Pocas cosas me ponen más nervioso que cuando un alumno, en alguna de mis clases, considera que la discusión de teorías y conceptos abstractos es tiempo perdido y reclama “cosas que se puedan aplicar, que sirvan para la vida cotidiana”. Desde mi punto de vista, la vida cotidiana y la abstracción de los conceptos son dos dimensiones inseparables, porque no podemos vivir la primera sin que esté operando la segunda: las 24 horas de vida de cualquier persona normal no son otra cosa que un viaje a través de un tejido de problemas generales. Aquí va el fragmento de un viaje.
Este jueves 30 de julio en Monte Cerignone –pueblo italiano de la región de Le Marche, donde el lunes tengo que hacerle una entrevista a Umberto Eco–, me preparaba para salir a almorzar con un viejo amigo argentino. Acababa de leer en Internet las declaraciones de Héctor Agüer, arzobispo de La Plata y titular de la Comisión Episcopal de Educación Católica de Argentina, a propósito de un documento oficial de 2007, destinado a nutrir la discusión entre educadores sobre la formación sexual de los ciudadanos y por lo tanto a mejorar la gestión de los múltiples problemas de embarazo de menores, violaciones, abuso sexual y prevención de enfermedades sexualmente transmisibles.
En viaje por las pequeñas rutas de montaña para llegar al restaurante, la conversación con mi amigo se focalizó por un momento en ese tema. La laicidad del Estado en las democracias modernas es un fenómeno histórico que las diferentes iglesias, y en particular la católica, nunca terminaron de aceptar. Pero concordamos en que ése era el aspecto más banal de la cuestión. Lo interesante eran algunos conceptos usados por el arzobispo en su denuncia: según éste, dicho documento era “reduccionista” porque la idea de la sexualidad no contempla el bien integral de la persona ni menciona el amor; “constructivista”, porque no reconoce la existencia de una naturaleza de la persona, ni de sus actos; “neomarxista”, porque interpreta la sexualidad según la dialéctica del poder. El arzobispo denunciaba finalmente la “‘desconstrucción’ de una concepción de la sexualidad de acuerdo con el orden natural y con la tradición cristiana”. Para viejos intelectuales activistas de los años sesenta y setenta como mi amigo y yo, ese vocabulario, en boca del arzobispo, resultaba asombroso. “Reduccionismo”, “constructivismo”, “neomarxismo”, “deconstrucción”: conceptos, sin excepción, que circulaban en los ambientes intelectuales setentistas alimentados por el discurso filosófico parisino, y en el caso del arzobispo, sin excepción, mal aplicados. ¿Qué concluir de esta extraña situación? ¿Que hay algún asesor en comunicación, setentista, infiltrado en el episcopado argentino? No dudo de que la intervención de representantes de la Iglesia Católica pueda ser importante en la convergencia ideológico-política a la que el país aspira en el futuro inmediato. Pero para que esa intervención sea eficaz, se necesita un rigor conceptual del cual las declaraciones que estamos comentando no son un ejemplo.
Llegamos a nuestro destino. Il Gabbiano es uno de esos excepcionales restaurantes perdidos en la campiña italiana, cuyo propietario, Pasqualino Cervellini, ha sabido articular la evolución del arte gastronómico con la preservación de la cultura culinaria popular, que ha sido y sigue siendo la única garantía de calidad de una restauración (cada vez más rara) que se rehúsa a entrar en el juego de un marketing cuyo objetivo es que los burgueses ricos gasten cada vez más cuando salen a comer. La sorpresa del almuerzo fue la sugerencia de una sublime “torta de frutta”, recién elaborada por Pasqualino, que llevó la conversación al tema de la preservación del patrimonio cultural. Patrimonio que las piruetas estetizantes de buena parte del periodismo gastronómico, en Argentina y en el mundo, no ayudan a conservar. Otro problema de políticas públicas.
Saliendo del restaurante, mi amigo observó que mi auto alquilado estaba cubierto de una fina capa de arena. Resultado, en efecto, de las nubes de arena que el sirocco africano derramó sobre Italia la semana pasada, a lo largo de un día con una temperatura de más de 40 grados. Lo cual me hizo recordar los urgentes problemas que plantea el cambio climático. Veremos si la presidencia de Obama confirma la posibilidad de una política global en la dirección correcta.
¿Qué más decir? Sin teorías y sin conceptos, ni siquiera se puede salir a almorzar.
*Profesor plenario, Universidad de San Andrés.