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Contra el eje anti medios

Aprovechando su viaje a la Argentina para participar de la 65ª reunión anual de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), que comenzó anteayer y termina pasado mañana, vinieron a PERFIL las autoridades del principal diario de Ecuador, El Comercio, de Quito, en búsqueda de ideas para defenderse de las presiones que el gobierno de Rafael Correa ejerce sobre la prensa de su país y especialmente sobre ese diario, el mayor de Ecuador.

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LA SIP EN BUENOS AIRES. Alertó que el triángulo Chávez-Correa-Kirchner hostiliza a la prensa.

Aprovechando su viaje a la Argentina para participar de la 65ª reunión anual de la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), que comenzó anteayer y termina pasado mañana, vinieron a PERFIL las autoridades del principal diario de Ecuador, El Comercio, de Quito, en búsqueda de ideas para defenderse de las presiones que el gobierno de Rafael Correa ejerce sobre la prensa de su país y especialmente sobre ese diario, el mayor de Ecuador.
Hay similitudes entre Correa y el matrimonio Kirchner en su relación con la prensa: hoy en Ecuador se debate una nueva ley de medios, se aprobó una norma electoral que restringe la publicidad política y se está organizando el sindicato de vendedores de diarios y revistas de forma funcional al gobierno. En el caso de El Comercio, se agrega una similitud entre su propietaria, Guadalupe Mantilla de Acquaviva, y la dueña de Clarín, Ernestina Herrera de Noble, porque ambas son de la misma generación, enviudaron y recibieron el diario como parte de la herencia de sus maridos.
“Dado que la oposición está muy reducida, el blanco predilecto de Correa en todos sus discursos es la prensa. Para él hay que destruir las corporaciones como los empresarios, la banca o la partidocracia, y considera a los medios el espacio de representación de esa ideología a vencer”, me dijo uno de los directivos de El Comercio.
Como en Ecuador la publicidad oficial se convirtió en una herramienta de dominación con la que el gobierno premia a adictos y castiga a críticos, El Comercio está especialmente interesado en estudiar el amparo judicial que en 2006 interpuso PERFIL, con fallo favorable de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal, además del fideicomiso en contra de la discriminación con la publicidad oficial lanzado el mismo año.

Paralelismos. El total de la publicidad en todos los medios de Ecuador era de 250 millones de dólares anuales (en Argentina es seis veces más para un producto bruto también seis veces mayor). Y Correa la hizo crecer de golpe a 300 millones de dólares, multiplicando la publicidad oficial varias veces. Esto generó que muchos medios se acostumbraran a vivir con una especie de subsidio que inicialmente facilitó su existencia, pero los hizo dependientes porque, mientras esos ingresos se repetían, sus empresas se acomodaron a un nivel de gastos que las haría inviables si desapareciera la publicidad oficial o volviera a los niveles previos a la asunción de Correa.
El relato de los directivos de El Comercio sobre este proceso de la prensa ecuatoriana no es distinto a lo que ha sucedido en la Argentina. En nuestro país, todos los medios tradicionales –diarios, revistas, radios y canales de televisión abierta– vienen soportando la misma crisis mundial de reducción de la publicidad y audiencias porque la aparición de nuevos medios de comunicación (Internet, televisión por cable o proliferación de radios FM) canibaliza parte de la audiencia o de la publicidad de los medios tradicionales. Y la publicidad oficial ha venido siendo el sostén que permitió disimular ese declive.

El diario Página/12 es el más conocido ejemplo: la publicidad oficial representa más del 70% de todas sus ventas de publicidad y más del 50% de sus ingresos totales considerando lo que pagan los lectores por el precio de tapa de cada ejemplar. Una empresa, en el mejor de los casos, podría obtener una ganancia del 15% de sus ventas y si le desapareciera el 50% de sus ingresos sin bajarle los costos (la publicidad oficial ocupa de dos a tres páginas diarias del periódico, que ya no puede tener menos páginas de las que tiene), pasaría a tener pérdidas totales equivalentes a más del 30% de sus ventas actuales. Y si la publicidad oficial se redujera a los promedios históricos normales pre Kirchner, la cuarta parte de la actual, igual Página/12 tendría resultados negativos mayores al 20% de sus ventas actuales; o sea, se haría inviable sin una fortísima reducción de costos.
El ejemplo de Página/12 es apenas uno entre –literalmente– centenas que se dan en el interior del país con radios, canales de TV y publicaciones.

Mientras los directivos de El Comercio exponían su tesis sobre que la política anti medios que se despliega en Ecuador es hija del modelo venezolano de Chávez con ramificaciones también en Argentina, incorporé a la conversación una mirada más económica y fáctica que ideológica: estos aumentos de la publicidad oficial fueron posibles por el crecimiento del valor de las materias primas, que generó superávits fiscales prácticamente a todos los gobiernos de América latina. Sólo se puede hacer intervencionismo si el Estado cuenta con recursos. El problema es luego para qué los usa.
Una forma de usarlos es para “la guerra del opio”. Los occidentales, y especialmente Inglaterra, utilizaron el opio como una potente arma económica para dominar a China durante parte del siglo XIX. Los lugares donde se fumaba opio se llamaban adormideras, buena metáfora para la prensa porque lo que muchos gobiernos desearían que sucediese con los medios es adormecerlos. Menos institucionalmente que en Oriente, pero en Latinoamérica y con otro tipo de drogas, los dealers también la promovieron primero gratis o a bajísimo costo, para crear dependencia, y luego usaron la necesidad del otro como un instrumento de dominación.
Karl Marx utilizó la figura del opio como adormecimiento de la conciencia cuando dijo: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, tal como lo es el espíritu de una situación sin espíritu. Es el opio del pueblo”.
La publicidad oficial sin controles ni medida puede ser el opio del periodismo.