Es bastante común ideologizar El capital de Marx, leer una tendencia política ahí donde Marx sólo analiza un sistema económico de manera científica. Por eso la diferencia que hace el filósofo, por ejemplo, entre explotación y robo es fuente de infinitos malentendidos. ¿Pero cómo les explicamos la muerte a los niños? Esta semana falleció un ser muy querido, el bisabuelo de mi hija. El y Anita tenían una relación productiva. Es decir, que no se relacionaban desde el típico juego adulto vs. niño sino que, simplemente, como podían, uno con 90 años y el otro con 4, se ponían a jugar de verdad, no hacían que jugaban. La burocracia de la muerte es letal: sea memorable o no la vida que se va, cuando llegan los títulos se vienen los trámites. Dónde y cuándo se vela el cuerpo, o no se lo vela o dónde se lo entierra o dónde se lo quema. Esas cosas que se ocupan los adultos. ¿Y qué se les dice a los niños cuando este ser querido se borra de un plumazo? Me acuerdo que en uno de los libros de Castaneda Don Juan le aconsejaba a Carlos que una buena educación de un hijo pasaba por enseñarle en un momento un cadáver y hacérselo tocar. Cuando leí esto, me pareció demasiado intenso. Ahora mismo, ante la pérdida de nuestro ser querido, no sabía qué decirle a Anita, cómo decírselo y cuándo. ¿Era mejor o peor que fuera al entierro y cerrara la relación con su abuelo?
Yo fui a mi primer velatorio a los 8 años, cuando falleció el padre de un amigo del colegio. Me acuerdo que entré con otros compañeros a la sala mortuoria de la avenida Independencia y nos pusimos todos a reír. ¿Qué íbamos a hacer? La otra noche yo estaba viendo la precuela de El planeta de los simios y Anita estaba a mi lado, mi mujer me dijo que esa película era muy violenta, que no la tenía que ver ella. Sin embargo, decidió contarle a nuestra hija que su bisabuelo había muerto, le dijo que se había ido al cielo –para esto sirve el realismo mágico– y que ahora estaba muy feliz, sin sufrimientos, con Ia, su mujer querida. Así que fuimos a la Chacarita y mi hija anduvo correteando por ahí mientras su bisabuelo entraba en una bóveda familiar. En un momento le dijo a la madre que quería poner flores para decorar la bóveda y cuando se fue la gente, eso hizo. Lo había visto en una película de dibujitos que se llama El día de los muertos, que sirve mucho más para aconsejar a los niños en este tema que la sugerencia de Don Juan. Otro amigo me contó que él lloraba al lado del cajón de su madre, con 10 años, preguntándose, una y otra vez, por qué a mí. Hasta que un tío se le acercó y le dijo: ¿por qué no? En ese momento le pareció muy duro el tío, pero, dice ahora, eso le cambió la vida, la forma de ver las cosas. Las personas siempre tratan de establecer un lugar fijo, un horario, un lugar para juntarse, se ponen pesadas, miedosas, como si no supieran que la vida, en esencia, es pura impermanencia.