Para cerciorarse de que no hay medio periodístico que pretenda reflejar la realidad de los hechos basta con comparar a diario los titulares de los diarios o escuchar a los operadores televisivos que día tras día nos infectan con la violencia de sus certezas cobradas de antemano. Un ejemplo: el miércoles algunos diarios titularon que Cristina había obtenido de Anses la doble pensión en su condición de ex presidenta y viuda de presidente, omitiendo que al mismo tiempo había renunciado al sueldo que le corresponde como vicepresidenta; otros diarios pusieron en tapa la renuncia al sueldo, dando lugar más discreto a esa doble pensión. En ambos casos, es la omisión u obliteración de parte de los datos lo que constituye en estos tiempos el hecho político.
En el caso de la niña Maia, de acuerdo al testimonio que se escuche o al periodista que se lea o al político que hable o al farsante que uno prefiera seguir por televisión, la madre de Maia tardó diez horas en presentarse a la comisaría para denunciar su desaparición, o tuvo que ir tres veces a lo largo de veinte horas para que le tomaran la denuncia; Larreta sigue el caso con el alma en vilo o le preocupa un carajo el destino de los niños pobres y perdidos porque está perdido por el negocio inmobiliario; Berni es un héroe o un gestor de acciones contundentes que logran resultados (desde el control de la tropa hasta la expulsión de los pobres de toda pobreza que ocupan tierras fiscales o de títulos dudosos), o un inútil que debería aceptar que a Maia la encontró el verdulero de la zona de Parque Ameghino. En el caso de Maia, digamos, lo que se organizó fue una búsqueda del tesoro que difícilmente derive en otra cosa que en la continuidad de su triste destino de habitante de la calle y objeto de tráfico de pedófilos, tratantes de droga y comerciantes policiales. Pero, ¡ah, la encontramos! Y ya estamos, como siempre, buscando al otro, al fantasma del culpable de todo, el que nos exculpa.