigo número 1), son razones de vida, el alimento de su supervivencia matrimonial, la guerra imprescindible, en marcha y todavía a completar. Una infidelidad menor la de Scioli, si se quiere. Pero en el ojo del amo, en la visión de Olivos, ese episodio se multiplicaba por otros adicionales: el piropo y la entrevista del gobernador con Eduardo Duhalde (enemigo número 6), consideraciones favorables hacia el ex ministro Roberto Lavagna (enemigo número 78), silencio capcioso en la discusión por la Ley de Medios, guiños de amistad al vicepresidente Julio Cobos (enemigo número 4 ) y, finalmente, una desembocadura en la jerarquía de la Iglesia Católica (monseñor Bergoglio, enemigo número 3, a quien –se comenta– nadie del Gobierno nacional, incluyendo allegados, puede ver por instrucciones precisas) que, como es público, la sola apelación a su existencia desata urticaria en el matrimonio. Hecho que, para ella, la Presidenta, resulta de particular cuidado: es una mujer con tendencias eruptivas, afectada –entre otras causas– por picazones del stress, según el dermatólogo que la asiste en forma periódica.

Educando al gobernador

Quienes esbozan esa teoría suponen que hoy Scioli ha vuelto al ciclo taciturno que ocupaba en tiempos de la Presidencia de Néstor –cuando una vez se permitió indicar que las tarifas debían rectificarse–, época en que los dos popes familiares lo hundían en la indiferencia, cuando no en el desprecio. Otros, en cambio, le otorgan a esa movida otra intencionalidad superior y perversa: debido a que el gobernador es el más importante en el orden provincial, la eventual cabeza de una agitación federal, el oficialismo se sirve de él como modelo ejemplificador a tomar en cuenta por el resto de los colegas del interior. Una advertencia sobre castigos futuros por si alguno se insubordina, tentando a su vez a rivales o ambiciosos por el cargo del rebelde, denunciando a la víctima por inconductas o fabricándole anomalías, tarea en la que ha descollado Néstor y su aparato informativo. Por si persiste la ignorancia: a Scioli lo tratan desde la Casa Rosada como a un crío al cual se le conceden monedas antes de ir al colegio, cuatro pesos para el sándwich, tres para la gaseosa, dos para el viaje. Aunque le corresponda otro derecho más adulto al Estado provincial, como a él mismo. Pero el sosegate kirchnerista a través del goteo de dinero para pagar sueldos o continuar obras no sólo educa a un gobernador, intimida a otros.

Para Scioli, se inicia una etapa ardua, escaso de fondos, con el by pass de los intendentes y acechado por quienes se prueban su traje para el 2011: desde el jefe de Gabinete Aníbal Fernández, con pronóstico reservado en las encuestas, hasta el sempiterno continuador de su estilo positivista, Sergio Massa, otro que se marchó de Cristina por magro apego a la lealtad y ahora, con la reversión ambiental, se postula al retorno aunque sea al fútbol aficionado en Olivos, hasta de aguatero. Pecó, como su antecesor, de urgente oportunismo: al menos, así lo cree el matrimonio, descalificándolo por no preveer los veloces cambios de humor en apenas 60 días. No fue el único en errar sobre el tiempo, ese lapso en que reinaba la depresión extrema en la residencia (recordar el forzado silencio de Néstor) hasta la llegada de estos nuevos vientos, cuando el dúo empieza a respirar exaltación, un triunfalismo atávico del Sur, casi para descorchar el champagne con la pizza. Si hasta se modificó, aseguran, el estado de ánimo de “Cleopatra”, esa caniche toy o pekinesa clarita –perdón por la falta de versación al respecto– que persigue y domina a Cristina como Jazmín a Susana Giménez, entregada a los caprichos de esa mascota con cerebro diminuto y excentricidades histéricas. Aunque más de uno lo piense, en este caso el animal no responde al carácter de la patrona: “Cleopatra”, nombre que en el bautismo casero eligió la hija de los Kirchner, ya arrastra en su origen debilidades congénitas, justamente las que provocan el afán protector de la Dama Primera. Casi semejante al mismo espíritu que trasciende a Néstor cuando dice: “Yo, ahora, voy a estar más por los pobres (incluye piqueteros y barras bravas), son mi refugio para más adelante”. En su caso, está hablando de votos.

La política de quemar naves

Mérito de la recuperación, entienden, exclusivamente reservado a la pareja presidencial: no comparte el rédito con nadie –nada nuevo esto, basta ver su declaración patrimonial–, no le deben consejos a ningún Alberto Fernández (como éste solía vanagloriarse antaño), a ningún grupo asesor, mucho menos a determinado ministro, ya que en mayoría sugerían modificar actitudes después de la derrota para aliviar la tensión en el país. Un avanzado en ese sentido era Julio de Vido, a quien Néstor suele apartar con la expresión: “Vos, de política, no entendés nada”. Sólo los Kirchner persistieron en su designio radical a favor del enfrentamiento con determinados sectores –más ella que él, por momentos, casi una pasionaria Dolores Ibárruri–, quemando naves para evitar defecciones, imponiendo decisiones a rajatabla y a costa de expresiones más concesivas que, a espaldas del matrimonio, susurraban los laderos asustados por su propio futuro. De ahí que Néstor y Cristina, por lo tanto, son los únicos autorizados a cobrar el billete premiado en la ventanilla si hoy se admite que el bolsillo político y económico ha comenzado a darse vuelta a su favor.

Llegó la hora de la venganza

Para el matrimonio, ha cesado el peligro, se conservan ciertos focos del incendio a extinguir y ahora se imponen otro raid, venturoso –creen– para ambos y quizás vengativo. Disfrutan con la economía que les depara un mínimo brío, una parcial recuperación de la actividad, ni protestan porque unos pocos ganan mucho dinero con los bonos, agradecen que en el mundo se haya contenido la recesión, sonríen porque en lugar de irse, la flamante amenaza es que los dólares vengan (negocio financiero, es cierto), al fin de esta semana, la señora Cristina podrá decir que ha cambiado el FMI, se arreglará con los hold-outs y el Club de París, además llueve anticipando promisorias cosechas y el 2010, en suma, promete mejorar la performance del que lánguidamente caduca. Si hasta el dúo relata que el curso elegido por Amado Boudou le concedió al ministerio otro rol, más fulgurante, y en ese sentido no temen reiterar: “Es el mejor de todos los que tuvimos en Economía. Silencioso, el muchacho, aparte”. Como si Carlos Fernández, el que lo precedió, no hubiera sido callado.

Está claro que Boudou se ganó un lugar a la vera de la pareja, pero las preferencias personales de Cristina se detienen en la consulta frecuente al marido de una ex secretaria, Diego Bossio, hoy a cargo del ANSES, un treintañero venido del Banco Hipotecario (instituto que tambien donó un asesor clave en Economía: Mario Blejer). Bossio ya es un habitué de Olivos, polifuncional, trisca por la casa con cierta autoridad y sin apelar al felpudismo de alta y baja altura que caracteriza a Oscar Parrilli, retransmisor de los comentarios radiales de la mañana o de los comentarios aparecidos en los diarios, con algun aditamento delator sobre los autores. Más o menos, la misma función que durante una hora y media, todos los días, ejercía un jefe de Gabinete con Néstor Kirchner. Parrilli también es hombre de consulta –como otros pocos privilegiados– cuando la señora, ya con menos tiempo que antes, se prueba el vestuario a utilizar durante el día, antes de partir a la Casa Rosada y desde una tarima ad hoc les pregunta a los testigos: ¿Cómo me queda? Por supuesto, en esas ocasiones se permite una vueltita, al mejor estilo Mirtha Legrand.

Si la economía se endereza y no estimula crisis para lo que resta del año, la enajenada política que vaticinaba desbordes explosivos como la Italia de antaño, también se permite respiros. Gracias, claro, a una hilera de victorias de Néstor sobre el terreno, gusten o no: asumió el fútbol “gratis para todos” (con la consiguiente poda al poder económico de Clarín), obtuvo para su mujer las “facultades delegadas” que la oposición pretendía negar, movió fichas que descolocaron al sector agropecuario (enemigo número 2) con varias incorporaciones políticas impensadas (Julián Domínguez, peronista de la Cuarta como su jefe Aníbal, ex colaborador de Carlos Ruckauf) y poco deseadas (María del Carmen Arcón y Miguel Saredi), finalmente recolectó un holgado número en Diputados para modificar la Ley de Radiodifusión que, utilizando más ciego tesón que inteligencia, defendía el Grupo Clarín. Todo indica que en el Senado sumará la parte que le falta, aún cuando el proyecto vuelva para ser aprobado por mayoría simple, a la Cámara Baja, con alguna corrección. Hizo lo que nadie ni siquiera intentó desde el Poder Ejecutivo en las últimas décadas y desde el declive electoral. Si bien apunta a destripar a su enemigo número l, no parece disponer de los órganos extraídos: al menos, se truncaron ciertas apetencias majestuosas con el negocio telefónico (aunque hay otros pendientes, como los cables del interior). Debe incluirse en este proceso otra novedad: de las posiciones irredentas, inclaudicables de Kirchner, ahora acepta negociaciones, los canjes, otra metodología. De la hoguera al éxtasis, de caminar con la cabeza gacha hace dos meses, casi esperando burlas y preocupado por la permanencia en Olivos, inclusive hasta inquieto por la seguridad personal, pasó ahora a la fantasía del 2011, a la construcción de torres propias para seguir en el poder. Como si las encuestas lo estimularan –lo que no es cierto, cada vez está más abajo la pareja–, con la expectativa de que si Hugo Chávez perdió una elección y luego ganó en la siguiente, a ellos dos les podría ocurrir lo mismo. Finalmente, para su ocurrencia, los pueblos pueden ser parecidos. Si para muchos el matrimonio antes era intratable, ahora se volverá insoportable: Aníbal Fernández, además de dominar por decreto toda la publicidad del Gobierno, acaba de enviarles una nota a sus ministros de que los hará responsables de cualquier violación en la materia. Kirchnerismo puro.