Humor en la web. Cadenas de mails distribuyeron estampitas digitales santificando al vicepresidente. |
El viaje en auto del vicepresidente Cobos a su Mendoza natal, vitoreado a su paso a lo largo del camino, hasta concluir con un saludo al pueblo desde el balcón de su casa con banderas argentinas, se parece en mucho al recibimiento que se le brinda a alguna selección deportiva cuando regresa triunfal.
Incluso los mensajes que circularon por Internet, como el que se reproduce en esta página, destacando los huevos que estarían implícitos en las dos “o” del apellido Cobos, demuestran cómo nuestra sociedad procesa futbolísticamente la política. No es casual que el vicepresidente destacara, de entre los muchos llamados recibidos, el que le hizo Maradona para decirle que le había “devuelto el orgullo de ser argentino”. Es el mismo Maradona –genuino representante de una gran parte de la sociedad– que hace no tantos años vivó a Néstor Kirchner.
Hoy es el turno de San Cobos o de Cobos-San Martín, pero ayer fue el de San Kirchner, y antes de ayer el de San Menem, a los que luego nadie había votado. La idolatría es lesiva, porque simplifica el panorama e impide superar la etapa de la adolescencia, en el más literal sentido del término, el de adolecer. La presencia de un ídolo ocupa y esconde el vacío que es preciso llenar de contenidos.
El subdesarrollo es adolescencia, es erratismo político y económico, es volatilidad y una extrema pendularidad tan ciclotímica como los humores cambiantes de un adolescente en el pico de su explosión hormonal.
¿No hubo elecciones hace 9 meses? ¿No se parecen, en sustancia, el efusivo abrazo del ruralista liberal Mario Llambías a Luis Barriounuevo y el que simbólicamente le dio Cristina Kirchner a Ramón Saadi para que votara a su favor?
Esto no empaña la alegría de que Cobos haya votado en el Senado conforme a su conciencia, pero más importante fue que otros senadores del propio partido gobernante, votando en contra del proyecto oficialista, permitieran el desempate del vicepresidente, y que el Congreso –por fin– pusiera límites a la discrecionalidad del Poder Ejecutivo.
Como también fue esencial la presión que ejerció la existencia de una Corte Suprema que, muy probablemente, hubiera declarado inconstitucional la resolución 125. Por más destacada que sea su posición, nunca es una sola persona la responsable de lo bueno que nos sucede, como tampoco de lo malo.
Mal que nos pese, no son las leyes las que hacen desarrollado a un país, sino la predisposición a no evadirlas en cada sociedad. Tanto los países desarrollados como los subdesarrollados tienen leyes similares. Las leyes se pueden cambiar rápidamente, como lo hizo Rusia tras la caída de la ex Unión Soviética al adoptar el sistema jurídico liberal y constitucionalista europeo-norteamericano, pero eso lleva décadas –y en casos extremos, siglos– que se las cumpla verdaderamente. Putin no tiene una esposa como presidente, pero se hizo a él mismo primer ministro y a su ex primer ministro, presidente.
Tampoco es la política, como les gusta creer a los políticos, la que transforma la sociedad, sino la cultura. La política se desarrolla sobre una generación; la cultura, sobre varias.
El duelo de Cristina. Gran parte de la sociedad vivió un clima de alivio luego de la derrota del Gobierno en el Senado, sentimiento comprensiblemente necesario después de 130 días de tensiones. Pero el kichnerismo se encuentra tironeado entre la rabia y la negación que caracterizan a la primera fase del trabajo de duelo.
Para tener una dimensión temporal de lo que se avecina, vale recordar cómo Freud explicaba esta primera fase del duelo:
“El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal ni aun cuando su sustituto ya asoma. Esa renuencia puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. Lo normal es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Pero la orden que ésta imparte no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico. Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos, y en ellos se consuma el desasimiento de la libido. ¿Por qué esa operación de compromiso, que es el ejecutar pieza por pieza la orden de la realidad resulta tan extraordinariamente dolorosa? He ahí algo que no puede indicarse con facilidad en una fundamentación económica.”