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Conocer a Perón

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Un nuevo libro revela la opinión de Perón sobre Montoneros y sobre la lucha armada de los setenta. | Pablo Temes

A cinco décadas del regreso definitivo de Juan Domingo Perón a la Argentina, y en medio de una profunda relectura sobre lo ocurrido en aquellos vibrantes años, acaba de ser publicado un muy interesante trabajo que, entre otras cosas, promete generar un nuevo debate sobre la responsabilidad y el accionar que mantuvieron los dirigentes del Partido Justicialista, y especialmente el fundador de ese movimiento, en la feroz espiral de violencia desatada durante la década del setenta en la Argentina.

En momentos en los que el Frente de Todos discute encarnadamente la correlación de fuerzas internas dentro de la coalición de gobierno y se retoman consignas enunciadas hace cincuenta años, como “luche y vuelve”, o se plantean añejos dogmas, como “romper con la proscripción”, la aparición de Conocer a Perón propone establecer un nuevo enfoque sobre el devenir del peronismo durante tan convulsionada época. Es que este sorprendente ensayo devela por primera vez a los lectores (peronistas y no peronistas) la opinión que Perón tuvo sobre Montoneros, sobre la lucha armada y sobre la violencia de una sangrienta etapa, enmarcada por el tercer gobierno peronista: una era que comenzó con el secuestro y el asesinato de Pedro Aramburu en 1970 y finalizó con el golpe de Estado de marzo de 1976.

Conocer a Perón. Destierro y regreso, se ha convertido así en un revelador documento político, que permite dar cuenta de aquellos años tan oscuros y vertiginosos. Editado por Planeta, el texto fue escrito por Juan Manuel Abal Medina, quien ostenta un apellido célebre para el peronismo: es hermano de Fernando Abal Medina, fundador y primer líder de Montoneros. Pero Juan Manuel Abal Medina guarda también sus propios laureles: fue el hombre elegido por el mismísimo Perón para convertirse en el armador político que prepararía el terreno en la Argentina para lograr el retorno triunfal del ex presidente, luego de casi dos décadas de exilio.

Presentada hace muy pocas semanas, la obra se ha convertido rápidamente en un best seller de no ficción y está destinada a ser el libro político del año porque, entre otras cosas, revela conversaciones privadas que el autor mantuvo con Perón, desde que lo conoció en 1970 y hasta que lo vio morir en 1974. Fueron años difíciles en los que el peronismo ingresó en una descarnada y literalmente mortal serie de enfrentamientos producidos entre la izquierda montonera y la derecha sindical, con el telón de fondo de la dictadura de Alejandro Lanusse.

El solo repaso de los acontecimientos desencadenados en tan breve lapso genera un intenso impacto: fue secuestrado y asesinado Aramburu; nació Montoneros; fue asesinado Fernando Abal Medina; se produjo la masacre de Trelew; Perón volvió a la Argentina; se produjo la masacre de Ezeiza; Héctor Cámpora llegó al gobierno y Perón asumió al poder; fue asesinado José Ignacio Rucci; los Montoneros fueron echados de la Plaza de Mayo; fue asesinado el padre Carlos Mugica; murió Perón; Isabel Perón llegó el gobierno y José López Rega asumió el poder; y, por último, la Triple A inició el terrorismo de Estado en la Argentina bajo un gobierno democrático. Solo la dictadura genocida que llegó después podría generar mayor espanto.

“Conocer a Perón” retrata al Perón que regresó tras el exilio.

Aunque el libro comienza en los cincuenta, el momento cúlmine se produce en 1970, luego de que empieza a correr en la Argentina la noticia sobre la muerte de Aramburu. Sin saber el paradero de su hermano, Juan Manuel Abal Medina recibió una llamada anónima de una mujer que le indicó que dos horas después de esa comunicación debía dirigirse hasta Rivadavia al 2300. En esa esquina del barrio de Once fue abordado por un Dodge y el conductor le pidió que ingresara al auto. Luego de dar algunas vueltas por la Ciudad, el vehículo se detuvo para que se incorporara al asiento trasero Fernando Abal Medina. Entonces, según el autor, se produjo el siguiente diálogo: “‘Fernando, ¿qué están haciendo?’, lo exhorté. Me dijo que estaba todo bastante seguro y que él creía que en unos días se iba a ‘normalizar’. Me pidió que les dijera a mamá y a papá que él estaba bien. Entonces le pregunté si habían sido ellos. Y Fernando me contestó: ‘Sí, sí, claro’”.

Juan Manuel Abal Medina le pidió entonces a su hermano que viajara al exterior para preservarse, que se exiliara por un tiempo para proteger su vida. Pero Fernando se negó. Así retoma el diálogo el autor: “Lo vi inquieto. Aparentemente, estaba tranquilo, pero algo traía. Entonces me dijo: ‘Matar es terrible… es tremendo’. Estaba claro que el haber matado no le había hecho bien. Me apretó los hombros desde atrás, yo le apreté las manos y se bajó del auto. Fue la última vez que lo vi”.

Juan Manuel Abal Medina retomó este recuerdo dos años más tarde cuando se encontró por primera vez con Perón en Madrid en 1972. “El General llevó la conversación hacia el tema Montoneros y la ejecución de Aramburu como primera acción de lo que él llamó ‘levantamiento montonero’”, explica el autor. “En un momento, el General reitera su juicio sobre la muerte de Aramburu como ‘una acción deseada por todos los peronistas’”, completa Abal Medina.

Pero el hermano del fundador de Montoneros mantenía distancia con la organización y criticaba, a su vez, el accionar de la lucha armada, por lo que aclaró su postura: “General, comparto su juicio político sobre el tema, pero debo decirle que yo hubiera deseado que mi hermano no apretara el gatillo’. Me interrumpió y me dijo de manera tajante: ‘Fue un acto de profunda justicia’. Le contesté: ‘Sí, General, eso creo. Pero no deja de ser una muerte’. Y le conté que mi hermano me había dicho que matar era terrible. El General se estiró sobre el escritorio, me tomó el brazo y lo apretó fuerte: ‘Matar es terrible… No lo voy a olvidar’”.

A pesar de que, según relata Abal Medina, Perón parecía apoyar la lucha armada de Montoneros, el líder se mostraba contrario a las proclamas socialistas que esa guerrilla peronista impulsaba. Porque más adelante se produjo otro diálogo, en el que Perón planteó sus diferencias ideológicas con la izquierda cubana, una tendencia política reivindicada por Montoneros. “Yo respeto y aprecio mucho a Fidel Castro y lo que hace en Cuba –dijo Perón, de acuerdo a Abal Medina–. Pero la Argentina no es Cuba, el Ejército argentino no es el ejército de Batista y, sobre todo, nosotros no somos marxistas. Imagínese si me hubiera ido a vivir a La Habana, como quería Cook. ¿Cómo estaríamos ahora? Seguramente en medio de una guerra civil que, además, seguramente perderíamos. Pero también, y esto me parece lo más importante, nuestra gente, los trabajadores argentinos, no son ni marxistas ni socialistas: son justicialistas. Para hablar en el lenguaje de ellos, no tienen el nivel de conciencia necesario para embarcarse en esa guerra revolucionaria. ¿Y qué derecho tenemos nosotros de presionarlos? ¿Qué derecho tengo yo de usar un liderazgo, obtenido con otras banderas, para llevarlos a ese callejón sin salida?”.

Abal Medina refleja la tensión entre Perón y Montoneros en los setenta.

Durante su estadía en Puerta de Hierro, Abal Medina también pudo comprender que había dos personas con una creciente influencia sobre Perón: Rodolfo Galimberti y José Ignacio Rucci. Se trataba de dos dirigentes a los que el líder apreciaba como si fueran sus propios hijos, según confesó al autor de este libro. Pero dentro del círculo íntimo de Perón, Abal Medina vislumbró otra presencia que se convertiría en una figura central del crudo porvenir que se avecinaba: con bajo perfil, pero indisimulable autoridad, tras bambalinas se hacía evidente el influjo que José López Rega ejercía sobre Perón, de quien controlaba su agenda y con quien avalaba fundamentales decisiones.

De hecho, fue López Rega el señalado por Montoneros como el responsable de las muertes producidas en Ezeiza, cuando Perón aterrizó en Argentina en 1973. Desde entonces, la despiadada puja entre la juventud montonera y el peronismo ortodoxo fue cada vez más contundente. Una tensión que terminó de hacerse explícita cuando se confirmó que el dos veces presidente iba a buscar su tercer mandato constitucional conformando un binomio electoral junto a su esposa Isabel. El libro recrea entonces algunos actos de campaña en el que se presentaba a Isabel como candidata a la vicepresidencia pero, en lugar de aplausos, lo que tronaban eran insultos y una clara consigna vitoreada por Montoneros: “No rompan las bolas / Evita hay una sola”.

Luego de esas manifestaciones de ruptura, Abal Medina recogió una conversación con Perón en la que cuestiona a Mario Firmenich, líder de Montoneros desde la muerte de Fernando Abal Medina: “Está muy bien que ellos hayan peleado, pero no llevan ni tres años en el movimiento. Isabel no es una intelectual, ni una dirigente de actuación importante, pero lleva más de quince años acompañándome y las misiones que le he encargado, como usted sabe, las ha cumplido muy bien y con gran valentía. Pero, además, ¿a quién poníamos que no lo impugnara algún sector? Lo de poner a Isabelita es como lo que hicimos poniendo a Cámpora. La reunión de ayer con la juventud fue buena, pero no veo que las cosas se encaminen. Mire lo que está diciendo Firmenich, que ahora se las da de intelectual. Lo conocí hace pocos meses y ya casi me está tratando de enemigo en reuniones que tiene por ahí”.

Según el autor, el “golpe mortal” que recibió Perón fue el asesinato de Rucci, en septiembre de 1973. Entonces, de acuerdo al relato de Abal Medina, Perón rechazó la consigna de Montoneros que cuestionaba al histórico sindicalista como un traidor al movimiento peronista: “¿Traidor a qué? ¿Quiénes son ellos para decirlo?”. Tras el entierro de Rucci, Abal Medina recuerda a un Perón con los ojos nublados que se emocionó profundamente: “Me mataron a mi… Peor: mataron a mi hijo. Son unos criminales”. Y, unos días más tarde, cuando aún no se había repuesto, Perón volvió a la carga contra Montoneros: “Creo que es imposible que estos locos se alineen. Así que hay que extirparlos del movimiento y eso es lo que voy a hacer”.

Perón lanzó la sentencia flanqueado por López Rega. Faltaban pocos meses para la muerte de Perón.