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¿Cómo hacer para creer?

Dilema verdaderamente angustioso: ¿por qué tengo que creerles? ¿Por qué debería creerles?. Hace apenas 22 meses, unas declaraciones hicieron ruido. No porque la sociedad argentina carezca de altas y adrenalínicas dosis de emotividad sin límites, pero esas palabras atragantaron a muchas personas decentes.

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Dilema verdaderamente angustioso: ¿por qué tengo que creerles? ¿Por qué debería creerles?

Hace apenas 22 meses, unas declaraciones hicieron ruido. No porque la sociedad argentina carezca de altas y adrenalínicas dosis de emotividad sin límites, pero esas palabras atragantaron a muchas personas decentes. En pleno verano argentino, Elisa Carrió le dijo a La Nación el 7 de enero de 2007 que “Alfonsín, Duhalde, Lavagna (…) son el origen de la inmoralidad, la antirrepública y la falta de distribución del ingreso” en la Argentina.

Carrió visitó el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical el pasado 11 de noviembre, acompañada de Adrián Pérez, María Eugenia Estenssoro, Patricia Bullrich, Enrique Olivera, Margarita Stolbizer y Gerardo Conte Grand. Fue recibida por el presidente de la UCR, Gerardo Morales, junto a Oscar Aguad, Ernesto Sanz, Mario Negri, Daniel Salvador y Ricardo Gil Lavedra.

Carrió ha dicho en reiteradas oportunidades que “ama” a Raúl Alfonsín y que fue a la reunión con la UCR porque en el acto del 30 de octubre el ex presidente, en mensaje grabado, alentó al diálogo entre las fuerzas opositoras para darle una alternativa política diferente a la Argentina.

Como ella lo “ama” y él lo pidió, dijo, fue a la sede de un partido al que durante más de cinco años ignoró institucionalmente y del que intentó llevarse la mayor cantidad posible de dirigentes.

Tiene ese derecho Lilita. Tiene derecho a cambiar, a madurar, a evolucionar, a ser más frugal con sus espasmos emocionales y ponerse, así, a la altura de las acuciantes necesidades de liderazgo democrático que padece el país.

Pero, ¿cómo se vuelve de afirmaciones tan terminantes e inequívocas? ¿Cómo se “ama” ahora a la persona a la que se definió ayer como “el origen de la inmoralidad” en la Argentina?

Está bien: todos hemos exagerado en la vida, todos hemos pecado de soberbia e imbecilidad. Quien firma lo asegura de sí mismo. Pido disculpas a amigos y ex amigos a los que alguna vez molesté con mi imprudencia y fogosidad.

No me candidateo a nada, claro, y sólo me leen y escuchan los que así lo deciden libremente. Pero Carrió ha dicho que quiere ser presidenta de la Argentina y, por lo tanto, es razonable interrogarse cómo procedería, si llega a tal cargo cuando, por ejemplo, ha demostrado ser capaz de calificar a Alfonsín como “el origen de la inmoralidad” y veinte meses más tarde manifiesta su “amor” a él.

Es una pregunta incómoda, sobre todo para quienes sienten asfixia ante el cepo kirchnerista, consideran que cinco años y medio ya estuvo bien, y que en 2009 los equilibrios parlamentarios deberían dar cuenta de un reacomodamiento importante del actual orden hegemónico montado por el gobierno del matrimonio Kirchner.

Este modo de pensar, el que al menos revela esta columna, debe torturar a los autoritarios, incapaces de ser críticos con lo que aprecian. Pero desde una vocación de denunciar con rigor y sin oportunismo, los indicios de lo que terminará luego mostrando aspectos siniestros, opto por manejarme sin cálculos ni reticencias. Si la necesidad de abrir una opción al país tras estos años incluye hacer la vista gorda ante cuestiones centrales que, ineludiblemente, pesarán sobre el andar futuro de una combinación política, es menester ser dolorosamente minucioso.

A fines de los noventa, por ejemplo, los radicales eligieron ocultar la suspicacia que les producía el estilo de conducción de Chacho Alvarez, sus unilateralismos clamorosos y su escaso compromiso con la Alianza de la que formaba parte. Su alejamiento a mediados del gobierno en 2000, dejando al Frepaso de a pie, desnudos y en medio de la calle, estaba escrito en la pared desde mucho antes. Pero era previsible y pasó lo que tenía que pasar, al margen de las calamidades y desaciertos imperdonables de la presidencia de Fernando de la Rúa. Hoy la flor y nata del Frepaso revista en el funcionariato kirchnerista y hablan de la Alianza como si fuese un gobierno formado en Malasia en la década del 40.

¿Debo ahora, por ejemplo, creerle a Felipe Solá cuando afirma que le ha dicho basta “a una forma de hacer política”? Según el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, cargo al que llegó tras ser vicegobernador de Carlos Ruckauf, el kirchnerismo “si no compra, te ignora”. ¿Ignoraba Solá estas características de un gobierno con el que convivió entre mayo de 2003 y diciembre de 2007?

El ingeniero Solá fue electo vicegobernador en 1999, cuando la Alianza ganó en el país. El acompañó a Ruckauf hasta 2002, cuando, designado éste como ministro de Relaciones Exteriores por el presidente Eduardo A. Duhalde, tuvo que completar ese mandato y luego fue elegido gobernador, de 2003 a 2007.

Ahora, alejado formalmente del kirchnerismo, asegura que “ya estamos acostumbrados a la presión extorsiva, al destrato, a la polarización. Ese es el prestigio de quien se arroga el poder y lo practica férreamente”. Vapulea lo que denomina “la obsesión kirchnerista por el cortoplacismo”. Critica la “falta de libertad de expresión en el oficialismo”. Asegura que en el Gobierno “deciden todo dos o tres personas”. Por eso, ahora dice que quiere “consolidar una opción política no kirchnerista”.

Mismo fenómeno: Solá tiene derecho absoluto a cambiar y evolucionar. Pero, ¿nunca supo, o quiso, o pudo decirlo, mientras tuvo poder? En infinidad de ocasiones, como gobernador de la Provincia, fue humillado por Kirchner, que inauguraba obras de todo pelaje en el distrito, mientras Solá era obligado a mantener un nivel absolutamente secundario, de partiquino minusválido. Once meses después, proclama algo de una gravedad monumental: “Si no te compran, te ignoran”.

Para Carrió, como para Solá, vale la misma operación intelectual: cuando los cambios abruptos no se pueden explicar seriamente y no se demuestra rigor y coherencia para autoexaminarse de modo crítico, se percibe una forma del oportunismo, o –en el mejor de los casos– un cálculo demasiado explícito como para pasar desapercibido.

¿Qué hubiera sucedido si Carrió, antes de proclamar su “amor” por Alfonsín, hubiese reconocido que hace menos de dos años profirió contra él juicios agraviantes e inaceptables y que, como cristiana, se arrepentía de ellos? ¿O ahora Alfonsín dejó de ser “el origen de la inmoralidad” que ella denunciaba en enero de 2007?

¿Qué pasaría si Solá confesara que durante cinco años fue sistemáticamente esmerilado y destratado por los Kirchner y que él se mordía los labios y lo aceptaba, porque pensaba que las cosas iban a cambiar, pero ahora, arrepentido, advierte que ellos son los que fueron siempre?

¿Saben que pasaría? Que Lilita y Felipe serían más creíbles.

Lo siento mucho, pero es así: no se puede condenar en el adversario lo que se practica en casa.


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