Cuando el kiosquero pase por debajo de la puerta de casa la edición del diario PERFIL del sábado 12, los jugadores argentinos estarán a punto de jugar o jugando contra Nigeria en el estadio Ellis Park de Johannesburgo. Habrán terminado las especulaciones y también las cavilaciones de Maradona sobre si pone tres delanteros, dos o uno, cuatro o tres defensores, cuatro o cinco volantes. Será el momento de saber si lo hecho hasta acá se corrigió o si el equipo sigue en esa medianía que sólo encontró alguna elevación apenas en el comienzo de esta era, contra Francia y hace poco, en el amistoso con Alemania. No se toman en cuenta los partidos con Haití o Canadá por la sencilla razón que los partidos dejan cosas si las fuerzas son parejas. Si no lo son, como en los compromisos de Cutral Co y River, quedan detalles como los que llevaron a Ariel Garcé a Sudáfrica.
Resulta por lo menos curioso que, después de esperar unos cuantos días que los futbolistas enfrentaran a los periodistas que llegaron hasta Pretoria, ninguno haya dado respuestas concretas cuando se les preguntó sobre “fútbol”. El primer trabajo táctico se hizo ayer, aunque los jugadores –desde sus teléfonos celulares– dijeron, otra vez, no saber qué plan tiene Diego para ganarle a Nigeria.
Hasta el 24 de mayo –día de la goleada sobre Canadá– los once parecían estar claros: Romero; Otamendi, Demichelis, Samuel, Heinze; Jonás, Mascherano, Verón, Di María; Messi e Higuaín. En la tarde del Monumental, apareció Carlitos Tevez. Metió dos goles, fue apoyado por la gente y además está en gran momento. La prensa se ocupó de pedir a Tevez –aún por encima de Diego Milito, el delantero argentino que mejor está hoy– y Diego abrió su cabeza a nuevas posibilidades.
Si bien uno se imagina un Mundial de mucha presión en el medio y con la pelota puesta en riesgo constantemente, también es real que la Selección tiene rivales que están –al menos en los papeles–algunos escalones por debajo. Es más, Nigeria jugó un amistoso hace unos días y se mostró cómodo de contraataque. Si Maradona toma en cuenta esto, seguramente pensará en sacar a Otamendi, ampliar el recorrido de Jonás Gutiérrez por la banda, incluir a Tevez para acompañar a Higuaín y soltar a Messi para que sea una especie de enlace, tarea que perfectamente podría compartir con un Verón más adelantado.
Más allá del misterio, las lonas verdes y las respuestas evasivas de los jugadores, no es mucho lo que hay que elucubrar. En la concentración de Pretoria, Maradona eligió la paz de la convivencia en lugar de amistosos, como hicieron otras selecciones que actuarán en el Mundial.
Pero hay una mancha grande e indeleble para todo el torneo. Es la de la falta de control de los barras que viajaron al Mundial. Cuesta creerles a todos los actores del asunto. No son creíbles el Gobierno ni mucho menos Julio Grondona en esta historia. Bilardo tiene antecedentes claros e históricos de vínculos con los barras y uno de ellos lo mencionó. El mismo barra nombró a Maradona, que lo atendió en su primera aparición pública en Sudáfrica. Dimos por sentado que Maradona no mintió. La duda es: Si hubiese colaborado con los violentos, ¿lo habría dicho?
Dos apuntes sobre el tema: jamás será solucionado mientras tengan connivencia con los dirigentes políticos y del fútbol. En Inglaterra, los hooligans no tenían trato con los dueños o dirigentes. Por eso fueron erradicados, porque ningún poderoso sacó la cara por ellos y a la cancha no van más.
En Argentina, sacamos a los hinchas visitantes de las canchas del ascenso, pero los barras van igual. Hacemos pulmones, salen primero los visitantes, después los locales y las barras siguen yendo cuando quieren y se van cuando quieren. Como corolario, se les financia el viaje y cincuenta días en la sede de un Mundial. Grondona y el Gobierno dicen que no fueron. Voy a tener el tupé de dudarlo.
Una última reflexión. Dirigentes y periodistas intelectualmente perezosos dicen ligeramente que la violencia en el fútbol es producto de “una sociedad violenta”. Eso no es exacto; es licuar el problema. Entre el 22 y el 25 de mayo asistimos a cuatro jornadas en las que se juntaron, en un tramo relativamente corto, un millón y medio de personas en promedio por día en los festejos del Bicentenario. Si la sociedad argentina fuera realmente violenta, si existiera en verdad el clima de descontento y furia que ciertos medios fogonean a diario, esa reunión histórica hubiese terminado en una masacre.
El fútbol tiene su propia violencia. La Policía hizo de ella un negocio fabuloso, los políticos llevan a esos violentos a los actos, los dirigentes de fútbol los prohijan para ganar elecciones, los organismos de seguridad no dan en la tecla con el fenómeno y alejan a la gente pacífica de los estadios. Las rivalidades llegan al límite de la intolerancia. Eso tiene que ver más con la exagerada difusión del fútbol por televisión en la década anterior y una buena parte de ésta que con la falsa “violencia en la sociedad”.
Lo preocupante de esto es que, en el mismo lugar, bajo el mismo cielo de Pretoria, conviven la ilusión de un grupo de futbolistas y un cuerpo técnico y la peor lacra que este deporte generó en más de un siglo de competencia.
Y uno, a veces, no sabe a dónde poner la mirada.