A pesar de nuestros esfuerzos recientes en Nueva York, Pittsburgh y Bangkok para arribar a un acuerdo climático global, sigo preocupado por las perspectivas en esta etapa de las negociaciones, que se acercan peligrosamente a un punto muerto.
¿Por qué el éxito de la conferencia del próximo diciembre en Copenhague es tan importante? En primer lugar, porque la ciencia es clara. Si se continúan haciendo las cosas como de costumbre, es casi seguro que tendremos peligrosos y casi catastróficos cambios climáticos durante este siglo.
Pero también es importante por una cuestión moral. En primera instancia porque son los países en desarrollo los que se llevarán la peor parte del cambio climático y a la vez son quienes menos recursos tienen para evitarlo. En segundo lugar, por la perspectiva generacional. Simplemente no tenemos derecho a imponer el dolor y el coste del cambio climático a las generaciones futuras. Además, después costará mucho más hacerlo que ahora.
La comprensión del contexto moral es necesario, pero no suficiente. Mi sentido de hablar con gente de todo el mundo acerca de esto es que entiendan por qué tenemos que actuar. Porque aquellos que tenemos responsabilidad política todavía no hemos logrado colectivamente convencer a los demás de que tenemos voluntad para promover soluciones en línea con el crecimiento económico y el desarrollo sustentable.
Mi objetivo también es establecer el modelo comercial para la lucha contra el cambio climático. Porque no es sólo un imperativo moral: es también una oportunidad económica enorme.
La construcción de la economía “baja en carbono” que necesitamos va a desatar una ola de innovación, inversión y empleo de tecnologías y productos limpios. Europa se ha comprometido a duplicar su cuota de energías renovables al 20 por ciento en 2020. Creemos que esto va a generar unos 90 millones de euros de inversión adicional, unos 700.000 nuevos puestos de trabajo, y una reducción de nuestra factura de importación de petróleo y gas por unos 45 millones de euros al año para 2020.
El crecimiento verde no es una quimera. Es la realidad. Podemos hacerlo, y en términos concretos, lo estamos haciendo, ahora, en Europa. Nuestras emisiones per cápita son menos de la mitad de las de los EE.UU. en el mismo nivel de producción. Nuestra economía ya se está moviendo a un nuevo paradigma.
Si la acción contra el cambio climático ya está ocurriendo, ¿por qué necesitamos de Copenhague? En primer lugar, porque tenemos que evitar un problema de parasitismo: la idea equivocada de que algunos países pueden retroceder mientras otros reducen las emisiones.
Ningún país o grupo de países puede hacer la suficiente reducción de emisiones como para resolver el problema por sí solo. A menudo los países en desarrollo dicen que nosotros, los países industrializados, somos responsables del cambio climático. Mi respuesta es: tiene usted razón. Pero la asignación de responsabilidad por el pasado no aborda el futuro. Si los países industrializados redujeran sus emisiones a cero, y los países en desarrollo siguieran haciendo lo de siempre, aún se alcanzaría el nivel peligroso de carbono en 2050.
El mundo desarrollado tiene que estar dispuesto a poner dinero sobre la mesa en Copenhague en diciembre, no sólo para su adaptación al cambio climático, sino para ayudar a financiar el esfuerzo de mitigación adicional para los países en desarrollo. Nuestra estimación de la Comisión Europea es que en 2020 los países en desarrollo necesitarán aproximadamente otros 100 millones de euros al año para combatir el cambio climático.
El cambio climático no es sólo una cuestión ambiental, también es una prioridad del desarrollo.
Tenemos dos escasos meses para ir hasta Copenhague. Todavía tenemos un largo camino por recorrer para alcanzar el éxito. El camino es difícil, pero sabemos que tenemos que hacerlo, para nuestros hijos y todas las generaciones futuras de este planeta.
*Presidente de la Comisión Europea. Fragmento de su discurso ante el Global Editors Forum.