Sobre la relación de Walter Benjamin con la Argentina siempre cuento la misma anécdota, así que no veo por qué no voy a hacerlo ahora. Debo estar envejeciendo, al menos si suponemos que envejecer es empezar a repetirse, aunque, pensándolo bien, la repetición es siempre la compañera de ruta secreta de la novedad. Recuerdo ahora otra anécdota que viene al caso. Juan Verdaguer decía que un humorista tiene dos caminos: o cambia todas las noches de repertorio, o cambia todas las noches de público. “Yo opté por el segundo camino”, concluía con evidente razón.
Pues aquí me dispongo a contar por tercera o cuarta vez la misma anécdota. En una casona en San Telmo se celebraba un brindis en agasajo a un ensayista y traductor francés, de paso por Buenos Aires. En un momento se armó un pequeño grupito en el que quedaron cuatro o cinco personas además del invitado. De golpe, el extranjero dijo: “Ahora que me doy cuenta, todos ustedes escribieron un artículo o un libro sobre Benjamin. ¡Esta debe ser la ciudad donde más se escribió sobre Benjamin por metro cuadrado!”. (De hecho, en ese grupito de escribas argentinos, había un benjaminiano socialdemócrata que había apoyado a Raúl Alfonsín, otro al que le interesaba Benjamin en su dimensión trágica y hoy es orgánico del kirchnerismo, uno que usa a Benjamin para pensar la problemática urbana sin renunciar al marxismo, y finalmente otro al que Benjamin le permitió reencontrarse con el judaísmo y hoy manda a sus hijos a un colegio religioso.)
Teniendo en cuenta el valor cada vez más elevado del metro cuadrado en esta Buenos Aires benjaminiana, resulta inexplicable que otra de las facetas de la especulación inmobiliaria, llamada en este caso campo intelectual o mercado editorial, no haya descubierto todavía la extraordinaria obra de Gertrud Kolmar. Quizá se deba a que buena parte de nuestros benjaminianos no lee en alemán, siendo que la obra de Kolmar apenas si circula en castellano (sólo se publicó un libro de poemas llamado Mundo en la editorial catalana El Acantilado). Por cierto, yo tampoco hablo alemán (pero no me declaro resolutivamente influenciado por esa tradición) así que tuve que recurrir a las traducciones al inglés (idioma al que se tradujo Cecile Renault, pieza dramática sobre la Revolución Francesa) y al francés, con sus tres libros publicados en la impecable colección “Titres” de la editorial Christian Bourgois (las novelas La madre judía y Susana, más una antología de su correspondencia). De origen judío, Kolmar nació en Berlín en 1894 y murió en Auschwitz en 1943. Entre medio, escribió un conjunto de poemas, novelas y relatos de gran intensidad, cargados de una ironía escéptica, cruzados todos por un clima de desesperación agobiante.
Susana, escrita en 1939, es una nouvelle excepcional, que ya desde el principio marca el tono sutil y apesadumbrado de su escritura: “No soy poeta, no. Si fuera poeta, escribiría una historia. Un bello relato, con un comienzo y un fin, a partir de lo que sé. Pero no soy capaz. No soy un artista. Apenas una gobernanta con los cabellos grises, una frente avejentada, y unos bolsillos con cansados dedos en su interior”. Como en Robert Walzer, el desmoronamiento del mundo burgués siempre es narrado a través de la mirada de personajes menores, olvidados, replegados.
Y una cosa más: Kolmar fue la prima de Walter Benjamin, con quien mantuvo una relación de gran cariño, pese a no frecuentarse demasiado (relación que consta tanto en la correspondencia de Kolmar como en la de Benjamin). Pero más allá del detalle del parentesco (detalle en realidad no menor) y de la correspondencia entre ambos (que es breve), lo central es la influencia recíproca: la literatura de Kolmar está atravesada como pocas por un aire benjaminiano, por el clima de época de esos años en donde se cruzaba mesianismo y revolución, misticismo judío y crisis burguesa, con el fondo siempre presente de la catástrofe inminente.