El resultado de la excursión por La Paz del último miércoles (1-6) fue igual al de la derrota ante Checoslovaquia en el Mundial ’58. También es similar en diferencia de goles a la caída del 5 de septiembre del ’93 ante Colombia (0-5). Pero esta Selección argentina actual tiene una ventaja: en términos absolutos, sólo perdió tres puntos. Por esos resultados, el equipo del ’58 quedó eliminado del Mundial de Suecia y el de Basile tuvo que jugar el repechaje.
El problema más importante de las dos grandes goleadas que precedieron a esta del miércoles fue la lentitud para reaccionar. En el caso de 1958, Argentina tardó casi dos décadas en darle entidad al equipo nacional. Recién ocurrió cuando llegó César Luis Menotti, en 1974. Desde allí, y después de un excelente trabajo en el torneo local y el interior, se armó el equipo que ganó el Mundial ’78 y que siguió siendo líder del fútbol del mundo hasta bien entrado 1980. Y más allá del fracaso de 1982, la Selección ya era prioridad y tenía la importancia y la seriedad que requiere este juego a nivel global. De esto pueden dar fe Bilardo, Basile, Passarella, Bielsa y Pekerman. Pero el que puso la piedra basal para que la Selección cobrara importancia vital fue Menotti. Con la atenuante ya apuntada: la AFA reaccionó 16 años después del desastre de Suecia.
La respuesta interna del 0-5 con Colombia también tardó. Un poco menos que 20 años, pero tardó. Todo fue confuso, porque Julio Grondona respaldó a Basile en cámara, pero, en privado, lo conminó a convocar a Maradona y a cuatro o cinco jugadores más, entre los que estaban el Colorado Mac Allister y el Flaco Chamot. El resultado fue obvio: clasificamos al Mundial de Estados Unidos por la ventana (en la cancha de River, con un gol en contra, ante Australia) y nos fuimos en octavos de final tras caer 3-2 con Rumania. Grondona decidió seguir adelante después del 0-5 con el mismo cuerpo técnico; ahí estuvo el error. Era el momento de un cambio radical y no lo implementó. Recién lo llevó adelante cuando el Mundial ’94 ya era historia.
Es de esperar que la reacción a este sonoro cachetazo que nos dio Bolivia en La Paz sea inmediata. Humberto Grondona –ideólogo principal de la llegada de Maradona a la Selección– puso al descubierto una interna que Julio Grondona deberá resolver ya (“el técnico es inteligente, pero debe escuchar a la gente con mucha experiencia”). La resolución está al alcance de la mano: debe acercar a Carlos Bilardo al cuerpo técnico. Diego tiene el indispensable respaldo de los jugadores, pero le falta una segunda opinión importante. Con ella, el equipo que se presentó en La Paz hubiese sido otro. En la altura hay que jugar de una manera particular. Hay que tener la pelota, jugar corto y pegarle al arco desde lugares no habituales. Con esa segunda opinión calificada, Maradona hubiese regresado a jugar el segundo tiempo al menos con dos cambios. El equipo perdía 1-3, Mascherano se arrastraba por la cancha, Messi necesitaba un tubo de oxígeno y la mayoría –salvo Gago, que se descompuso feo en el viaje de regreso– no tenía respuesta física. En el banco, curiosamente, no estaba Battaglia, que había jugado con Boca en ese mismo estadio. Pero estaba Verón y, aun infiltrado, podría haber disputado el segundo tiempo. La Brujita le hubiese dado el ritmo correcto. Demás está elogiar la media y larga distancia que posee. Bilardo no es un oráculo, pero tiene las espaldas lo suficientemente anchas como para guiar a Diego en este nuevo camino.
Analizar individualmente a los jugadores argentinos que perdieron 6-1 sería ridículo, a esta altura. El doctor Néstor Lentini hizo pruebas de oxigenación pensando en el partido con Bolivia y la hostilidad con la que la situación geográfica de La Paz trata a los que venimos desde el llano. El equipo llegó dos horas antes del partido, obedeciendo una de las dos o tres variantes que hay para combatir la altura. Esto descarta la improvisación. El error grave estuvo en la elección de los jugadores, en el planteo y en los cambios tardíos y equivocados. Pero negar que la altura influyó sería una necedad. Messi no se funde al primer pique cuando juega en Barcelona o en la cancha de River. Carrizo no necesita exigirse como lo hizo cuando le tiraron de la distancia que lo hizo Alex Da Rosa. En la jugada previa al tercer gol, la pelota que sacó Arias cayó detrás de Papa porque tomó vuelo sin que el aire le ofreciera la resistencia que ofrece en el llano. O sea, sería fácil hacer una disección de los jugadores argentinos porque ninguno jugó siquiera aceptablemente. Pero la altura fue determinante hasta en la pelota que se le fue larga a Zanetti y derivó en el penal. Y, sin la altura, no hubiese habido 6-1.
Un equipo mal armado puede perder, malas tardes tuvo hasta Maradona cuando jugaba, pero que la pelota vaya más rápido que en cualquier parte del mundo y que jugadores regulares como Joaquín Botero (8 goles, 7 en La Paz) o Marcelo Martins (6 goles, 4 en La Paz) tomen dimensiones de cracks, debería convencernos de que lo que sucedió fue anormal. Basta con ver que Bolivia, de local, sólo perdió un partido (vs. Chile, 0-2) y, afuera, sólo le arañó un punto a Brasil colgado del travesaño (0-0).
Explicar esto en el contexto de tamaña diferencia en la chapa final volatiliza las palabras y hace que, de momento, todo razonamiento parezca absurdo.
Diego Maradona tiene, de aquí en más, una tarea difícil. Debe recomponer la fastidiosa interna del cuerpo técnico, sobre todo la que tiene que ver con Bilardo. Después, pensar en los errores que cometió en el armado y en la resolución de los problemas que se fueron presentando durante el partido con Bolivia. El resultado oprobioso dará una momentánea chapa a los que vivieron los cuatro goles contra Venezuela como un trago amargo y a los enemigos de Maradona. Pero hay que abstraerse de eso, no todo el mundo puede estar conforme o pensar igual que uno.
Vienen Colombia, Ecuador, Brasil, Paraguay, Perú y Uruguay. Diego tiene el suficiente carácter como para sobreponerse rápido del peor golpe de su vida como entrenador.
Ojalá lo logre.