Las vacaciones terminan, oficialmente, con este fin de semana largo de carnaval.
No es casualidad, entonces, el intento del Gobierno de “disfrazarse” de “no pejotista”, en lo político, tratando de ponerle límites al gremialismo, en especial en los temas que más molestan a los votantes independientes de clase media y alta, mientras, en lo económico, busca, con cualquier argumento, disfrazar de inexistentes los problemas reales que surgen del “modelo” (inflación estable pero elevada y expectativas desbordadas por la propia acción del Gobierno). O frenarlos, tapando el sol con las manos, como en el caso de las importaciones. Pobre Ken ¿Qué hará ahora sin Barbie?
El modelo 2011 en “modo electoral” ya está desplegado.
Se intentará prolongar la fiesta del consumo, a pesar de sus costos de insostenibilidad de mediano y largo plazo (total, a octubre llegamos, y si perdemos es problema de otro), mientras se busca que los costos de corto plazo –alta inflación, caída del tipo de cambio real, cortes de energía, etc.– sean los mínimos posibles.
Todo financiado con récord de presión impositiva, reservas del Banco Central y emisión, en el marco de una política monetaria que responde a un cambio implícito (y ciertamente ilegal, pero ¿a quién le importa?), de la Carta Orgánica del Banco Central, que ya no defiende el valor de la moneda, sino que decidió maximizar el nivel de actividad, a cualquier costo. Hablando de costos, entonces, resulta obvio, a estas alturas, que el principal enemigo de esta estrategia y, por lo tanto, del resultado de las urnas en octubre, es la elevada tasa de inflación y su, eventual, aceleración.
Al respecto, influyen tres cuestiones básicas. La primera, del escenario internacional.
La Argentina es un proveedor importante de alimentos. La política de devaluación del dólar que llevó a cabo el Banco Central norteamericano, junto a la recuperación de la actividad global, más problemas de oferta, produjeron una aceleración de los precios internacionales de los alimentos. A eso se le suma hoy que la crisis norafricana elevó el precio del petróleo. Dicho aumento, a través de los biocombustibles y la revolución productiva agrícola, intensiva en energía, se traslada, a su vez, al precio de los alimentos. (El índice que calcula la FAO está en su récord histórico). La inflación de alimentos es un problema en el mundo “importador” (si puede pregúntele a Mubarak, Kadafi y cía.), pero también es un problema en el mundo “exportador” (porque también se consumen en el mercado interno).
El resto de los países productores combatieron este problema tratando de no desalentar el negocio de vender alimentos. Usaron política cambiaria (revaluaron) y ahora, agotada la revaluación, usan política monetaria y fiscal para frenar el “resto” de los precios, y moderar la demanda interna. La Argentina, en cambio, intentó paliar el alza de los precios de los alimentos, “matando a las vacas de los lomos de oro”, aplicando retenciones, restricciones a la exportación, controles de precios, subsidios arbitrarios e incoherentes, etc. El resultado lo conocemos todos, el precio de la carne terminó subiendo 100% el año pasado, aunque ahora se calmó un poco, aumentó la “sojización” y hay distorsiones productivas y de precios en todos los mercados alimenticios.
El segundo factor, que afecta la elevada inflación, es la negociación paritaria. En ese sentido, la destrucción de los índices de precios oficiales y el intento de callar a los privados que la estiman, resulta un búmeran, porque crea mayores expectativas inflacionarias todavía. Así, la negociación salarial parte de pisos superiores a la tasa de inflación del año estimada por los más pesimistas.
Es necesario mantener estable la demanda de dinero. Es cierto que hoy hay muy poca plata en términos de PBI, en los bancos, y que la mayoría de ese dinero es para transacciones, pero no es menos cierto que esa poca plata, demandando dólares, es mucho. De allí la necesidad de mantener relativamente anclado el tipo de cambio nominal, y elevadas las reservas. Lo que, por un lado, agrava la caída del tipo de cambio real y, por el otro, presiona a la inflación, por control de importaciones.
El esquema, entonces, está planteado. Consumo versus inflación y deterioro de la competitividad cambiaria, al menos hasta octubre. Después… Dios proveerá.